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Comentario al Evangelio del Domingo por Bruno Moriconi, ocd

EVANGELIO: Mc 7,31-37

31 Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32 Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. 33 Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. 34 Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). 35 Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. 36 Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. 37 Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Effetá

      Creo que la palabra clave de este episodio es la que Jesús, mirando al cielo y suspirando, dijo al sordo de Sidón: “Effetá”, en su lengua aramea, que significa “ábrete!”. Efectivamente, aunque se refiera al oído de aquel sordo, esta orden se dirige al corazón de cada hombre. Ese pobre hombre incapaz de oír nos representa, de hecho, a cada uno de nosotros llamados por Jesús a abrirnos a su mensaje.

     Desde este punto de vista, son también muy significativos el hecho de apartar a ese sordo de la gente, para tratarlo a solas, y el suspiro profundo [un gemido] de Jesús. “Él, apartándolo de la gente, a solas”, se lee en el texto, “le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá”. La saliva y la mirada al cielo evocan ciertamente al Espíritu Santo, pero los dejamos aparte y nos fijamos en la curación “a solas” y en el suspiro de Jesús.

     El ser apartado de la gente, evoca, de hecho, la promesa del Señor al pueblo de Israel, elegido como su esposa: “Yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón […]. Allí responderá como en los días de su juventud […] me llamarás esposo mío y ya no me llamarás mi amo” (Os 2,16-18). La necesidad de estar a solas con el Señor es, efectivamente, esencial para oír y entender su palabra y ponerla en práctica.

     El suspiro (Jesús, mirando al cielo gimió) indica la fatiga y el esfuerzo por parte del Señor para hacerse entender, no tanto de aquel sordo de Sidón, sino de cada uno de nosotros, representado por él. Al Señor “Toda la creación le ha costado solo una palabra, más un simple soplo para dar vida al hombre. En cambio, darnos un corazón nuevo le cuesta la vida. Este gemido es el preludio [de hecho] del alto grito de la cruz” (Silvano Fausti).

     Como se puede ver, cuando leemos el Evangelio, no debemos simplemente detenernos a considerar la capacidad de Jesús de realizar milagros, sino fijarnos en lo que, a través de esos gestos y acontecimientos, se dice de nosotros. Que con el toque de Jesús se abran los oídos y se libere la traba de la lengua de aquel pobre sordo y, así, empiece a hablar correctamente, se nos cuenta para que lo entendamos referido a nosotros. Somos nosotros los sordos que, precisamente por no escuchar al Señor que nos sigue hablando, incluso a través de nuestros hermanos y hermanas, no hablamos y no vivimos correctamente, o sea, como discípulos suyos.

     Lo dejó escrito muy bien el p. Jesús Castellano, ocd, con estas palabras publicadas en un escrito póstumo: “Effetá. Comunicación con Dios. Capacidad para escuchar el silencio y la Palabra de Dios. Habilidad para captar sus mensajes en medio del trajín de la jornada, en el trabajo y en el metro. […] Palabra milagrosa de Jesús para abrirnos a la comunicación con nuestros hermanos […], para escuchar con el corazón silencios y penas, para adivinar problemas y temores, para liberar diálogos que llevan a Dios y energías escondidas”.

“Tutta la creazione gli è costata solo una parola, più un semplice soffio per animare l’uomo. Per darci, invece, un cuore nuovo, gli costa la vita. Questo gemito prelude [di fatto] l’alto grido della croce” (Silvano Fausti)