Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Mc 4,26-34

Y decía: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. 27 Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. 28 La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. 29 Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». 30 Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? 31 Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, 32 pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». 33 Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. 34 Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

         Según la última afirmación del evangelista, Jesús, hablando con la gente, “todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado”. Dos cosas, por lo tanto, hay que profundizar: qué son las parábolas, y qué quiere decir esta distinción entre la gente por una parte y los discípulos por otra.

El término parábola viene del verbo para-ballein que significa, más o menos, poner en paralelo una cosa con otra, acercarla, compararla con ella. Por lo que se refiere en concreto al empleo que Jesús hace de este instrumento literario, significa que utiliza ejemplos de la vida real para explicar verdades no conocidas, como el Reino de Dios en este caso. “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?”, pregunta Él, poniendo de relieve, además, la dificultad de encontrar ejemplos adecuados ya que, como todos los ejemplos, serán limitados. A pesar de todo ello, para hablar aquí del Reino de Dios, Jesús escoge el ejemplo de la semilla: primero una cualquiera y después un grano de mostaza.

La primera simiente es la que un hombre echa en la tierra, que germina y va creciendo por sí misma, sin que el labrador, dormido o despierto, sepa cómo. Esta imagen le sirve a Jesús para poner de relieve la fuerza misteriosa del brotar y crecer del Reino de Dios. La segunda, es la del grano de mostaza que, a pesar de ser la más pequeña entre todas las demás semillas, crece y se hace más alta que las otras hortalizas, llegando hasta a hospedar en sus ramas los nidos de los pájaros. Le sirve a Jesús para ilustrar la nueva realidad del Reino de Dios instaurado por Él en la tierra. Al principio es imperceptible, pero llegará a hospedar, como el árbol de mostaza, a distintos pájaros, gente de todo el mundo.

Como ya hemos dicho, las parábolas son una manera de hablar de los misterios desconocidos por medio de realidades conocidas, pero no hay que juzgar en un modo demasiado simple este modo de hablar. Desearíamos decir, con muchos comentaristas, que Jesús usa este lenguaje para que todos puedan comprender ágilmente su enseñanza, pero, sorprendentemente, el motivo, por declaración explícita de Jesús, es justo el contrario.

De hecho, después de haber contado la parábola del Sembrador, unos pocos versículos antes del Evangelio que leemos hoy, estando a solas con los Doce que le pedían se la explicase, les dijo: “A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados” (Mc 4,11-12).

Las palabras en cursiva son de Is 6,9-10, y no se pueden entender tal como suenan, es decir, como si Jesús venido al mundo para la salvación de todos (Jn 3,17) deseara que la mayoría (los de fuera) no lo entendiese y se condenara. Claro que no puede ser esa su intención, pero estas palabras revelan ciertamente algunas verdades, aparentemente duras y elitistas. Los Doce no son mejores que los demás y no se trata aquí de una distinción ética entre ellos y los de fuera, sino experiencial. Esta distinción (a vosotros… a los de fuera) quiere subrayar que para entender de verdad esas parábolas que, desde el punto de vista de los ejemplos (el sembrador y la semilla), parecen fáciles, hay que haber vivido con Jesús muy de cerca. Tampoco es suficiente la explicación de Jesús.

Cualquiera de las personas que está escuchando a Jesús, una vez convertida en discípulo suyo, entenderá como los Doce, pero todos tienen que ser conducidos por otra sabiduría, la del Espíritu que lleva hacia Jesús. Las imágenes narrativas son una manera humana de ilustrar el Reino, pero la dinámica de esta nueva realidad supera con mucho la simple lógica. Solo la comunión personal con Jesús, el haber estado y el seguir estando con Él, permite entenderla y realizarla. La enseñanza de Jesús cumplida con palabras y parábolas, solo se entiende mirando a su manera de hacerlas vida. De hecho, el Reino del que habla es el mismo Jesús, su persona, su vida, su proyecto de salvación. Solo después de su resurrección y del envío del Espíritu, con Él (piedra angular), se ampliará con creyentes (piedras vivas) que vienen de todas partes.

Las parábolas nos convocan a vivir los valores esenciales del Evangelio de Jesús, semilla plantada en la tierra con la Encarnación, árbol de vida que acoge a todas las gentes con la evangelización y el testimonio. Con el gozo de ofrecerle a Dios nuestro ser y nuestro obrar para que, en ellos y por ellos, instaure en nosotros y entre nosotros su modo de ser, su proyecto de salvación, la vida trinitaria, reino de Dios en la tierra” (Jesús Castellano, ocd)

La forma pasiva del “a vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios”, es la manera bíblica de aludir a la iniciativa gratuita de Dios, evitando nombrarle, y quiere decir precisamente eso. Que a los discípulos – anticipando la ayuda del Espíritu Santo que recibirán después de la resurrección - el Padre les ha concedido reconocer a Jesús como su enviado y poder seguirlo.    

Bruno Moriconi, ocd