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EVANGELIO: Mt 22,34-40

Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?”. Él le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas”.

Si bien en aritmética uno es uno y dos son dos, el mandamiento principal de la ley se compone de dos, porque mira en dos direcciones (la del amor debido a Dios y la del amor debido al prójimo).  ¿Por qué?  Porque, explica Jesús, “en estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas”. 

En el evangelio de Lucas es el mismo maestro de la Ley, interrogado por Jesús, quien responde, más o menos, lo mismo, o sea, que en la Ley está escrito: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo”. “Has respondido correctamente”, le dijo Jesús. “Haz esto y tendrás la vida” (Lc 10,28). 

Casi podríamos atrevernos a decir que la respuesta del maestro de la Ley en el Evangelio de Lucas es más evangélica que la de Jesús en el de Mateo, si bien, las dos se refieren a los mismos dos textos: Dt 6,5 (Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas) y Lv 19,18 (No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo). Mientras, sin embargo, en el Evangelio de Mateo estos dos textos quedan separados (el mandamiento del amor a Dios, como principal y el del amor al prójimo como segundo), en la versión de Lucas se juntan casi como si se encontraran así, o sea, en un mismo sitio de la Escritura.   

No es así. Se trata de dos distintos mandamientos que, sin embargo, constituyen una unidad. El primero (el amor debido a Dios) no se cumple sin el segundo (el amor debido al prójimo). Lo afirma explícitamente Jesús, diciendo que “en estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas”. 

Ahora, bien, saberlo no basta. También el maestro de la Ley, como acabamos de recordar, está al corriente de esto, pero solo Jesús sabe que, al decir prójimo, hay que entender cualquier persona y no solo los miembros del mismo pueblo o los extranjeros cuando pasen como huéspedes. 

Lo dijo Jesús a sus doce discípulos hablándoles desde el monte de las bienaventuranzas. “Amad a vuestros enemigos”, les dijo, “y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. “Porque, si amáis a los que os aman”, añadió, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre” (Mt 5,44-48).

La motivación de un amor tan grande es la siguiente: llegar a portarse como “hijos del Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos”. No es una cosa fácil y tampoco se nos pide llegar a la altura de Dios, pero intentarlo y pedirlo como gracia en la oración, eso sí es necesario para ser cristianos de verdad, como escribe Juan en su primera carta: 

“Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. “Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano”, añade un poco más adelante, “es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,7-8.20). 

Sería como decir, tengo la fe y eso me basta. No, escribe estrictamente, Santiago en su carta: 

“¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: Id en paz, abrigaos y saciaos, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguien te dirá: Tú tienes fe - y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la feTú crees que hay un solo Dios. Haces bien. Hasta los demonios lo creen y tiemblan” (St 2,14-19)

Bruno Moriconi, ocd