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El Sol camina hacia el ocaso y esta tarde lo hace con un aire triunfal. Antes de despedirse, refleja a su alrededor una aureola luminosa, casi un pequeño arco iris que nos recuerda aquella señal-alianza que Dios hizo con Noé después de haber devastado la tierra y los vivientes con el diluvio, cuando les prometió que jamás volvería a suceder.

Todo es serenidad y belleza en torno a la penumbra del entorno, porque creemos y esperamos en la promesa hecha desde antiguo.

Aunque la oscuridad de los acontecimientos cotidianos que llegan hasta nosotros estén marcados por el tinte de lo negativo, o del “amarillismo”, como se dice hoy en día, podemos rezar confiadamente con el Salmo 140: “Señor, mis ojos están vueltos a ti, en ti me refugio, no me dejes indefenso”