Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Mt 28,16-20


Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.

 

Aunque se celebren como dos misterios distintos, Resurrección y Ascensión tienen que coincidir. ¿Por qué? Porque la resurrección de Jesús es totalmente distinta de la de Lázaro, por ejemplo. Lázaro y otros (la hija de Jairo o el hijo de la viuda de Naim), vuelven a la vida para morir otra vez cuando llegue su hora. En cambio, Jesús vuelve a la vida para siempre en el seno del Padre, de donde había salido en la plenitud de los tiempos, como se lee en Gálatas 4,4. Hijo de Dios nacido de mujer, en la resurrección vuelve al Padre, no solo como Logos eterno, sino también como hombre,hermano nuestro. Salir de la tumba, en su caso, quiere decir volver al Padre.

​Según el relato del cuarto evangelio, la única a la cual, milagrosamente, se manifiesta antes de su llegada al Padre, es a María de Magdala, la cual encontrando el sepulcro vacío estaba llorando porque pensaba que alguien se había llevado el cuerpo de Jesús. Es uno de los pasajes más bonitos y conmovedores, porque la Magdalena, como el discípulo amado, nos representa a todos. Su llanto y su deleite son también los nuestros. Viendo ella de espalda a un hombre allí en el jardín sepulcral, piensa que sea el hortelano y le pide razón de la desaparición del cuerpo de Jesús. ¡Que le diga, sin más, donde lo han puesto!

Como se sabe, aquel hombre no era el hortelano, sino el mismo Señor viviente que, después de haberla llamado mujer, la llama ahora por su nombre. “¡María!”, le dice. Es la voz se su querido Maestro y en seguida se vuelve también ella y le dice, a su vez: “¡Maestro!”. Un encuentro de eternidad, pero que tiene que durar poco. De hecho, Jesús, viendo su deseo de abrazarle, le dice: “No me detengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro” (Jn 20, 16-17).

​Como se puede comprender fácilmente, es como si Jesús, solo para compensar el amor y la solicitud de María de Magdala, haya retrasado un poco el cumplimiento de su resurrección. Las palabras que siguen, sin embargo, no solo explican esa necesidad, sino que nos comunican que su vuelta al Padre (su Ascensión) es necesaria también para abrir el camino a todos nosotros, sus hermanos. Lo que de hecho la Magdalena tiene que decir a los demás discípulos, es que Él sube al Padre suyo y Padre nuestro. Que, dicho con otras palabras, también de Jesús, va a prepararnos un sitio, y que volverá y nos llevará consigo, para que donde está Él estemostambién nosotros (Jn 14,3).

​El mismo evangelista Lucas, el único que habla de la Ascensión al término de su Evangelio, la pone inmediatamente después de su aparición como plenamente resucitado a los dos discípulos de Emaús y a los apóstoles, en la tarde del mismo día de su resurrección. Una vez que Jesús, con la promesa del envío del Espíritu, ha terminado el encuentro con los apóstoles, introduciéndola con un adverbio temporal (luego), difícilmente cuantificable, el evangelista escribe: “Y luego los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo” (Lc 24,50-51). Pensando que el Resucitado se había encontrado con los apóstoles en la noche avanzada, ese “luego” podría significar que el Señor desapareció definitivamente la mañana siguiente.

​¿Y por qué, entonces, esta celebración de la Ascensión después decuarenta días de la Resurrección, si las dos cosas no pueden existir la una sin la otra? Por un simple motivo. El mismo san Lucas, además del Evangelio que lleva su nombre, escribió también otro libro (Los Hechos de los Apóstoles), las primeras palabras del cual suenan así: “En mi primer libro, Teófilo [tal vez una persona concreta que, con su nombre de “amigo de Dios” representa a todos los lectores], escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó Él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. (Hech 1,1-3).

Cuarenta días, quiere decir un tiempo lo bastante amplio para asegurar a sus primeros testigos de que estaba vivo de verdad. Dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, siguió apareciéndoseles durante cuarenta días. Es en este sentido que la Ascensión coincide con la últimavez que el Señor se deja ver de los suyos. Asegurados los discípulos que recibirían la fuerza del Espíritu Santo para ser sus testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra, delante de ellos, Jesús fue elevado al cielo y desapareció de su vista.

Tristes, los discípulos, se habían quedado mirando al cielo, hasta que dos mensajeros celestes les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo” (Hechos 1,11). Y no solo volverá, sino que, como se lee en el evangelio de Mateo, deeste domingo de 2020, Jesús nos asegura: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).