Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Lc 9,28b-36

28 [Unos ocho días después de estas palabras], tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. 29 Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. 30 De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, 31 que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. 33 Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. 34 Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. 35 Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». 36 Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

         Con solo prestar atención a los detalles, este relato de la transfiguración se explica por sí mismo, o sea, no hay que seguirlo paso a paso. El primer dato es que Jesús, para subir al monte de la Transfiguración, solo toma consigo a Pedro, a Juan y a Santiago. No solo no son los mejores, sino que tal vez, son los que tienen la cabeza más dura, aunque sean destinados, Pedro por primero, a ser las columnas, una vez creyentes, de todos los llamados a seguir a Cristo.

Los tres que ya han sido testigos de la resurrección de la hija del jefe de la sinagoga de Cafarnaún (Mc 5,37), están ahora presentes en el evento glorioso de la transfiguración y, en fin, los que querrá Jesús a su lado en la hora triste de Getsemaní (Mc 14,33). En el momento no entendieron ni lo que significaba la gloria de Cristo en la transfiguración, ni tampoco su tristeza en Getsemaní, pero, una vez recibido el Espíritu, sí que entenderán. No solo, sino que lo atestiguarán con las palabras y con la vida.

         El segundo detalle en el que fijarnos, es que Jesús “subió a lo alto del monte para orar”, y fue “mientras oraba, [que] el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor”. En el origen está la oración que, por lo que se refiere a Jesús, quiere decir unión íntima con el Padre. El clima que rodea el suceso (el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor) hace pensar en una experiencia de comunión divina con el Padre por parte de Jesús, porque aparece una luz sobrenatural. “Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”, escribe Marcos, “como no puede dejarlos ningún batanero del mundo” (Mc 9,3).

         Por parte de los tres discípulos se trata de una visión, porque Lucas termina escribiendo que “no contaron a nadie nada de lo que habían visto”. En concreto, Pedro, Santiago y Juan ven que dos hombres conversan con Jesús, Moisés y Elías, y hablan del éxodo, que iba a consumar en Jerusalén. ¿Por qué estos dos y no otros? Porque Moisés representa a la Ley, o sea, al Pentateuco, la parte más importante del Antiguo Testamento, y Elías a todos los Profetas. Estos hombres eminentes que bien conocen la importancia del éxodo para Israel, ahora, refiriéndose al pasaje de Jesús por su pasión, muerte y resurrección, hablan también de éxodo.

No importa que los tres discípulos no entiendan ahora este paralelo (entre el éxodo antiguo y lo que Jesús iba a consumar en Jerusalén), lo importante es que lo recuerden cuando eso pase de verdad y, con la luz del Espíritu, lo entiendan. Por el momento, no se sabe, porque “Pedro y sus compañeros se caían de sueño”. Vienen de subir al monte, no es todavía de noche, ¿y los tres se caen de sueño? ¿Será, tal vez, porque el evangelista nos quiere comunicar que, a pesar de ver a Moisés y Elías hablando de ese éxodo, no entienden sino algo espectacular? De hecho, mientras se dormirán también en Getsemaní, a pesar que Jesús les pida vigilar con él, que está luchando contra la muerte, ahora no tienen otra cosa que decir, sino que les gustaría quedarse allí, en el monte. “¡Qué bueno es que estemos aquí!”, balbucea Pedro. “Haremos tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

         El evangelista comenta que Pedro, dice esto, porque no sabía decir otra cosa (“no sabía lo que decía”). ¿Por qué? Porque piensa solo en el gozo que les da estar en esta atmósfera de cielo, como si Jesús se hubiera manifestado solo para ellos y para dejarlos en contemplación, cuando la vida es otra cosa mucho más real y, regularmente, sin milagros. De hecho, una vez que una nube los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube hizo entender que el Maestro era el Hijo, el Elegido que tenían que escuchar, se quedaron con Jesús solo. Puede que, para ellos, haya sido una decepción, pero la salvación nos ha llegado y sigue llegándonos así, de Jesús solo, que entrega su vida por todos. Como aparece en la trasfiguración, Él es Dios, pero un Dios hecho hombre, como aparece en la cruz. El contenido de nuestra fe es el Hijo de Dios crucificado. ¡Ha resucitado, claro! Sin eso sería vana nuestra fe, como dice San Pablo, pero nuestra salvación se ha operado el viernes santo. Por esto, el mismo Pablo, a los Corintios escribirá que nunca entre ellos se preció “de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1Co 2,2).

         Las “tres tiendas” que Pedro se ofrece a construir podrían ser una alusión a la Fiesta de las Cabañas, y, en este caso, el discípulo se equivocaría lo mismo, porque sería como reconocer que Jesús es el Mesías, mientras es mucho más que esto.

“Ellos”, concluye el evangelista, hablando de Pedro, Santiago y Juan bajando del monte, “guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto”. Lucas no lo dice, pero ese callar no fue por iniciativa de los tres discípulos, sino que se los había impuesto el mismo Jesús, como relatan Mateo y Marcos con estas explícitas palabras: “Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos” (Mc 9,9). No tienen que hablar de lo que han visto porque el sentido de quién es Jesús y cuál ha sido su misión solo será comprensible a la luz de su muerte y su resurrección que todavía no pueden ni pensar.

Nosotros, a diferencia de los tres testigos, estamos al corriente del significado de la muerte y resurrección de nuestro Salvador, pero para llegar a poder decir con Pablo “no me precio de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado”, puede ser, que aún nos falte mucho. La tentación a conformarnos con nuestras devociones puede ser todavía grande, pero tenemos, sin embargo, la oración, con la cual acercarnos, cada vez más, a Jesús y aprender su amor.    

 

Bruno Moriconi, ocd