Orando con el Evangelio

Vine a traer fuego a la tierra (Lc 12,49-53)

Vine a traer fuego a la tierra, y, ¡qué más quiero si ya ha prendido! Tengo que pasar por un bautismo, y, ¡cómo me apuro hasta que se realice! ¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No paz, os digo, sino la división. En adelante en una familia de cinco habrá división: tres contra dos, dos contra tres. Se opondrán padre a hijo e hijo a padre, madre a hija e hija a madre, suegra a nuera y nuera a suegra.
Bruno Moriconi, ocd

Son palabras duras que no nos esperaríamos de Jesús. La primera “Vine a traer fuego a la tierra, y, ¡qué más quiero si ya ha prendido!”. La segunda: “¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No paz, os digo, sino la división". Son palabras duras que necesitan, pues, ser bien entendidas. Mientras tanto, hace falta recordar que Jesús - según el Evangelio de Lucas – las pronuncia mientras está subiendo hacia Jerusalén donde ha decidido ir, a pesar de que sabe lo que allí le espera. Como manifestará más claramente en Getsemaní, le cuesta mucho, pero es el precio del amor que le hará aceptar hasta la muerte en la cruz. “Nadie me quita la vida”, ha dicho un día a sus discípulos, “soy yo el que la doy”. El fuego, pues, es este gran amor que lleva en el corazón. Que esté hablando de sí, en efecto, se comprende por lo que añade, hablando ya no de fuego, sino de bautismo. "Tengo que pasar por un bautismo”, añade, en efecto, “y, ¡cómo me apuro hasta que se realice!". El fuego, pues, está dentro de Él y es el mismo Jesús, como se deduce de una frase del Evangelio apócrifo de Tomás, dónde Jesús habría dicho: "Quien está cerca de mí, está cerca del fuego". El fuego es el Espíritu Santo que lo anima y que, resucitado, dará a todos.

La otra afirmación, dicha por el hombre de paz que ha venido solamente para salvar, resulta aún más sorprendente. "¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? - pregunta, casi para quitar la esperanza. “No paz, os digo, sino la división“. Sin embargo, pensándolo bien, podemos comprenderlo. Puede afirmar también esto, porque no ha venido a poner fin a las guerras, sino a enseñar cómo quererse entre hijos del mismo Padre. Pero, eso de quererse contra cada lógica e interés, suscita división. Empezando por Él, Jesús, venido para amar a todos, y condenado por todos. El viejo Simeón, a María su madre se lo había dicho: “Mira, éste está colocado de modo que todos en Israel o caigan o se levanten; será una bandera discutida".

A pesar de su muerte y resurrección, continúan, de hecho, las peleas y hasta las guerras, porque Jesús no nos ha reconducido a un Edén fantástico, sino ha venido a pegarnos el mismo fuego de amor. Ciertamente que Él no desea la división, pero sabe bien que ésta hace parte de la "cruz" que, detrás de Él, hay que afrontar cada día. Jesús, el príncipe de la paz, ha venido a dar su paz que comporta sufrimiento, un sufrimiento de amor, pero un sufrimiento.