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“¿Cuántos panes tenéis?... Él mando que la gente se sentara y comieron todos hasta saciarse… y recogieron las sobras: siete cestas llenas.” ( Mt. 15)

Hoy, el Evangelio nos pone ante una realidad sangrante. Muchos miles de hermanos mueren de hambre en el mundo, pero, además del hambre físico, hay muchas clases de hambres: de justicia, de amor, de solidaridad, de comprensión, de cultura, de tolerancia…Para remediarlas sólo necesitamos compartir lo que tenemos, aunque consideremos que es poco y nada.

¿Qué puede aportar una sola flor de azahar? Su perfume será escaso, su belleza, pasa desapercibida entre la multitud de hojas verdes que posee el limonero… Pero ella se nos presenta desafiante, preñada de esperanza y dispuesta a perder sus blancos pétalos, para convertirse en un limón repleto de sabor y vitaminas, que alivie la sed de una persona o sazone algún alimento a alguien que ni siquiera la ha conocido.

Si estuviéramos decididos a poner a disposición de los demás lo poco que tenemos, seguro que, después de saciar el hambre de todos, siempre sobrarían “siete cestas llenas”.

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“Te doy gracias Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Lc. 10,21)

Ésta no es la planta más bonita de mi convento y además en estos momentos pasa por una etapa de decadencia por la que todos atravesamos de vez en cuando en la vida. Pero el RAYO DE TU LUZ LA ATRAVIESA y le da una belleza inusitada que es impropia de su aspecto natural y que nos revela la continua transformación que Tú haces con nuestras vidas sin que sea perceptible a nuestros ojos, sobre todo, cuando nos reconocemos como insignificante y “gente sencilla.”

En este tiempo de Adviento, en el que a nuestro corazón le nacen tantas ilusiones nuevas esperando tu venida, te damos gracias porque te fijas en nuestra pequeñez y nos engalanas con tu luz y tu belleza.

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“Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado paralítico y sufre mucho” Jesús replicó: “Voy a curarlo” (Mt 8, 5-7)

Al contemplar esta foto, me sugirió el Evangelio de hoy. El centurión representado por la pita: poderosa, con picos punzantes, pero acercándose casi a escondida al ánfora de barro que se derrama a su paso regalando belleza, ternura, flores, gracias… Sólo hay una confiada suplica para un criado suyo que “sufre mucho” y una rápida respuesta seguida de una acción que enseguida surte efecto:” Voy a curarlo”

Gracias Señor. No hay Dios tan cercano como el nuestro, que además tiene un rostro humano que le hace tan capaz de empatizar con nuestras continuas debilidades. Gracias Jesús por esta venida tuya, que ya se acerca y que tan profundamente queremos vivir

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Hoy rezamos con un amanecer porque hoy empezamos el Tiempo de Adviento. Tiempo de Esperanza, de Alegría, de Llegada de la Luz, de Acogida del Gran Regalo que Dios nos hace... Podríamos decir que todos los días asistimos a los mismos acontecimientos, pero que éstos son siempre nuevos, sorprendentes, inéditos, pero, ningún regalo como el de abajarse, descender, hacerse pequeño, débil, desprovisto de todo, vulnerable...y todo por AMOR NUESTRO.

El amanecer de hoy es singularmente bello. La luz se abre paso e irrumpe, empujando con fuerzas las nubes negras amenazantes y los espacios grises, interponiendo entre ellos tonos de fuego y nubes rosadas que se apoyan sobre el plácido cielo azul. Parece decirnos a voces: “La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz (Rom. 13).

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No, no es que haya fuego y atiné a fotografiar las llamas, es que “a Dios se le ocurrió coger su paleta de colores y sus pinceles” para darle a este atardecer ese aspecto tan singular.

Sinceramente, yo no sé pintar ni entiendo mucho de técnicas de pinturas, pero si alguien me presentara un boceto preguntándome si me parecía que estaba bien plasmada una puesta de sol, le respondería que eran colores demasiado “forzados” y que no correspondían a la realidad.

Así es Dios. El Salmo 113 dice: “El Señor está en el Cielo y lo que quiere lo hace” y lo mismo pasa con nuestra vida. Todo es cuestión de tener confianza en Él, de saber que estamos en sus Manos y de pensar que nuestra lógica nunca va a coincidir con la suya. Que en un momento determinado coge su paleta y sus pinceles y cambia el color de nuestra existencia, pero… Estamos tranquilos porque sabemos que:” ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?