Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Jn 16,12-15

12 Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; 13 cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. 14 Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará.

 

¡Qué bonita es esa manera de expresarse de Jesús! “Muchas cosas me quedan por deciros, dice a sus discípulos, pero no podéis cargar con ellas por ahora”. Él sabe muy bien que no se trata solo de entender sus palabras, sino también lo que le va a suceder dentro de poco en la pasión. No estaba escrito en ninguna parte, tampoco en los profetas de Israel, que – como lo escribirá Pablo a los Gálatas - al llegar “la plenitud del tiempo”, Dios hubiera enviado “a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial” (Gal 4,4-5). ¡Y además en Nazaret!

Tuvo razón Natanael que, al oír que Andrés y Felipe le decían haber reconocido al Mesías en Jesús de Nazaret, había replicado: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. Se equivocaba, pero, al mismo tiempo, desde el punto de vista de la sabiduría religiosa de entonces, tenía toda la razón. No es por nada que el mismo Jesús, al ver que se estaba acercando, dijo de él a los demás: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” (Jn 1,46-47). Y dijo eso, no irónicamente, sino para subrayar que se había expresado según la Ley.

Al preguntarle, de hecho, Natanael como pudiese decir eso de él sin conocerle (“¿De qué me conoces?”), Jesús le contentó así: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Estar debajo de la higuera significa estar debajo de la Ley, o sea, ser un buen israelita o “un israelita de verdad”, come define Jesús a Natanael. La higuera, así como la viña de la cual habla Isaías (Is 5), son figuras que la Biblia utiliza para designar a Israel y a la Ley que el Señor le ha dado para que todos los pueblos comprendan lo que Él se espera de toda la humanidad. De hecho, lo que Dios se esperaba no ha funcionado. La sola Ley, aunque sea la mejor que Dios haya podido dar a su pueblo, a través de Moisés, no ha sido suficiente.

Por eso, los profetas Jeremias y Ezequiel, habían anunciado que algo tenía que pasar, ya que el Señor no quería abandonar su plan de salvación. “Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones” (Jer 31,33), prometió por medio de Jeremias. “Os infundiré mi espíritu”, reiteró por medio de Ezequiel, “y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos” (Ez 36,27). Esas promesas habían sido pronunciadas, pero hasta entonces nadie las había visto realizarse, ni tampoco pensaban en ello los discípulos a los cuales Jesús estaba hablando esa tarde de la última cena.

Volviendo ahora al símbolo de la higuera, los discípulos no habían entendido el porqué, por ejemplo, unos dias antes, Jesús hubiese exigido comer el fruto de una de ellas fuera del tiempo de los higos. Sintiendo hambre y viendo de lejos una higuera, se le había acercado para ver si encontraba algo y, al no encontrar más que hojas, hasta la había maldecido con estas duras palabras: Nunca jamás coma nadie frutos de ti”. Aparentemente un gesto absurdo, ya que no era tiempo de higos, pero el evangelista (Mc 11,12-14) lo cuenta ya cuando, a la luz de la pasión y resurrección de Cristo, ha sido entendido como signo profético. Un gesto para indicar que Israel, su Ley y su Templo, estaban para acabar su tiempo y, por eso, como una higuera fuera de su estación, eran incapaces de producir frutos.

Aquel día, los discípulos no entendieron, ni hubieran podido entenderlo, precisamente porque no se había todavía cumplido esa profecía del corazón nuevo. No entendieron casi nada antes la llegada del Espíritu y, sobre todo, estaban a punto de perder toda esperanza ante la pasión y muerte del Maestro. Por eso Jesús les dice, antes de que todo eso pase, “muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora”. Y enseguida añade: “Cuando [sin embargo] venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”.

Os guiará”, dice Jesús del Espíritu, porque será él el Guía del nuevo pueblo, así como Moisés lo había sido del viejo. De este Espíritu, Jesús dice que “no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye” y que “recibirá de lo mío y os lo anunciará”. De hecho, la función del Espíritu es la de guiar que, en griego, quiere decir “llevar por la via” (hodegein), o sea por el camino (hodos) que es Jesús.

Respeto a las palabras que parecen renviar al futuro (“os comunicará lo que está por venir”) no deben ser referidas a nuevas revelaciones, sino a la infinita novedad de las cosas cumplidas una vez para siempre por Jesús. En Él el Padre ha dicho todo, pero, con la ayuda del Espíritu, la comunidad eclesial y cada uno de los cristianos toman conciencia cada día de manera nueva y más profunda. Penetrando siempre más hondamente en el misterio del Amor con el cual, juntamente, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (la santísima Trinidad), abrazan a toda la humanidad.

 Bruno Moriconi, ocd