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EVANGELIO: Mt 21,1-11

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagué, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos 2 con este encargo: «Vayan a la aldea que tienen enfrente, y ahí mismo encontrarán una burra atada, y un burrito con ella. Desátenlos y tráiganmelos. 3 Si alguien les dice algo, respóndanle que el Señor los necesita, pero que ya los devolverá». 4 Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta: 5 «Digan a la hija de Sión: “Mira, tu rey viene hacia ti, humilde y montado en un burro, en un burrito, cría de una bestia de carga”». 6 Los discípulos fueron e hicieron como les había mandado Jesús. 7 Llevaron la burra y el burrito, y pusieron encima sus mantos, sobre los cuales se sentó Jesús. 8 Había mucha gente que tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino. 9 Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! 10 Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. ¿Quién es éste? - preguntaban. 11Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea - contestaba la gente.

El Evangelio de la misa de hoy, Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa, es el relato de la Pasión (Mt 26,14-27,66), pero el significado de este día lo encontramos más bien en el Evangelio que se lee antes de la Procesión que introduce a la celebración dominical. Este año se lee Mt 21,1-11, donde, junto a Jesús, hay dos coprotagonistas: la gente que aclama sin saber exactamente el porqué, como tendríamos que saberlo bien nosotros, y la burra que lo lleva. Tampoco lo sabe ella, quién es el que está llevando, pero su presencia es muy importante, para entender la cualidad del triunfo de Jesús.

En la Biblia, el burro es imagen de la paciencia, de la humildad, de la mansedumbre, del servicio, y es precisamente desde aquí desde donde hay que empezar, para aprender el cambio radical de la lógica evangélica, respeto a las esperas humanas. Una lógica totalmente contraria a la imaginación ligada por generaciones a los tiempos mesiánicos. El Mesías,según la espera corriente, tiene que ser muy poderoso y matar los enemigos de Israel. Algunos de los profetas habían dicho que no era así, pero no se fijaban en ellos, los rabinos y la gente en general.

Hasta Juan Bautista lo pensó así y, cuando le dijeron que Jesúspasaba todo el tiempo con los pobres y los pecadores, mandó a preguntarlesi, por si acaso, no se había equivocado, en decir a todos que era Él el esperado Mesías. “Juan – cuenta Mateo - oyó hablar en la cárcel de la actividad del Mesías y le envió este mensaje por medio de sus discípulos:¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,2-1).De hecho, a la gente que iba a hacerse bautizar por él en el Jordán, habíahablado claro: “Yo os bautizo con agua, en señal de arrepentimiento; pero detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de quitarle sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Ya empuña el bieldo para limpiar su cosecha: reunirá el trigo en el granero, y quemará la paja en un fuego que no se apaga” (Mt 3,11-12). A su manera, Jesús le había contestado que no se había equivocado, pero que era esa su misión. Para entenderlo del todo, sin embargo, hacía falta esperar hasta el final. Es decir, hasta verlo morir en la cruz pidiendo perdón para todos.

Y la entrada de Jesús en Jerusalén que nosotros celebramos el Domingo de Ramos, es la entrada en este misterio de salvación a través de la entrega total de sí, no simplemente por parte del Mesías, sino del Hijo de Dios hecho uno de nosotros. El profeta Zacarías lo había dicho: “Alégrate, ciudad de Sión: grita de júbilo, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra” (9,9). “Se humilló – escribirá, por su parte, Pablo -, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz” (Flp 2,8).

Y es lo que está actuando Jesús, el cual, para entrar en la ciudad santa, tiene necesidad de una burra. “Vayan”, dijo a sus discípulos, “vayan a la aldea que tienen enfrente, y ahí mismo encontrarán una burra atada, y un burrito con ella. Desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, respóndanle que el Señor los necesita, pero que los devolverá”. Una palabra (el Señor) y un verbo (los necesita) son particularmente importantes. La primera, porque, extraño pero verdadero, es la única vez en la cual Jesús habla de sí, designándose como “el Señor”. El mismo Dios, entonces, que nos está salvando así, humildemente. La expresión verbal (los necesita), con la que se refiere a la burra y al burrito, porque indica la “necesaria” conexión con esa misión. La del verdadero “rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra” (Za 9,9).

Por esto entra así. El pueblo entiende lo que puede, pero nosotros sabemos bien el por qué. Los mismos discípulos que ponen sus mantossobre la burra, y la gente que tiende las capas por la calle, piensan solo en dar honor a un profeta, pero para nosotros este gesto (poner nuestrosmantos sobre la burra que lleva al Señor y nuestras capas por las calles donde Él pasa) expresa la voluntad de adherirnos a su servicio.

Ultima anotación. El grito “¡Hosanna!”, que aquí tiene el sentido de aclamación gozosa al paso de Jesús (¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!), en realidad, en su sentido literal, es esta dramática imploración de ayuda: “¡Sálvanos Señor, por favor!”. Y ésta, queremos que sea, nuestra invocación,empezando la Semana Santa, detrás de los pasos de nuestro Señor.