Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Lc 19,28-40

 

28 Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén. 29 Al acercarse a Betfage y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, 30 diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente; al entrar en ella, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado nunca. Desatadlo y traedlo. 31 Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, le diréis así: “El Señor lo necesita”». 32 Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. 33 Mientras desataban el pollino, los dueños les dijeron: «¿Por qué desatáis el pollino?». 34 Ellos dijeron: «El Señor lo necesita». 35 Se lo llevaron a Jesús y, después de poner sus mantos sobre el pollino, ayudaron a Jesús a montar sobre él. 36 Mientras él iba avanzando, extendían sus mantos por el camino. 37 Y, cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, 38 diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas». 39 Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». 40 Y respondiendo, dijo: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».

El Evangelio de hoy – Domingo de Ramos - es el relato de la Pasión (Lc 22,14 23,56) que - sin necesidad de comentario - se ofrece, en su totalidad, para ser escuchado atentamente y meditado personalmente. Aquí prefiero comentar el Evangelio que se lee antes de empezar la procesión de ramos (Lc 19,28-40) y que relata la entrada de Jesús en Jerusalén y su acogida por la gente simple y sencilla que, contra la opinión de las autoridades religiosas, lo reconoce como Mesías “hijo de David”.    

La expresión “dicho esto” con la que empieza el relato del solemne ingreso de Jesús se refiere a las palabras pronunciadas por Él al final de la parábola de las diez minas que termina con esta sentencia: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. “Dicho esto”, escribe Lucas, “[Jesús] caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén”.

Ese caminar delante de los demás discípulos y el subir hacia Jerusalén es muy importante en el tercer Evangelio, estructurado todo él como un único viaje de Jesús que comienza en 9,51 con estas palabras: “Cuando se cumplía el tiempo de su asunción, emprendió decidido [se puso serio y emprendió] el viaje hacia Jerusalén”.

Se están acercando a Jerusalén, nos informa el evangelista, pasando por Betfage (casa de las higueras) y Betania (casa de los pobres o de Ananías), donde Jesús se encontraba a veces con Marta, María y Lázaro, sus amigos. Dos lugares que, viniendo de Jericó donde hasta entonces habían estado, son las últimas poblaciones antes de llegar a la cumbre del monte de los Olivos, desde la cual se admira la ciudad en toda su espléndida anchura. Entre el monte y Jerusalén está el torrente Cedrón y, antes de bajar para subir de nuevo a la Ciudad, Jesús ordena a dos de sus discípulos que vayan a buscarle un pollino en el que quiere montar.

En ese momento Jesús, a pesar de lo que le va a pasar dentro de pocos dias, no está triste como lo estará poco después, cuando, al acercarse más a la ciudad y viendo la hostilidad de los jefes contra él, lloró sobre ella profetizando los asedios de los romanos que “no dejarán piedra sobre piedra”, por no haber reconocido el tiempo de la visita de Dios (vv. 41-44).             

No se conoce el lugar donde se encuentra esa “aldea de enfrente”, a la que Jesús envía a los dos discípulos a desatar un pollino; quizás pueda ser un poblado en la misma cumbre del monte. Lo que interesa es el mismo pollino y el hecho de que nadie lo ha montado nunca. ¿Por qué? Porque, según Números 19,2 y Deuteronomio 21,3, un animal destinado al culto no tiene que haber llevado el yugo. Por su parte Zacarías 9,9, refiriéndose directamente a la entrada del Mesías, había profetizado: ¡Salta de gozo, Sión; ¡alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna”.  

Los dos discípulos encargados por Jesús fueron a la aldea indicada por el Maestro y, después de haber aclarado a los dueños del animal que lo necesitaba su maestro (“El Señor lo necesita”, dijeron) se lo llevaron y lo trajeron a Jesús que los esperaba. Todo lo que sigue después de haber echado unos mantos encima al animal para que Jesús lo montase, parece acaecer espontáneamente: muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo y los que iban delante y detrás, iban gritando: “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas”.

La colocación de los mantos a los pies de la cabalgadura de Jesús recuerda la acogida de Jehú una vez ungido rey de Israel (2Re 9,11-13) y a los fariseos parece peligroso que Jesús permita que le aclamen también a Él como “el rey que viene en nombre del Señor”. “Maestro”, le dicen, “reprende a tus discípulos”. Es la última vez que en el evangelio de Lucas aparecen los fariseos que – por lo tanto -, resultan no implicados en la condena de Jesús. De hecho, solo el evangelista Lucas relata invitaciones a Jesús por parte de alguno de ellos a comer en su casa (Lc 11,37 e 14,1). La simpatía de Lucas por los fariseos se manifiesta también cuando algunos de ellos se acercan a Jesús y le aconsejan que se marche de Judea porque Herodes quiere matarle (13,31).[1]

Incluso cuando, ahora, algunos fariseos de entre la gente le dicen que haga callar a los discípulos que le aclaman como “el rey que viene en nombre del Señor”, sería posible que lo hagan solo para evitar que las autoridades romanas piensen en Él como en un rebelde peligroso. No pueden imaginar, que Jesús se está encaminando precisamente a dar la vida para el rescate de la multitud. No pueden saberlo los fariseos como, ese día, a pesar de llevarle en triunfo, tampoco lo sabe la gente y los mismos discípulos.

Cuando, sin embargo, el evangelista, unos treinta años más tarde, refiera la respuesta de Jesús a estos fariseos (Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras”), ya saben muy bien los creyentes lo que quería decir. Saben que esta expresión, tomada del profeta Habacuc (2,11), expresa la buena noticia que está llegando a todo el mundo. La Buena Noticia (Euaggelion) de que en la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios, para que su amor llegase a todos, se ha dejado arrebatar la vida. ¿No había escrito, Lucas, que un día, Jesús se había puesto serio y había emprendido su viaje hacia Jerusalén?

Bruno Moriconi, ocd


[1] Esta simpatía es probablemente debida al hecho de que Lucas, colaborador y amigo de san Pablo (2Tm 4,11) conoce bien el orgullo del Apóstol por haber sido fariseo, como confiesa claramente a los Filipenses: “Circuncidado a los ocho días, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo” (Fil 3,5; cf. At 23,6 e 26,5).