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EVANGELIO: Lc 17,11-19

11Una vez, yendo camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. 12 Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos 13 y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». 14Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. 15Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos 16 y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. 17 Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». 19 Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

         La gratitud, “memoria del corazón”, según Jean-Baptiste Massieu (1743-1818), es una de los sentimientos más dignos del hombre. Se trata de la gratitud cariñosa que se prueba por quien nos ha hecho algo bueno y con el cual nos gusta sentirnos en deuda. Al contrario del clientelismo, la gratitud es una expresión libre y generosa por un favor recibido.

Un sentimiento natural, instintivo quizás, pero no por eso del todo garantizado. De hecho, el evangelista Lucas nos cuenta que, un día, se presentaron a Jesús diez leprosos deseosos de ser limpiados. El Señor los envió adonde los sacerdotes del templo para que - según las vigentes normas de pureza - averiguaran su efectiva curación con la posibilidad de volver a la vida común. Los diez fueron limpiados, pero solo uno de entre ellos pareció darse cuenta de que debía su curación a las manos del profeta de Nazaret que, tocándolo, lo habían sanado.

Uno de ellos – cuenta el evangelista - viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies dándole gracias. Era un samaritano”, nota con intención el evangelista para introducir las palabras del mismo Jesús que, por su parte, preguntó: “¿No se sanaron los diez? ¿Y los otros nueve dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios, sino este extranjero?”.

El caso, referido por el Evangelista Lucas, nos muestra al menos tres cosas. La primera enseñanza es que la gratitud, aunque parezca espontánea, no es tan frecuente como uno podría imaginarse y no coincide con el simple sentimiento, sino que es una virtud que necesita ser asimilada. La segunda se refiere a Jesús el cual, aunque sea el Señor y el único capaz de dar siempre sin esperar nada a cambio, agradece, también Él, el agradecimiento. La tercera atañe directamente al leproso y su paz interior.

En las palabras a él dirigidas por Jesús - "Levántate y ve, tu fe te ha salvado" – podría uno leer, implícita, una condena a la reaparición de las úlceras sobre el cutis de los nueve ingratos, pero el mensaje evangélico no es esto. Todos han sido curados y así van a quedar, puesto que no está en el estilo de Jesús hacer el bien y luego arrepentirse de ello. Solo que, entre la curación del samaritano agradecido y la de los otros nueve, hay una diferencia casi abismal. A los nueve que se han presentado a los sacerdotes para recibir la certificación que les ha permitido volver a las relaciones sociales que la lepra les había prohibió, faltará para siempre la alegría de sentirse agradecidos a su bienhechor. Por así decirlo, no han completado el circulo.

El samaritano que ha vuelto a dar las gracias, se siente, en cambio, completamente curado, en la piel como los otros nueve, pero también salvado. “Levántate y vete”, le dice, de hecho, Jesús, con un verbo distinto del de curar, “tú fe te ha salvado”.

Tal vez, el pobre samaritano, aun experimentando en su corazón el gozo de la gratitud y del agradecimiento de Jesús por haber vuelto, no pudo entender todo lo que esta diferencia (entre ser curado y ser salvado) significa, pero lo entiende bien el lector cristiano. Sabe bien, el creyente, que Jesús ha curado a muchas personas en su andar por Galilea, Judea, Samaria y otras tierras limítrofes, pero que, fue desde la cruz y para siempre, que salvó y sigue salvando a toda la humanidad. Una salvación totalmente gratuita, pero que, sin nuestra memoria del corazón, difícilmente es percibida.  

Bruno Moriconi, ocd