Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Mc 6,1-6

1Saliendo de allí se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. 2Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? 3¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él. 4Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». 5No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. 6Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Si nos fijamos en la palabra clave, la comprensión de este relato sobre la mala acogida de su gente a la vuelta de Jesús a su pueblo una vez empezada su vida pública, resultará más fácil. ¿Y cuál es esta palabra clave? La que se encuentra al final del tercer versículo, donde se lee que sus aldeanos se escandalizaban a cuenta de Jesús. 

         

         Un escándalo que aquí no hay que tomar en el sentido moral que utilizamos nosotros, pensando al comportamiento malo de una persona adulta o con alguna responsabilidad que puede influir dañosamente en otros. En este sentido parece ser empleado también en el Evangelio, donde el mismo Jesús, por ejemplo, amonesta a sus discípulos con estas duras palabras: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar” (Mt 18,6)

Pero, si miramos bien el contexto en que Jesús dice esto, o sea cuando habla de la necesidad de hacerse como niños para ser sus discípulos, tampoco allí escandalizar significa simplemente dar un mal ejemplo, sino ser de impedimento a los que lo quieren. De hecho, cuando Jesús dice “uno de estos pequeños”, no se refiere a críos, sino a quienes los chavales representan, o sea, a los que tratan de hacerse pequeños para servir a los demás. 

El término griego eskándalon significa un obstáculo que puede hacer tropezar o ser de impedimento. Para entenderlo, podemos pensar en lo que dijo Jesús a Pedro en Cesarea de Filipo cuando, después de haber anunciado, por primera vez, que Él (el Hijo del hombre) “tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16,21), Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.  “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte”, le decía. 

Ante tal respuesta, Jesús se volvió y le dijo: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo (sk­­­ándalon), porque tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16,23). Es todo muy claro: a Pedro, que ha pretendido ponerse “delante” de Él para impedirle continuar el camino anunciado - ir a Jerusalén y tener que ser ejecutado -, Jesús quiere decir sencillamente que se quite de allí y que vuelva a su sitio, o sea, detrás de Él. Pedro no estaba escandalizando a Jesús, sino, queriendo detenerle, se había convertido en piedra de tropiezo, o sea, en un obstáculo.  

         Con este ejemplo, creo que el significado de la palabra queda bastante aclarado para entender por qué los de Nazaret se escandalizaban a cuenta de Jesús. Aquí el obstáculo es solo conceptual. No es que Jesús, como Pedro con Él, se ponga delante de sus vecinos impidiéndoles moverse, sino que el hecho de conocerle desde niño, de conocer a su familia y saber que es un carpintero, resulta un obstáculo para aceptarle como Mesías.  “¿De dónde saca todo eso?”, se preguntaban al oírle hablar como un profeta. “¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”. “Y”, a causa de esto “se escandalizaban a cuenta de él”.  

  

         Los pobres vecinos de Jesús reaccionan como reaccionaríamos nosotros viendo a un obrero cualquiera ponerse de repente a enseñar a la gente y, además, con una sabiduría extraordinaria. Las preguntas que se hacen aquel día en Nazaret nacen del hecho de que no es fácil reconocer a un profeta en su tierra y entre sus parientes. Ante de la extraordinaria sabiduría de Jesús, los nazarenos se admiran, pero lo que les impide aceptarlo es el origen sencillo de Jesús. No soportan que uno de ellos se presente como salvador.

Y es precisamente en esto donde se encuentra el mensaje evangélico por excelencia. Esta reacción de los vecinos de Jesús representa el escándalo, la principal piedra de tropiezo ante el Evangelio. Se trata del escándalo de la Encarnación, en la que los creyentes encuentran la sabiduría y el amor de Dios y los demás la piedra de tropiezo. “Los judíos”, escribe efectivamente Pablo a los Corintios, “exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados - judíos o griegos -, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Co 1,22-25).

Los que creen saben que “cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial” (Gal 4,4-5). Saben que ese Hijo de Dios, al encarnarse, “se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia,se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2, 6-8).

Los nazarenos no podían saber todo eso, pero su rechazo de Jesús debido al hecho de conocer a su familia y su oficio de simple carpintero es muy importante. De hecho, lo que para ellos fue un obstáculo, para nosotros es la prueba de que, en verdad, el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros, al punto de ser conocido como un carpintero más.     

 

Bruno Moriconi, ocd