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EVANGELIO: Lucas 18,1-8. Hace falta orar siempre sin cansarse

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

En el Evangelio de Lucas, se trata – después de aquella sobre el amigo inoportuno (Lc 11,5-13) - de la segunda parábola sobre la eficacia de la insistencia en oración. Esta vez la introducción es todavía más explícitamente clara: “Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer” (v. 1).

La viuda de la que se habla representa a la persona más indefensa puesto que no tiene a nadie de su parte. Su única esperanza está en un juez, a pesar de que éste no tema a Dios y no tenga respeto por nadie. Sólo la insistencia de la pobre viuda lo doblega y, para que no vuelva más a romperle la cabeza, decide hacerle justicia. Por su parte, él se decide por un motivo puramente egoísta, pero, de su parte, la viuda consigue lo que necesitaba.

Con tal que sus oyentes comprendan la necesidad de aprender a orar sin cansarse nunca, Jesús - designado aquí como Señor (Kyrios) - no tiene miedo de relacionar a Dios con aquel juez sin vergüenza. Como en el caso de la parábola del amigo molesto (Lc 11, 5-13) y, sobre todo, en aquella del administrador deshonesto (Lc 16,1-8), se trata, naturalmente, de un razonamiento basado sobre la lógica así dicha del a fortiori, o sea, del “cuanto más”. En otras palabras, el razonamiento de Jesús es el mismo de la parábola anterior: “Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo!”.

El objeto de su enseñanza en estos ejemplos chocantes, no es la definición de Dios, sino la actitud confiada del discípulo que es invitado a no desistir nunca de la oración. Aunque el Padre los haga esperar (posible traducción del final del versículo 7), ellos tendrán que seguir gritando día y noche hacía Él que responde siempre, aunque a su manera y cuando lo juzga oportuno para sus hijos. Podemos protestar como lo hacía el salmista pidiendo a Dios muy a menudo el porqué de su silencio, pero lo que hay que hacer es seguir llamando a Dios con el nombre de Padre. Lo hizo el mismo Jesús en Getsemaní donde, una vez terminada su agonía, a los discípulos dormidos dijo: “Orad para no caer en la tentación”. La tentación de pensar que Dios nos haya de verdad olvidado como a veces podría parecer.

¿Pero, qué pensar de la pregunta de Jesús al finalizar su cuento? En la traducción corriente ("cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”) parece que Jesús está pensando en su vuelta gloriosa, casi suponiendo que, de momento, esa fe de la viuda sea compartida por todos, cuando precisamente Él cuenta la parábola de la pobre viuda porque no es así. La cuenta, de hecho, como subraya el evangelista, “para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer” (v. 1).

A partir, entonces, de esa incongruencia, habría que tomar el participio aoristo del verbo de la venida del Hijo, no en forma futura (cuando venga) sino en forma pasada (que ha venido). El Señor escuchará la oración hecha con perseverancia, asegura Jesús, “sólo que”, añade, “el Hijo del Hombre que ha venido ¿encontrará esa fe en la tierra?”. ¿Encontrará alguna vez, en la tierra en la cual ha querido nacer el Hijo de Dios, aquel tipo de fe que tuvo aquella pobre viuda?

Aquí la preocupación de Jesús no nos parece que sea la fe al final de los tiempos, sino la que le gustaría tuviesen desde ahora sus discípulos y que todavía no la tienen. Una fe difícil, pero que es la única actitud que potencia la oración. Orar, en efecto, como creer, quiere decir "necesitar". Donde se encontrará la necesidad, brotará, verdadera y eficaz, también la oración. Se trata de la paciencia de la fe que, como diría Teresa de Jesús, llega a todo. “Nada te turbe nada te espante”, escribió un día la santa abulense. “Quien a Dios tiene nada le falta. Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta. La paciencia todo lo alcanza”.

Bruno Moriconi, ocd