Lo más importante de esta obra es cómo vivir la vida comunitaria, las relaciones con los demás, con nosotros mismos.

Comúnmente, todos pensamos que la libertad nos la quitan desde fuera. Violencia, opresión, prohibiciones, limitaciones a la libertad de acción o de movimientos. Por ahí ha comenzado Teresa: hay que liberarse de las amarras exteriores, de cosas y personas. Incluso de las amarras que provienen de las personas más queridas. Pero bien entendido somos nosotros los que nos dejamos amarrar…

Con todo, eso es mero preámbulo en el intento de educar a sus lectoras a la libertad de espíritu y al señorío de la persona. La verdadera estrategia de la liberación interior viene ahora, a partir del capítulo 10. Porque el ladrón y las cadenas los llevamos dentro. Sólo con amarras interiores queda prisionera la libertad del hijo de Dios.

Teresa comienza ahora con esa sugestiva parábola del ladrón interior que, increíblemente, se adueña desde dentro de los tesoros que tenemos en casa, en esa maravillosa caja de caudales que es la persona.

Todas las consignas que siguen, hasta casi la mitad del libro, apuntan hacia ese hemisferio de lo interior. Afinar la mirada para conocerse y saber distinguir, es tarea fundamental de la humildad cristiana. Nos sirve para vivir en plenitud el amor.

CAPÍTULO 10

Trata cómo no basta desasirse de lo dicho, si no nos desasimos de nosotras mismas, y cómo están juntas esta virtud y la humildad.

1. Desasiéndonos del mundo y deudos y encerradas aquí con las condiciones que están dichas, ya parece lo tenemos todo hecho y que no hay que pelear con nada. ¡Oh hermanas mías!, no os aseguréis ni os echéis a dormir, que será como el que se acuesta muy sosegado habiendo muy bien cerrado sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa. Y ya sabéis que no hay peor ladrón, pues quedamos nosotras mismas, que si no se anda con gran cuidado y cada una -como en negocio más importante que todos- no se mira mucho en andar contradiciendo su voluntad, hay muchas cosas para quitar esta santa libertad de espíritu, que pueda volar a su Hacedor sin ir cargada de tierra y de plomo.

2. Gran remedio es para esto traer muy continuo en el pensamiento la vanidad que es todo y cuán presto se acaba, para quitar las afecciones de las cosas que son tan baladíes y ponerla en lo que nunca se ha de acabar. Y aunque parece flaco medio, viene a fortalecer mucho el alma, y en las muy pequeñas cosas traer gran cuidado; en aficionándonos a alguna, procurar apartar el pensamiento de ella y volverle a Dios, y Su Majestad ayuda. Y hanos hecho gran merced, que en esta casa lo más está hecho, puesto que este apartarnos de nosotras mismas y ser contra nosotras, es recia cosa, porque estamos muy juntas y nos amamos mucho.

3. Aquí puede entrar la verdadera humildad, porque esta virtud y estotra paréceme andan siempre juntas. Son dos hermanas que no hay para qué las apartar. No son éstos los deudos de que yo aviso se aparten, sino que los abracen, y las amen y nunca se vean sin ellas. ¡Oh soberanas virtudes, señoras de todo lo criado, emperadoras del mundo, libradoras de todos los lazos y enredos que pone el demonio, tan amadas de nuestro enseñador Cristo, que nunca un punto se vio sin ellas! Quien las tuviere, bien puede salir y pelear con todo el infierno junto y contra todo el mundo y sus ocasiones. No haya miedo de nadie, que suyo es el reino de los cielos. No tiene a quién temer, porque nada no se le da de perderlo todo ni lo tiene por pérdida; sólo teme descontentar a su Dios; y suplicarle las sustente en ellas porque no las pierda por su culpa.

4. Verdad es que estas virtudes tienen tal propiedad, que se esconden de quien las posee, de manera que nunca las ve ni acaba de creer que tiene ninguna, aunque se lo digan; mas tiénelas en tanto, que siempre anda procurando tenerlas, y valas perfeccionando en sí más, aunque bien se señalan los que las tienen; luego se da a entender a los que los tratan, sin querer ellos.
Mas ¡qué desatino ponerme yo a loar humildad y mortificación, estando tan loadas del Rey de la gloria y tan confirmadas con tantos trabajos suyos! Pues, hijas mías, aquí es el trabajar por salir de tierra de Egipto, que en hallándolas hallaréis el maná; todas las cosas os sabrán bien; por mal sabor que al gusto de los del mundo tengan, se os harán dulces.

5. Ahora, pues, lo primero que hemos de procurar es quitar de nosotras el amor de este cuerpo, que somos algunas tan regaladas de nuestro natural, que no hay poco que hacer aquí, y tan amigas de nuestra salud, que es cosa para alabar a Dios la guerra que dan, a monjas en especial, y aun a los que no lo son. Mas algunas monjas no parece que venimos a otra cosa al monasterio, sino a procurar no morirnos. Cada una lo procura como puede. Aquí, a la verdad, poco lugar hay de eso con la obra, mas no querría yo hubiese el deseo. Determinaos, hermanas, que venís a morir por Cristo, y no a regalaros por Cristo; que esto pone el demonio «que para llevar y guardar la Orden»; y tanto enhorabuena se quiere guardar la Orden con procurar la salud para guardarla y conservarla, que se muere sin cumplirla enteramente un mes, ni por ventura un día. Pues no sé yo a qué venimos.

6. No hayan miedo nos falte discreción en este caso por maravilla, que luego temen los confesores nos hemos de matar con penitencias. Y es tan aborrecido de nosotras esta falta de discreción, que así lo cumpliésemos todo. Las que lo hicieren al contrario, yo sé que no se les dará nada de que diga esto, ni a mí de que digan juzgo por mí, que dicen verdad. Tengo para mí que así quiere el Señor seamos más enfermas; al menos a mí hízome en serlo gran misericordia, porque como me había de regalar así como así, quiso fuese con causa.
Pues es cosa donosa las que andan con este tormento que ellas mismas se dan, y algunas veces dales un deseo de hacer penitencias sin camino ni concierto, que duran dos días, a manera de decir. Después pónelas el demonio en la imaginación que las hizo daño; hácelas temer de la penitencia y no osar después cumplir la que manda la Orden, «que ya lo probaron». No guardamos unas cosas muy bajas de la Regla -como el silencio, que no nos ha de hacer mal- y no nos ha dolido la cabeza, cuando dejamos de ir al coro, -que tampoco nos mata-, y queremos inventar penitencias de nuestra cabeza para que no podamos hacer lo uno ni lo otro. Y a las veces es poco el mal, y nos parece no estamos obligadas a hacer nada, que con pedir licencia cumplimos.

7. Diréis ¿que por qué la da la priora? -A saber lo interior, por ventura no haría; mas como le hacéis información de necesidad y no falta un médico que ayuda por la misma que vos le hacéis, y una amiga que llore al lado, o parienta, ¿qué ha de hacer? Queda con escrúpulo si falta en la caridad. Quiere más faltéis vos que ella.

8. Estas son cosas que puede ser pasen alguna vez, y porque os guardéis de ellas las pongo aquí. Porque si el demonio nos comienza a amedrentar con que nos faltará la salud, nunca haremos nada. El Señor nos dé luz para acertar en todo, amén.

CAPÍTULO 11

Prosigue en la mortificación, y dice la que se ha de adquirir en las enfermedades.

1. Cosa imperfecta me parece, hermanas mías, este quejarnos siempre con livianos males; si podéis sufrirlo, no lo hagáis. Cuando es grave el mal, él mismo se queja; es otro quejido y luego se parece. Mirad que sois pocas, y si una tiene esta costumbre es para traer fatigadas a todas, si os tenéis amor y hay caridad; sino que la que estuviere de mal que sea de veras, lo diga y tome lo necesario; que si perdéis el amor propio, sentiréis tanto cualquier regalo, que no hayáis miedo le toméis sin necesidad ni os quejéis sin causa. Cuando la hay, sería muy peor no decirlo que tomarle sin ella, y muy malo si no os apiadasen.

2. Mas de eso, a buen seguro que adonde hay caridad y tan pocas, que nunca falte el cuidado de curaros. Mas unas flaquezas y malecillos de mujeres, olvidaos de quejarlas, que algunas veces pone el demonio imaginación de esos dolores; quítanse y pónense. Si no se pierde la costumbre de decirlo y quejaros de todo si no fuere a Dios, nunca acabaréis. Porque este cuerpo tiene una falta, que mientras más le regalan, más necesidades descubre. Es cosa extraña lo que quiere ser regalado; y como tiene aquí algún buen color, por poca que sea la necesidad, engaña a la pobre del alma para que no medre.

3. Acordaos qué de pobres enfermos habrá que no tengan a quién se quejar. Pues pobres y regaladas, no lleva camino. Acordaos también de muchas casadas; -yo sé que las hay- y personas de suerte, que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no se osan quejar, y con graves trabajos. Pues ¡pecadora de mí!, sí, que no venimos aquí a ser más regaladas que ellas. ¡Oh, que estáis libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito por amor de Dios sin que lo sepan todos! Pues es una mujer muy malcasada, y porque no sepa su marido lo dice y se queja, pasa mucha malaventura sin descansar con nadie, ¿y no pasaremos algo entre Dios y nosotras de los males que nos da por nuestros pecados? ¡Cuánto más que es nonada lo que se aplaca el mal!

4. En todo esto que he dicho, no trato de males recios, cuando hay calentura mucha, aunque pido haya moderación y sufrimiento siempre, sino unos malecillos que se pueden pasar en pie. Mas ¿qué fuera si éste se hubiera de ver fuera de esta casa?, ¿qué dijeran todas las monjas de mí? Y ¡qué de buena gana, si alguna se enmendara, lo sufriera yo! Porque por una que haya de esta suerte, viene la cosa a términos que, por la mayor parte, no creen a ninguna, por graves males que tenga. Acordémonos de nuestros Padres santos pasados ermitaños, cuya vida pretendemos imitar: ¡qué pasarían de dolores, y qué a solas, y de fríos y hambre y sol y calor, sin tener a quién se quejar sino a Dios! ¿Pensáis que eran de hierro? Pues tan delicados eran como nosotras. Y creed, hijas, que en comenzando a vencer estos corpezuelos, no nos cansan tanto. Hartas habrá que miren lo que es menester; descuidaos de vosotras, si no fuere a necesidad conocida. Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada.

5. Procurad de no temerla, y dejaros toda en Dios, venga lo que viniere. ¿Qué va en que muramos? De cuantas veces nos ha burlado el cuerpo, ¿no burlaríamos alguna de él? Y creed que esta determinación importa más de lo que podemos entender; porque de muchas veces que poco a poco lo vayamos haciendo, con el favor del Señor, quedaremos señoras de él. Pues vencer un tal enemigo, es gran negocio para pasar en la batalla de esta vida. Hágalo el Señor como puede. Bien creo no entiende la ganancia sino quien ya goza de la victoria, que es tan grande, a lo que creo, que nadie sentiría pasar trabajo por quedar en este sosiego y señorío.