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¿Son pocos los que se salvan? 

EVANGELIO: Lc 13,22-30

Bruno Moriconi, ocd

Camino de Jerusalén, Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando. 
Uno le preguntó: 
- Señor, ¿son pocos los que se salvan? 
Les contestó: 
- Pelead para entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán. Apenas se levante el amo de casa y cierre la puerta, os pondréis por fuera a golpear la puerta diciendo: Señor, ábrenos. Él os contestará: No sé de dónde sois. Entonces diréis: Contigo comidos y bebimos, en nuestras calles enseñaste. Él responderá: Os digo que no sé de dónde sois. Apartaos de mí, malhechores. 
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reinado de Dios, mientras vosotros sois expulsados. Vendrán de oriente y occidente, el norte y el sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 
Mirad, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

Sólo parémonos en la pregunta sobre cuántos (¿pocos?) podrán salvarse, dirigida a Jesús a lo largo de su camino hacia Jerusalén, y en su respuesta, que tampoco es una respuesta, sobre la necesidad de luchar para entrar por una puerta que resulta ser muy estrecha. “Camino de Jerusalén, Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Les contestó: Pelead para entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán” (vv. 23-24).

Mientras tanto, decimos que la pregunta sería mejor traducirla (como indica el griego del texto) en forma pasiva (“¿Son pocos los que son salvados?"). Para el hombre, en efecto, es imposible salvarse solo. Lo dice el mismo Jesús a los discípulos que, después de haber escuchado que por tener muchas riquezas es difícil entrar en el reino de Dios, le preguntan: “¿Quién, pues, puede ser salvado?" (Lc 18,26). Jesús, en aquel caso, contesta que “lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Lc 18,27).

Y, entonces, ¿porque Jesús habla de una puerta estrecha, si el Señor “quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad” (1Tim 2,4)? Y no solo Jesús habla de una puerta que es estrecha, sino que añade la necesidad de luchar para entrar y del peligro de quedar fuera. “Pelead para entrar por la puerta estrecha”, dice, de hecho, “porque os digo que muchos intentarán y no podrán” (v. 24).

Sí, hace falta luchar porque si es verdad que la salvación es un puro regalo, tiene que ser interiorizada para ser hecha vida y acción de gracias. Hace falta desearla y quererla de verdad, dejándola entrar en nuestro corazón endurecido que no se abandona fácilmente con la espontaneidad con que un niño se abandona en los brazos de su madre. La lucha es para hacer nuestra aquella salvación de la que Dios quiere hacernos partícipes. La puerta es también la nuestra que, a pesar de que el Señor siga llamando, seguimos dejándolo fuera. ¡Ésta es la lucha! Una lucha espiritual, si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo.

Jesús habla así de duro, porque Él mismo está luchando a lo largo del camino hacia Jerusalén para cumplir la voluntad del Padre. En Getsemaní rogó, lloró, sudó hasta sangre, antes de aceptar de todo corazón ir a morir por nosotros, pero, al final lo quiso con todo su corazón, porque quería perdonarnos. El Señor nos salva, pero hace falta querer ser salvados. No basta con decir: “Contigo comimos y bebimos, en nuestras calles enseñaste” (v. 26). Tampoco es suficiente decir que hemos ido a misa, y rezado las oraciones, porque “Él responderá: Os digo que no sé de dónde sois” (v. 27). Seguirá diciendo que no nos conoce, hasta que no le digamos que estamos contentos y queremos vivir de Él y con Él. Porque el Señor quiere salvarnos, pero no como autómatas o fantoches. Como niños que se fían, pero con ojos de cristianos adultos.