Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Lc 10, 38-42

38 Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. 39 Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». 41 Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; 42 solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Jan Vermeer (1632-1675)

María, sentada escuchaba su palabra.

Marta, andaba muy afanada con los muchos servicios

         Para entender bien el sentido de lo que Jesús dice a Marta (que solo una cosa es necesaria), hay que leer el encuentro en la casa de Betania sin olvidar lo que acaba de pasar al Maestro en Su camino hacia Jerusalén. “¿Quién es mi prójimo?”, acaba de preguntarle un doctor de la ley queriendo saber hasta donde tenía que extender el deber de amar a los demás.

Como hemos visto, por su parte, ignorando esa pregunta sobre la extensión del precepto, Jesús, a través de la parábola del buen samaritano, le ha hecho entender que, en lugar de hacerse preguntas sobre cuantas sean las personas que hay que amar, tiene que hacerse él, prójimo. ¡Y de cualquiera necesite su ayuda! ¡Al igual de aquel samaritano que, dejando al lado sus intereses, se había parado a socorrer aquel pobre hombre que unos malhechores habían dejado medio muero al borde del camino! El verbo importante, en esa parábola, era el hacer.

Aquí en casa de Marta, en cambio, el verbo que hay que subrayar es el escuchar. Está bien que Marta haga todo lo posible para acoger a Jesús en su casa (es la justa manera de acoger a los hermanos), pero, para que eso salga de verdad desde el amor, hay una cosa más importante y hasta esencial: sentarse a los pies del Maestro para aprenderlo de Él que, al final y al cabo, es el único verdadero samaritano nuestro.

Precisamente como lo ha entendido María de Betania, de la cual Jesús dice que ha escogido la mejor parte que no se la van a quitar nunca. De hecho, solo aprendiéndolo de Jesús, llegamos a ser verdaderos cristianos, o sea, buenos samaritanos. Hacer cosas buenas es lo que tenemos que hacer, para que nuestra fe resulte verdadera, pero solo el corazón con qué las hacemos, demuestra que somos discípulos de Jesús. De hecho, como hemos notado comentando la parábola, el samaritano detiene su viaje para curarse del hombre herido, solo porque, a diferencia del sacerdote y del levita que, viéndolo, se apresuran a dar un rodeo y pasar de largo, se conmueve (esplagchnísthê) de los mismos sentimientos de Jesús.

La hermana de Marta no es el modelo de la contemplativa, como la tradición ha querido imaginarla, sino del discípulo como tal. De hecho, no está contemplando a Jesús, sino que “sentada junto a los pies del Señor, escucha su palabra”. Por eso el Maestro le reprocha a Marta su andar muy afanada con los muchos servicios y su reclamo en contra de su hermana María y hasta contra Él: “¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir?” Dile que me eche una mano”.

Marta tiene toda la razón. “Si se estuviera como María, embebida”, escribe hasta Teresa de Avila, “no hubiera quien diera de comer a este divino Huésped” (Camino 17,5). Y, de hecho, el reproche de Jesús no quiere impedirle preparar cosas buenas para la comida. Solo desea que Marta sepa, y lo sepamos nosotros que leemos el evangelio, dónde hay que buscar lo esencial y la fuerza para hacerlo todo. Respondiendo, le dijo el Señor: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada".

Jesús no habla de una cosa útil, sino necesaria y no está refiriéndose a las necesidades para la existencia en la tierra, donde muchas cosas son necesarias. Desde este punto de vista de la vida concreta, incluso Él, necesita más la comida de Marta que la atención de María. Si queremos, sin embargo, saber lo que queda para siempre, hay que aprenderlo de Jesús en lo que hace de excepcional, o sea, dar la vida por nosotros y todos los demás.

Lo que va a quedar de nosotros no es lo que hemos amontonado, sino lo que hemos dado. De momento, Marta se limita en el acoger al amigo Jesús con todo su amor que Jesús le contracambia, pero María, quizás sin saberlo, estando sentada a los pies del Maestro, personifica a todos los discípulos.

Bruno Moriconi, ocd