Orando con el Evangelio

EVANGELIO: Mc 16,15-20 

Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. 16El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. 17A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, 18cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».19Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 20Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

EVANGELIO: Jn 15,9-17 

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. 10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.12Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. 13Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 14Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. 15Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. 17Esto os mando: que os améis unos a otros.

Jesús está todavía con sus discípulos, sentado en la mesa, donde ha comido con ellos su ultima cena. Está seguro de que ellos no han entendido casi nada de lo que ha hecho ni de lo que ha dicho. El acto de lavarles los pies, la bendición del pan y del vino afirmando que son su cuerpo y su sangre entregados para la remisión de sus pecados y de los de todos, a pesar de la queja de Pedro y del anuncio de la traición, parecen haberlos dejado impasibles.

A Jesús, sin embargo, no le importa que aún no le puedan entender. Él mismo, continuando con su enseñanza, se lo dirá en breve: “Muchas cosas me quedan por deciros”, dirá, “pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir” (Jn 16,12-13).

         No entienden, pero Jesús quiere que sepan cuál será su misión en la tierra, cuando Él haya cumplido la suya y, vuelto al Padre, desde allí, les haya enviado al Espíritu. Muchas cosas tendrán que hacer: anunciar la buena noticia y curar a los enfermos, como había hecho Él estando con ellos, pero, sobre todo, tendrán que amarse entre ellos. Es este el mandamiento y la misión más importante, como dice claramente Jesús en los versículos que escuchamos este domingo en la eucaristía.

         La palabra mandamiento, puede quizás crearnos alguna dificultad, refractarios y resistentes como somos a cualquier imposición externa; pero aquí, aunque la palabra (mandamiento) es tradicional, oculta una realidad absolutamente nueva. Primero, porque no se trata de cualquier mandamiento, sino del mandamiento de Jesús (“mi mandamiento”, lo llama expresamente) y, luego, porque consiste en amar como el Padre le ama a Él y como Él los ha amado y sigue amándonos a nosotros. No es que sea fácil, pero, contemplando este amor, se puede intentar. Lo primero que hay que hacer, como sugiere Jesús, es permanecer en ese amor. 

¿Cómo? 

Por medio de la oración que, como nos enseña santa Teresa de Jesús, no es otra cosa, sino “estar muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.” (Vida 8,5). Esto quiere decir el Señor cuando les pide a sus discípulos permanecer en su amor. Ya lo había expresado hablando de sí mismo como vid y de los discípulos como sarmientos. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”, había dicho. “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante (Jn 15,5). La misión que les encomienda, aunque muy difícil, no tiene que espantarles, porque se trata de seguir a Jesús y dejarse guiar por el mismo espíritu que le llevó a Él desde el desierto de las primeras tentaciones hasta el Calvario y la Resurrección. 

De esta [la Resurrección] todavía no alcanzan a comprender nada, pero los encuentros con el resucitado les llenaran de alegría, y el Espíritu les iluminará sobre el valor de su crucifixión.  Por eso, ahora, Jesús les dice: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”. La alegría de amarse unos a otros como los ha amado Él en la luz de su entrega total por el bien de todos. Sabrán reconocer, cuando llegue el Espíritu, que Jesús ha muerto por amor, dando su vida por ellos y por todos, como amigo fiel. 

Se lo dice a ellos en aquella noche, y nos lo sigue diciendo a nosotros a través del Evangelio leído con fe. “No os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Y, del mismo modo que Israel no había elegido a su Dios, sino que había sido el Señor quien había querido serlo [Dios de Israel], así no somos nosotros quienes elegimos al Hijo de Dios como nuestro amigo (¿Cómo, después de todo, atrevernos a tanto?), sino que es Él quien lo ha querido. Es Él quien nos ha elegido como hermanos y amigos destinándonos para que vayamos y demos fruto. Y para que no olvidemos la misión principal:“esto os mando”, concluye, “que os améis unos a otros”.

         Como se puede ver claramente – en el pensamiento de Jesús – ser discípulos suyos no se cumple en los muchos rezos [a menos que estemos llamados, como los monjes en el monte, a este trabajo específico], sino en la oración, que es un “permanecer en el Amor”, y en el amor fraterno. 

Lo escribe más claramente todavía el mismo autor del cuarto Evangelio en la primera de sus tres cartas con estas muy categóricas palabras: “Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera[enviándonos a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados], también nosotros debemos amarnos unos a otros. Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud” (1Jn 4,8-12). 

Como se ve, la permanencia de Dios en nosotros se actualiza cuando nosotros permanecemos en su amor que nos empuja hacia nuestros hermanos. 

 

Bruno Moriconi, off

EVANGELIO: Jn 15,1-8 

Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. 2A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. 3Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; 4permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. 6Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. 7Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. 8Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.

EVANGELIO: Jn 10,11-18 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; 12el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; 13y es que a un asalariado no le importan las ovejas. 14Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, 15igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. 16Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. 17Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. 18Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».

EVANGELIO: Lc 24,35-48 

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.36Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». 37Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. 38Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? 39Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». 40Dicho esto, les mostró las manos y los pies. 41Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». 42Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. 43Él lo tomó y comió delante de ellos. 44Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». 45Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. 46Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día 47y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. 48Vosotros sois testigos de esto.