Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Juan 6,51-59

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
-Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

EVANGELIO: Juan 6,41-52

En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho «yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
-¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo:
-No critiquéis: Nadie puede venir a mí, sino lo trae el Padre que me ha enviado.
Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

EVANGELIO: Juan 6,24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
-Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
Jesús les contestó:
-Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.
Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.
Ellos le preguntaron:
-¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?
Respondió Jesús:
-Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado.
Ellos le replicaron:
-¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."
Jesús les replicó:
-Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.
Entonces le dijeron:
-Señor, danos siempre de ese pan.
Jesús les contestó:
Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.

EVANGELIO: Juan 6,1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe:
-¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer).
Felipe le contestó:
-Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
-Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero, ¿qué es eso para tantos?
Jesús dijo:
-Decid a la gente que se siente en el suelo.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
-Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
-Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.

Un mundo nuevo:

Ese mundo se podría representar como un paraíso terrenal en el que todo es para el hombre y todo es don de Dios. Lo podríamos evocar también con la imagen de un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, un mundo de muerte aniquilada, de lágrimas enjugadas de todos los rostros.

Lo mismo el paraíso que el festín, remitirían a una realidad caracterizada por la abundancia y la gratuidad.

Pero la liturgia de este domingo pone el reino de Dios, el mundo nuevo, bajo el signo del pan escaso y compartido.

Lo recuerdo por si lo hubiésemos olvidamos: el domingo, por ser el día primero de la semana y el día octavo, es, con su eucaristía, memoria festiva y agradecida de Cristo resucitado, memoria del hombre primero de una humanidad nueva, memoria gozosa de una nueva creación, de un mundo nuevo iluminado con la luz sin ocaso de la resurrección del Señor.

Celebramos el domingo porque, resucitados con Cristo por la fuerza del Espíritu Santo, por la fe y los sacramentos de la fe, hemos entrado con Cristo en la nueva creación.

Ese mundo nuevo al que pertenecemos en Cristo, jamás dejarás de verlo como el reino de la abundancia y de la gracia: En Cristo hemos sido agraciados –bendecidos- con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Jamás dejaremos de verlo como el paraíso en el que nos ha colocado el amor de Dios.

Pero ese reino no debes dejar de verlo tampoco como el de la casa de Dios, el de la familia de Dios, el de los hijos de Dios, un reino, una casa, una familia, donde un pan compartido significa pan para todos, escasez que el amor transforma en abundancia simplemente con el gesto de dar y bendecir.

Porque compartimos nuestro pan, “Dios prepara casa a los desvalidos”; porque compartimos nuestro pan, “Dios da fuerza y poder a su pueblo”.

Ese pan compartido es un sacramento de misericordia, y quienes lo practican, alcanzarán misericordia.

Ese pan compartido es sacramento de nuestra vida entregada: Nadie guarde para sí mismo lo que para todos nos ha sido dado.

Sobre el pan de la misericordia, sobre el pan de vuestra vida, pronunciad, en comunión con Cristo Jesús, la acción de gracias, y después repartidlo. Cuando todos hayan comido y queden saciados, comprobaréis que todavía queda por repartir mucho más de lo que habéis dado.

El que dijo de sí mismo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, reconocerá como suyos a los que, en la nueva creación, se han hecho pan para los hijos de Dios.

EVANGELIO: Marcos 6,30-34

En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
-Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.