Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Lucas 21,5-19

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida». Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Cuando los evangelistas componen sus Evangelios, la destrucción del templo y de la misma ciudad de Jerusalén ya han ocurrido a obra de los romanos. No hay duda, sin embargo, que el lenguaje se parece al del género apocalíptico. Un adjetivo y un nombre (Apocalipsis) que en nuestro imaginario ha asumido un sentido completamente negativo, como resulta por ejemplo del título de la famosa película de 1979 de Francis Ford Coppola (Apocalypse now), sobre la terrible guerra de Vietnam, símbolo de la trágica inevitabilidad del mal.

El lenguaje del discurso de los evangelistas en estos términos apocalípticos, no debe, sin embargo, engañar. Lo dice el mismo Jesús precisamente allí dónde parecería que es él quien anuncia aquellos desastres como amenazas. Las palabras sobre las que tenemos que poner nuestra atención para no caer en esta equivocación son, en efecto, estas: " Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico" (v. 9).

Apocalipsis es el título del último libro de la Biblia y en griego significa "revelación", no catástrofe. Su objetivo no es asustar, sino asegurar a los creyentes que no son los desastres y las guerras los que tienen la última palabra, sino el amor de Dios que se difunde en todos. Los desastres y el odio siempre han existido y, desafortunadamente, siempre los habrá, pero no hay que desanimarse. No indican el fin del mundo, muchas veces profetizado por los falsos profetas de siempre.

En realidad, como ha sucedido primeramente al Hijo de Dios, siempre habrá odio y persecuciones, acusaciones y hostilidad también contra sus discípulos, pero hasta incluso en aquellos casos, no hay que perder la esperanza. Será Él quien sugiera las palabras adecuadas. El Señor habla solo para preparar y dar consuelo a los suyos para que no se desanimen nunca. Y no se trata de bellas palabras, aunque sinceras, puesto que quien las está pronunciando es Jesús, no un maestro entre muchos, sino quien ha pasado por el desastre de la pasión y de la muerte. Una derrota que, sin embargo, para quien cree en Él, es la única verdadera victoria. El único modo de llevar paz a este mundo.

Desde el punto de vista humano, su profecía: “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”, así como no se cumplió en Él, tampoco se cumplirá para sus discípulos. Empezando con Esteban, en efecto, la hilera de los mártires es innumerable y nunca concluida. A la luz de la cruz, sin embargo, los discípulos no tienen que perder la esperanza, sino más bien, ser conscientes, aunque cueste, de que aquella es la hora de ser testigos (Esto os servirá de ocasión para dar testimonio).

Las palabras que resaltan en este discurso misterioso de Jesús y que nos atañen, son sobre todo estas: “Mirad que nadie os engañe […]. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida. […] Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. […] Os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. […] Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Bruno Moriconi, ocd