Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Lc 16,19-31

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. 20 Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, 21 y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. 22 Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. 23 Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, 24 y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. 25 Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. 26 Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. 27 Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, 28 pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. 29 Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. 30 Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. 31 Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni, aunque resucite un muerto”».

         Ante una parábola como ésta del pobre Lázaro no se tiene que cometer el error de deducir que la enseñanza sea simplemente la que aparece como justicia humana. Es decir, No hay que pensar que el rico comilón que ha gozado de todo en este mundo, en el otro tenga que ir a sufrir en el infierno y solo el pobre Lázaro que ha sido atormentado en este mundo vaya, justamente, a gozar en el cielo. Es espontáneo y consolador, por quien sufre, pensarlo y deseárselo. Es lo que se piensa en cada sociedad y en cada religión, pero el lector cristiano del Evangelio no puede pensar que el Hijo de Dios haya venido en este mundo solo para enseñar una consolación tan elemental.

De hecho, tomando a la letra la antigua enseñanza de la Sagrada Escritura que se lee en Dt 28,3-4, el rico hubiera podido pensar que su fortuna, era una clara señal de la bendición de Dios, mientras que la miseria del pobre mendigo, en cambio, una maldición. “Bendito seas en la ciudad”, se lee en ese texto, “bendito seas en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu suelo, el fruto de tu ganado, las crías de tus reses y el parto de tus ovejas”.

Tomando a la letra textos como este (como lo hacen los predicadores televisivos de algunas sectas pentecostales que muestran sus automóviles y sus ricas habitaciones como prueba de lo que Dios les ha dado en cambio de su fe en Él), se podría concluir que el rico es tal porque premiado por el Señor y el pobre es tal porque (por algo), es castigado.

Pero en la Escritura hay también otras enseñanzas. Según Lev 19,9-10, por ejemplo, parte de la cosecha tiene que ser compartida con los pobres y, en el mismo libro del Deuteronomio del que hemos tomado las palabras anteriores de bendición de las riquezas, se pueden leer estas otras que empujan a la generosidad: “Si hay entre los tuyos un pobre, un hermano tuyo, en una ciudad tuya, en esa tierra tuya que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre. Ábrele la mano y préstale a la medida de su necesidad. Cuidado, no se te ocurra este pensamiento rastrero: Está cerca el año séptimo, año de remisión, y seas tacaño con tu hermano pobre y no le des nada, porque apelará al Señor contra ti, y resultarás culpable. Dale, y no de mala gana, pues por esa acción bendecirá el Señor, tu Dios, todas tus obras y todas tus empresas. Nunca dejará de haber pobres en la tierra; por eso yo te mando: Abre tu mano al pobre, al hermano necesitado que vive en tu tierra” (Dt 15,7-11).

Se entiende, entonces, por qué, a la solicitud del rico en el infierno de mandar a algún testigo para advertir a sus parientes todavía en vida de lo que los espera si no cambian conducta, Abrahán conteste que no hace falta. “Tienen a Moisés y los profetas: que los escuchen”, dice el patriarca, “Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso”.

La solución está precisamente aquí.

Aunque un muerto resucitara, no sucedería nada porque cada uno seguiría fijándose, digámoslo así, en el propio ombligo. Jesús no ha venido a asustar con el peligro del infierno a quien cumple el mal, sino a decir y mostrar cómo usar bien de nuestra inteligencia de hijos del mismo Dios. “Haceos amigos con la riqueza de este mundo" (Lc 16,9), había dicho apenas en la parábola anterior del administrador, malo, pero, desde el punto de vista de su interés, muy sensato.  

El seno de Abraham y el infierno, donde van respectivamente a parar el rico comilón y el pobre hambriento, no representan ni la salvación ni la condenación eterna. En fuerza del perdón pedido por Jesús al Padre en la cruz, esperamos que la condena eterna no toque ni a nosotros ni a nadie. Esta parábola es una severa advertencia para no creer que la felicidad esté en el comer y beber desvergonzadamente, “porque”, come se lee en la conclusión del primero de los Salmos, “el Señor conoce el camino de los justos, mientras el camino de los impíos se desmorona por sí solo” (Salmo 1,6).

Jesús nos quiere decir que vivir como hombres, hijos del mismo Padre, siguiendo su ejemplo, significa, en la medida de lo posible, darse y servir a los demás. Que lo que vale en la vida y nos quedará para siempre es solo lo que se ha dado a los otros. Cuando Jesús contó la parábola, nadie sabía que él era el Hijo de Dios hecho pobre para enriquecer a todos y que – para alcanzar este objetivo - se iba a dejar quitar hasta la vida. Él, en cambio, sabía y sigue sabiendo que incluso su resurrección no bastará, tampoco a los que dicen creer en Él, si no estarán verdaderamente atentos a las necesidades de los hermanos. Jesús ha muerto incluso por los cínicos ricos, pero querría que su ejemplo también valiera para ellos y que creciera, así (con la generosidad), el Reino de Dios en esta tierra.

A esto, de hecho, se refiere lo que pedimos en el Pater diciendo: “Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”. ¡Y…, confesémonoslo! Todos, a pesar de la resurrección de Cristo en que creemos y que proclamamos, seguimos un poco glotones y cínicos. Para que nuestra vida corresponda a nuestra fe, tenemos que salir de la esterilidad de la acumulación, real o deseada que sea, para hacernos útiles.    

 

Bruno Moriconi, ocd