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EVANGELIO: Mc 9,38-48

Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». 39 Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. 40 El que no está contra nosotros está a favor nuestro. 41 Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. 42 El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. 43 Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga. 45 Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la gehenna. 47 Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la gehenna, 48 donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

 

El que escandalice a uno de estos pequeñuelos…

El discípulo Juan ha entrado en la tradición como el dulce jovencillo que en la última cena se apoyó en el pecho de Jesús para preguntarle quien entre los apóstoles le entregaría a las autoridades judías, como el más sensible de todos, identificado incluso con el discípulo amado. Hay, sin embargo, dos o tres momentos en los que se muestra bastante intransigente, belicoso y hasta ambicioso. En una palabra, antes de Pentecostés, cualquiera de nosotros, también él.

         Aquí, solo se preocupa de que un tal se aproveche del nombre de Jesús para hacer lo mismo que su Maestro (“hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre”, le dice, “y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros”). En otra ocasión, sin embargo, junto con su hermano Santiago se muestra realmente obstinado. Lo cuenta Lucas en su evangelio al hablar de la decisión de Jesús de dirigirse hacia Jerusalén pasando por Samaria. Teniendo que pasar por esa región hostil de los samaritanos, había enviado mensajeros delante de Él, para que le dejaran camino por su tierra. Al entrar, sin embargo, en una aldea no quisieron recibir a Jesús, precisamente porque caminaba hacia Jerusalén, la ciudad maldita según ellos, que tenían su templo antagonista en el Monte Garizim.

         “Al ver esto”, escribe Lucas, “Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?” (Lc 9,54). Por su parte, Jesús los regañó y, sin hacerles caso, se encaminó con los discípulos hacia otra aldea. No en vano, cuando llamó a los dos hermanos, hijos de Zebedeo (Santiago y Juan), para ser sus discípulos, fue el Maestro mismo quien les puso “el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno” (Mc 3,17).

No sabremos nunca si este título de Boanerges, Jesús quiso referirlo a la fuerza de la predicación futura de estos dos hermanos o, sencillamente, a su carácter intransigente, como se manifiesta en el caso de los samaritanos hostiles y, hasta ambicioso, puesto que no dudaron en pedir al Maestro poder sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en el momento de su victoria mesiánica (Mc 10,37).

No sabremos nunca la motivación de este apelativo, pero no es eso lo que cuenta. Lo que importa, en efecto, es la respuesta de Jesús que, a la propuesta de Juan (“Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros”) contesta así: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

El bien no debe ser impedido, quiere enseñarnos Jesús, aunque quien lo cumple no sea de “los nuestros”. Más bien, debe ser apreciado, sea ello obra de “nuestros” santos como de otros, a lo mejor ateos. El hecho mismo de que Juan alegue, como razón para impedirlo, que aquel que está echando demonios “no viene con nosotros”, revela que le interesa más su peculiaridad de discípulo que el bien en sí.

Por otra parte, lo sepa o no lo sepa, quien hace el bien, siempre lo cumple por el camino filial de Jesús, puesto que todos llevan su imagen divina y han sido creados capaces de cumplir el bien. Los "otros", los no católicos o ni siquiera cristianos, no son enemigos a los que combatir, sino hermanos a los que querer, todos recorriendo el mismo sendero, aunque inconscientemente. Por eso, Jesús añade: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

Siguen, luego, dos enseñanzas, una sobre la dignidad de ser discípulos (“el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa”) y una sobre el deber de custodiar el bien de los “pequeños” en lugar de escandalizarlos.

Escandalizar, como hemos visto en otras ocasiones, al contrario de servir, significa poner obstáculos. En lugar de ayudar a los demás, con nuestra manera de hablar y de vivir en el camino de Cristo, hacerlos tropezar y caer. Es de tal gravedad hacer esto, que sería preferible incluso encajarse en el cuello una piedra de molino y echarse al mar. Cortarse una mano, un pie y hasta sacarse un ojo, si uno de estos órganos induce a pecar contra los demás, son imágenes duras que no hay que tomar literalmente, pero, con esas propuestas, Jesús nos quiere hacer comprender la importancia de luchar por el bien de los demás, que es lo que vale más que todas las devociones.

Bruno Moriconi, ocd