Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Marcos 9,37-42. 44.46-47

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
-Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
Jesús respondió:
-No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

No cerremos a los pobres la puerta de la esperanza:

Queridos: nuestras preocupaciones de hoy no son, manifiestamente, las que alteraron la normalidad de la vida en las tiendas de los israelitas acampados en el desierto; ni son tampoco las que expresó a Jesús su discípulo Juan, cuando éste vio “a uno que echaba demonios” en nombre del Maestro.

Pese a todo, la palabra proclamada este domingo en nuestra celebración está llena de resonancias que necesitamos percibir para no ceder a la desesperanza.

“¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”

¡Ojalá todo el pueblo sintiese de alguna manera en su carne el dolor de Dios por la muerte de sus hijos!

Ojalá todo el pueblo recibiese el espíritu de Dios para conocer las profundidades de Dios, también su dolor.

Nos hace falta el espíritu de Dios para conocer la perfección de su ley, la fidelidad de su precepto, la pureza de su voluntad, la justicia de sus mandamientos.

Necesitamos el espíritu del Señor para reconocer a Cristo y reconocer nuestra propia carne en el hermano que sufre, en los hermanos que mueren.

Él, el Señor, indicaba esa misteriosa comunión, cuando dijo a sus discípulos: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.

Y esa comunión con Cristo hace valioso, precioso, incluso el vaso de agua que damos al hermano “porque es del Mesías”, porque es su cuerpo.

Que no cerremos a los pobres la puerta de la esperanza, por nuestra vana pretensión de entrar en la vida, no sólo con el cuerpo entero, sino también con nuestras riquezas.

Más nos vale entrar sin nada en el Reino de Dios que ser echados con todo al abismo, “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.

Feliz comunión con Cristo y con los hermanos.