Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Mateo 10,37-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.

Recibir: acoger – comulgar.

Aquel día, “dijo Jesús a sus apóstoles: El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”. Y añadió: “El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo”.

La clave para entrar en el misterio de este domingo nos la da la palabra “recibir”, que, según los diccionarios de la lengua castellana, se dice del que “acoge a otro en su compañía o comunidad”.

Pero en los tiempos de mi infancia, en el diccionario del pueblo, más rico de matices que el de los académicos, la palabra “recibir” significaba lo que hoy todos llaman “comulgar”. Y así, decíamos: “fui a recibir”, para decir que habíamos ido a comulgar.

La fe, Iglesia cuerpo de Cristo, te pide que mantengas estrechamente unidos ambos significados, el de acoger y el de comulgar, pues el mismo Jesús te enseña que, quien acoge a uno de esos pequeñuelos –a uno de esos mínimos, de esos insignificantes- sólo porque es su discípulo, acoge a Jesús que lo envía, y acoge al Padre, del que Jesús es el enviado. Jesús te enseña que, si acoges a uno de esos pequeños, ¡comulgas!

Aprenderás también que, si cuidas de esos pequeños, sólo porque son pequeños, habrás cuidado del Rey de cielos y tierra y, aun sin saberlo, habrás comulgado con él.

La fe te hace ver como un pecado contra la comunión con Cristo, contra la dicha en Cristo, contra ti mismo, te hace ver como negación de la comunión, de la dicha y de ti mismo, las fronteras que se han vuelto barreras de cuchillas contra los pobres, las leyes que se han vuelto instrumentos de inequidad contra los pequeños, las opciones morales –opciones inmorales: políticas, económicas, sociológicas- que dejan tirados al borde del camino a los que no cuentan.

Y si me dices que de esa manera –recibiendo, acogiendo, comulgando- pierdes tu vida, el Señor te asegura que ésa es la única manera en que la podrás encontrar.

Hoy, reunidos en torno a Cristo resucitado, escuchamos su palabra –la acogemos-, comemos el Pan que él ha preparado para la mesa del Reino de Dios –lo recibimos-, y cuidamos de él –comulgamos con él- en los pequeños que son su cuerpo: en los que tienen hambre; en los que tienen sed; en los que parecen haber nacido para ser esclavos de todos, para llevar las cargas de todos, para ser despreciados por todos.

Feliz domingo.