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EVANGELIO: Mt 14,13-21 

13Al enterarse Jesús se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. 14Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. 15Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». 16Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». 17Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». 18Les dijo: «Traédmelos». 19Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. 20Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. 21Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

La multiplicación de los panes y de los peces es el único milagro contado por todos los cuatro Evangelistas. Tal vez porque ha sido considerado una anticipación simbólica de la institución de la Eucaristía y del misterioso banquete final del Reino, donde, como dijo un día Jesús, “vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8,11). De ese misterioso banquete habló también en la última cena, al terminar la institución de la Eucaristía. “Y os digo”, dijo, “que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre” (Mt 26,29). Se trata, parece, del banquete de todos los salvados al final del mundo, cuando el Reino se habrá llenado. 

De momento, sin embargo, a pesar de la cercanía de Jesús (“yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”) y de su presencia en la Eucaristía, el Reino está todavía en construcción, y la cizaña sigue estorbando al trigo. De ahí la necesidad de proveer a las necesidades nuestras y de los hermanos. De hecho, en el Evangelio de este domingo el pasaje más importante y más difícil es sin duda aquel donde Jesús, a los discípulos que le habían aconsejado de enviar a la muchedumbre para que se comprasen la comida en las aldeas más cercanas, dice: “No hace falta que vayan”, replicó Jesús, “dadles vosotros de comer”.  

         De manera extraordinaria, Jesús da de comer a toda una muchedumbre de hombres y mujeres. Después de Él, también algunos santos de la caridad han logrado hacerlo, viendo que la comida preparada para los pobres, no solo no acababa, sino que se multiplicaba hasta que todos pudiesen comer de ella. ¿Y, nosotros, hombres de poca fe? ¿Qué nos quiere decir Jesús con ese imperativo (“dadles vosotros de comer”)?  Nosotros, como los discípulos, contestaríamos que lo que tenemos es muy poco y que, además, lo necesitamos para nosotros mismos. “No tenemos más que cinco panes y dos peces”, dijeron ellos, como, sin duda, diríamos también nosotros. 

¿Qué nos quiere decir, entonces, Jesús con esa desmedida exhortación (“dadles vosotros de comer”)? Creo que, más que exhortarnos a hacer milagros, Jesús quiere hacernos partícipes de su amor servicial. En aquella ocasión, para esa muchedumbre, pero en las ocasiones concretas de nuestra existencia, para los casos que puedan ocurrir. “Dadles vosotros de comer”, dijo también el Papa Francisco en la Homilía del 30 de mayo de 2013. El Señor, dijo, quiere hacernos recorrer su mismo camino. El camino “del servicio, el de compartir, el del don, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte, se convierte en riqueza, porque el poder de Dios, que es el del amor, desciende sobre nuestra pobreza para transformarla”. 

Toca a cada uno de nosotros, cada vez que se presente la ocasión, descubrir cómo pasar del obsesivo capricho de posesión al ejercicio de la generosidad. Haciéndolo, notaremos que el primero (el obsesivo capricho de posesión) produce tristeza, hambre y muerte, mientras que la generosidad engendra hermandad, calor y vida. 

Sin olvidar que, en cualquier ocasión no estamos nunca solos. Con nosotros está el Señor que puede multiplicar nuestros pocos panes y peces.  

Antonio Vaccaro 

(Nápoles 1678 -1745)