Escudo de los Santos

Escudo Carmelita

Firma de San Juan de la Cruz

Acercarse a la figura y a los escritos de Juan de la Cruz inspira mucho respeto y en principio pareciera inalcanzable.

A Juan de la Cruz se le ha juzgado tantas veces de excesivo y extremista, y hasta de inhumano.

Pero, para llegar a él y a la médula de sus escritos e intenciones pedagógicas, es imprescindible una Persona: Cristo, y un verbo: amar.

En Juan de la Cruz hay un horizonte, con una meta fija: unirse a Cristo a través de un camino que puede hacerse lenta o rápidamente. Él propone el camino corto.

Sólo una alta sensibilidad y un profundo enamoramiento de Dios pueden suscitar poemas tan profundos como tiernos, ímpetus y determinaciones tan fuertes contra todo lo que impida la unión con Dios, trabajo personal tan arduo de reeducación en los valores que nos ayuden a vivir en cristiano.

Afirman algunos que el estar enamorados es casi un enloquecimiento, una vehemencia imparable por la persona que se ama, sin medir consecuencias.

Este amor en Juan de la Cruz induce a ese descentramiento y él lo llama éxtasis, que no es evasión, sino encausamiento de todas las riquezas que se poseen en función del Amado.

Su doctrina está fundada en la alta antropología del cristianismo: el hombre como imagen y semejanza de Dios. Esta imagen nuestra que como un sello indeleble llevamos dentro y que necesita emerger de donde la tenemos sepultada.

Los móviles de Juan de la Cruz para desempolvar esta imagen son los de todos, los de siempre, las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

Quien quiera vivir el apasionamiento de una entrega amorosa a Dios, sin dilaciones, total, enterada, diría él, puede encontrar en Juan de la Cruz un maestro de espíritu con el cual recorrer este camino hecho de trabajo y gracia de Dios, llegando a conseguir ser dios por participación de amor.

Esta propuesta es desde el conocimiento de la debilidad y la miseria humana. No parte de imposibles y, sobre todo, sabe Juan de la Cruz que si nosotros buscamos a Dios mucho más nos busca Él a nosotros. Ciertamente el recorrido es exigente, ¿pero acaso habrá algo más exigente y extremista que amar, más aún cuando se trata de Jesús?