Orando con el Evangelio

Rom 15, 4-9

Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.  

Por eso, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a la fidelidad de Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en cuanto a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está escrito:

 «Por esto te alabaré entre los gentiles y cantaré para tu nombre».

…Así entre nuestra paciencia y el consuelo de las Escrituras podemos mantener el fuego de la Esperanza. Cuando los monjes, nos entregamos con gusto a la Lectio, para entenderla, para estudiarla, para meditarla, para interiorizarla… para hacerla vida… en el alma se destila el Rocío del CONSUELO. Sin esta lectura profunda, sin meditación, sin una adecuada interiorización, nuestra vida corre el riesgo de quedarse en la carne.

El origen de esta Paciencia… y este Consuelo es el mismo Dios. Cuando entregamos toda nuestra vida a Dios, cuando le entregamos Toda Nuestra Vida (también nuestro pecado, nuestro pasado, nuestra historia tumultuosa… TODO… ) entonces comienza a destilar en el alma este rocío de la Paciencia y el Consuelo. Díganme si no es verdad que un alto porcentaje de nuestros conflictos tiene por causa la impaciencia y la propia ansiedad y falta de paz proyectada en los demás.

Para este tiempo de adviento necesitamos también el Don precioso de la Unanimidad: una sola alma, un solo corazón.

Necesitamos El DON de la UNIDAD, porque, aunque aquí estemos   partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, libios, romanos, judíos, cretenses y árabes, todos en Cristo nos sentimos unánimes, concordes para alabar a Dios a una VOZ.

            Y termina Pablo evocando para este tiempo de preparación de adviento otra actitud que Jesús encarnó maravillosamente: el servicio. Dios en sus designios de amor envía a su Hijo como servidor, en primer término del pueblo elegido y en segundo término de los gentiles. El Ungido de Israel, el Mesías, el Hijo de Dios entra en el mundo como el servidor.

Ahí tenemos, hermanos, una larga lista de dones divinos que tocan lo profundamente humano para examinar hoy, aquí y ahora: nuestra paciencia, el consuelo de Dios, la comunión y la unidad entre nosotros, el servicio. Y toda esta preparación de Dones para desembocar en la figura monumental de María, nuestra querida Madre, la Virgen María, la predilecta, la llena de GRACIA, la Kecharitoméne en griego.

            En Cristo, este proceso de retorno a Dios por la obediencia que inaugura para nosotros un camino nuevo, tiene un insigne pórtico en María, en su Concepción Inmaculada. Ella llena de Gracia, Ella la concebida sin pecado, Ella la llena y rebosante de paciencia, de consuelo divino, la que prodiga concordia y unidad entre los Hijos de Dios, ella la Humilde, es la criatura elegida por Dios, para el momento de la Historia más importante después de la primera Creación: esto es la encarnación del Hijo de Dios.  

            A menudo cuando evocamos el día de la Purísima nos podemos quedar con un sentido distorsionado, arcaico, del verdadero significado de la Pureza de María y de la pureza de cada uno de nosotros, como discípulos del Señor. El triunfo de la Gracia, el triunfo de la resurrección en nosotros, está condensado en aquella frase preciosa en la que todos estamos comprometidos de algún modo: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí… esta frase, frente a aquella otra que decía: estaba desnudo y me escondí….

La redención no viene a mutilar a nadie, la salvación de Jesucristo no viene a desperdiciar lo bueno, lo bello lo verdadero de cada uno de nosotros hermanos…

Que la Virgen María, que su intervención como Madre, como Maestra, que su pureza virginal, que su SI confiado nos anime a dar nosotros nuestro particular SI, en confianza. Solo desde la Fe y la confianza… podremos vivir como discípulos. Amén.

                                                                                                                           P. Juan Javier, ocso