Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Lucas 9,28b-36

En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
-Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
-Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

I Domingo de Cuaresma Lucas 4, 1-13

Como un enigma al acecho Satanás vigila con la multitud de sus ojos las cenefas del viento, los valles recién sembrados, las colinas. Si se va a la fuente, allí está él dando a beber de su mano el agua necesaria. Si alguien sale a la noche mendigando estrellas, allí aparece con el disfraz de la luz más bella. Cuando, sin pretenderlo, la vida nos lleva al borde del abismo, abre su paracaídas de seda falsa y nos ofrece un destino de colores que ahogan.

Ladrón con llave de todas las cerraduras,
amor enmarañado,
sutil descompostura... 

Abanico quebrado, Satanás,
fuego velado en llamas de ceniza.

Jesucristo lo vio venir desde su hambre con frutas podridas en la boca:

-Cambia las piedras en panes. Te daré cuanto ves...

Después de la soledad llegan los ángeles, vino a contestarle el Señor con voluntad fortalecida en el gimnasio de la obediencia:

-Anda y vete, Satanás, y devuelve las llaves de sus casas a quienes has engañado con palacios. Vuélvete a la cueva de los desencantos. Deja a la mujer y a la manzana, al niño y a todos los hombres seguir esperanzados con las ramas verdes de su olivo.

TENTACIONES

I Domingo de Cuaresma Lucas 4, 1-13

Como un enigma al acecho Satanás vigila con la multitud de sus ojos las cenefas del viento, los valles recién sembrados, las colinas. Si se va a la fuente, allí está él dando a beber de su mano el agua necesaria. Si alguien sale a la noche mendigando estrellas, allí aparece con el disfraz de la luz más bella. Cuando, sin pretenderlo, la vida nos lleva al borde del abismo, abre su paracaídas de seda falsa y nos ofrece un destino de colores que ahogan.

Ladrón con llave de todas las cerraduras,
amor enmarañado,
sutil descompostura...

Abanico quebrado, Satanás,
fuego velado en llamas de ceniza.

Jesucristo lo vio venir desde su hambre con frutas podridas en la boca:

-Cambia las piedras en panes. Te daré cuanto ves...

Después de la soledad llegan los ángeles, vino a contestarle el Señor con voluntad fortalecida en el gimnasio de la obediencia:

-Anda y vete, Satanás, y devuelve las llaves de sus casas a quienes has engañado con palacios. Vuélvete a la cueva de los desencantos. Deja a la mujer y a la manzana, al niño y a todos los hombres seguir esperanzados con las ramas verdes de su olivo.

EVANGELIO: Lucas 4,1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
-Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre.»
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo:
-Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
-Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto.»
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.»
Jesús le contestó:
-Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios.»
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.


Arrodillados delante de Dios y de los pobres:

Puede que no lo hayas pensado, pero ésta es tu realidad: el día de tu bautismo, entrando en la comunidad eclesial, entraste en una tierra que es de Dios y que Dios ha dado a su pueblo, la tierra buena que es Cristo Jesús, tierra que mana leche y miel.

No añores el paraíso que Dios había plantado en Edén, hacia Oriente, y en el que puso al hombre que había formado de la tierra: Mucho más que un paraíso te ofreció a ti en Cristo Jesús el Padre del cielo.

No imites la idolatría de los padres que en aquel paraíso terrenal, figura del celeste que es Cristo Jesús, suplantaron la fruición de los dones de Dios por la apropiación y la posesión, y transformaron la gratitud humilde de quien todo lo recibía en el árido silencio de quien nada tiene que agradecer porque todo lo posee.

Toma tu cestilla, tú que has entrado por gracia en la tierra buena que es Cristo Jesús, y preséntala delante del Padre del cielo.

Toma tu cestilla y pronuncia delante del Señor, tu Dios, la confesión de tu fe.

Toma tu cestilla con las primicias de los frutos de la tierra en la que has entrado; Pon en ella tu pan que es el cuerpo de Cristo, tu sabiduría que es la palabra de Cristo. Pon en ella el Espíritu que te unge, el divino crisma que procede del olivo que es Cristo. Pon en ella la memoria de lo que en Cristo el Padre del cielo te ha regalado: De Cristo has aprendido a servir, a amar, a evangelizar a los pobres. En Cristo has entrado como hijo, como heredero, en la familia de Dios. Con Cristo serás glorificado.

Toma tu cestilla y póstrate en presencia del Señor, tu Dios.

No te dejes seducir por el Engañador.

Se te presentará como el que dispone a su antojo del poder y la gloria. Todo te lo promete a cambio de lo poco que parece pedir. Escucha lo que dice a Jesús en el desierto: “Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. El Engañador oculta lo que el Sabio enseña: que “el codicioso no se harta de dinero”, que “el avaro no aprovecha lo que tiene”, que “las riquezas guardadas perjudican al dueño”.

Tú no eres del Engañador sino de Cristo.

Tú no te arrodillas delante de nadie para alcanzar poder y gloria.

Como la tierra en la que has entrado, como Cristo Jesús de quien eres cuerpo, tú te arrodillas delante de Dios para adorarlo y darle culto, tú te arrodillas delante todos para servir: para lavar los pies de todos, para amar a todos, para llevar a los pobres la buena noticia que esperan o que necesitan.

Eso dice hoy nuestra comunión con Cristo Jesús: dice de quién somos; dice en qué tierra entramos; dice a quién queremos parecernos; dice con quién queremos caminar, a dónde queremos ir; dice qué frutos queremos dar; dice delante de quién nos arrodillamos –delante de Dios y de los pobres-; y dice también lo que llevamos en los labios y en el corazón –la fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado-.

Feliz domingo.

EVANGELIO: Lucas 6,27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis la usarán con vosotros.

EVANGELIO: Lucas 5,1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
-Maestro nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zedebeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
-No temas: desde ahora, serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.