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En el mismo contexto de la oración de recogimiento, la Santa nos invita a entrarnos a solas con Dios. Siendo éste un capítulo de continuación de la Eucaristía dice que es tan importante estar, vivir en su Presencia, hasta tal punto que hace de ella un sacramento: “Y cuando no comulgareis, hijas, y oyéreis misa, podéis comulgar espiritualmente”. Le da el valor real de su Presencia en nosotros: “y haced lo mismo de recogeros después en vos, que es mucho lo que se imprime el amor así de este Señor” (nº 1)

Recordemos que en este momento histórico comulgar no se hacía diariamente y esta circunstancia a ella la lleva a vivir más allá su Presencia constante. “Estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre entraré y cenaré con él y él conmigo”.

Una actitud básica para el orante teresiano, para el cristiano que no puede dar de su propia cosecha: “aparejarse a recibir” que nunca dejará de recibir.

Teresa sabe que orar es amor y costumbre, y acostumbrarse requiere un proceso y una dificultad de la que ella es consciente.

Querer su Presencia implicará un esfuerzo, una educación, aprender a estar con Él, y este “ejercicio” significa una manifestación de amor, una actitud concreta de desear su compañía.

Ella motiva esta educación, aunque al principio resulte pesada para el orante (nº 2):

     “porque hay pocos que le acompañen y le sigan en los trabajos
     “pasemos por Él algo, que su Majestad lo pagará

Presenta a un Dios:

Ganoso de darse y esperando quien le quiera recibir (como dirá en el libro de la Vida) “Y pues todo lo sufre y sufrirá, por hallar solo un alma que le reciba y tenga en sí con amor, sea ésta la vuestra” (nº 2)

Un Dios “tan amigo de amigos y tan Señor de sus siervos” (nº 2)

Amándonos, le muestra al Padre el amor que le tiene (evoca al evangelista San Juan: “Tú en mí y yo en ellos, para que seamos uno”)

Ahora de repente Teresa empieza un diálogo con el Padre intercediendo por el Hijo e involucrando al lector, invitándonos a ser intercesores por Jesús y en Jesús (por Cristo, con Él y en Él) se hace una con Él por la Iglesia. Se atreve ella y nos pide nos atrevamos, ya que "El nunca torno de sí" (nº 3). Además, es una intercesión aceptada por obediencia.

El diálogo va en crecimiento en el nº 4. Ahora, por amor a Jesús, arenga al Padre:

Atajad este fuego, Señor, que, si queréis, podéis

Quiere que el Padre entre en razón:

Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo”.

Recurre a sus méritos, como quien le explica al Padre quien es su Hijo y lo que merece:

Por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias; por su hermosura y limpieza, no merece estar en casa en donde hay cosas semejantes”.

Esgrime el último recurso: “No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por vuestro Hijo”.

Su amorosa y arrojada arenga termina suplicante, toda la oración ha sido por amor, pero no llega a renunciar a Jesús pues “¿qué sería de nosotros? Que si algo os aplaca, es tener aquí tal prenda”.

Finalmente, le cede el puesto a Dios casi con exigencia: “Pues si algún medio ha de haber, Señor mío, póngale Vuestra Majestad”.

Termina Teresa el capítulo con fuerza. Como quien celebra la Eucaristía, hace todo un intercambio de dones, su oración parece el prefacio eucarístico: te ofrecemos de los mismos dones que Tú nos concedes. “Pues ¿qué he de hacer, Criador mío, sino presentaros este Pan sacratísimo y, aunque nos le disteis, tornárosle a dar y suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene merecido?

Teresa revela su identidad apostólica, su mirada amplia, su comunión con Dios en sus intereses. Se muestra ejerciendo su sacerdocio real a través de la oración- intercesión teniendo a Jesús como el mediador. Nos muestra, sin demostraciones, sino con la espontaneidad que surge de lo que hay en su corazón, la identidad carismática que posee y que propone.

CAPÍTULO 35

Acaba la materia comenzada con una exclamación al Padre Eterno.
1. Heme alargado tanto en esto, aunque había hablado en la oración del recogimiento de lo mucho que importa este entrarnos a solas con Dios, por ser tan importante. Y cuando no comulgareis, hijas, y oyereis misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho, y hacer lo mismo de recogeros después en vos, que es mucho lo que se imprime el amor así de este Señor. Porque aparejándonos a recibir, jamás por muchas maneras deja de dar que no entendemos. Es llegarnos al fuego que, aunque le haya muy grande, si estáis desviadas y escondéis las manos, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar adonde no haya fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta -digo que esté con deseo de perder el frío- y se está allí un rato, para muchas horas queda con calor.
2. Pues mirad, hermanas, que si a los principios no os hallareis bien (que) podrá ser, porque os pondrá el demonio apretamiento de corazón y congoja, porque sabe el daño grande que le viene de aquí), haraos entender que halláis más devoción en otras cosas y aquí menos. No dejéis este modo; aquí probará el Señor lo que le queréis. Acordaos que hay pocas almas que le acompañen y le sigan en los trabajos; pasemos por El algo, que Su Majestad os lo pagará. Y acordaos también qué de personas habrá que no sólo quieran no estar con Él, sino que con descomedimiento le echen de sí. Pues algo hemos de pasar para que entienda le tenemos deseo de ver. Y pues todo lo sufre y sufrirá por hallar sola un alma que le reciba y tenga en sí con amor, sea ésta la vuestra. Porque, a no haber ninguna, con razón no le consintiera quedar el Padre Eterno con nosotros; sino que es tan amigo de amigos y tan señor de sus siervos, que, como ve la voluntad de su buen Hijo, no le quiere estorbar obra tan excelente y adonde tan cumplidamente muestra el amor que tiene a su Padre.
3. Pues, Padre santo que estás en los cielos, ya que lo queréis y lo aceptáis, y claro está no habíais de negar cosa que tan bien nos está a nosotros, alguien ha de haber -como dije al principio- que hable por vuestro Hijo, pues El nunca tornó de Sí. Seamos nosotras, hijas, aunque es atrevimiento siendo las que somos; mas confiadas en que nos manda el Señor que pidamos, llegadas a esta obediencia, en nombre del buen Jesús supliquemos a Su Majestad que, pues no le ha quedado por hacer ninguna cosa haciendo a los pecadores tan gran beneficio como éste, que quiera su piedad y se sirva de poner remedio para que no sea tan maltratado. Y que pues su santo Hijo puso tan buen medio para que en sacrificio le podamos ofrecer muchas veces, que valga tan precioso don para que no vaya adelante tan grandísimo mal y desacatos como se hacen en los lugares adonde estaba este Santísimo Sacramento entre estos luteranos, deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes, quitados los sacramentos.
4. Pues ¡qué es esto mi Señor y mi Dios! O dad fin al mundo, o poned remedio en tan gravísimos males; que no hay corazón que lo sufra, aun de los que somos ruines. Suplícoos, Padre Eterno, que no lo sufráis ya Vos. Atajad este fuego, Señor, que si queréis podéis. Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias; por su hermosura y limpieza, no merece estar en cosa adonde hay cosas semejantes. No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por vuestro Hijo. Pues suplicaros que no esté con nosotros, no os lo osamos pedir: ¿qué sería de nosotros? Que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de haber, Señor mío, póngale Vuestra Majestad.
5. ¡Oh mi Dios! ¡quién pudiera importunaros mucho y haberos servido mucho para poderos pedir tan gran merced en pago de mis servicios, pues no dejáis ninguno sin paga! Mas no lo he hecho, Señor; antes por ventura soy yo la que os he enojado de manera que por mis pecados vengan tantos males. Pues ¿qué he de hacer, Criador mío, sino presentaros este Pan sacratísimo y, aunque nos le disteis, tornárosle a dar y suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya ¡haced que se sosiegue este mar! No ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y salvadnos, Señor mío, que perecemos.