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Mirad que convida el Señor a todos. Tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino no les faltará esta agua viva” (nº 15)

Se puede decir que la contemplación comienza con una especie de expansión desde dentro, desde la propia interioridad de la persona.

En este capítulo nos encontramos con una imagen que Santa Teresa nos pone para explicarnos la experiencia de la contemplación, una “Fuente de agua viva” (cf. nº 2)

Y tenemos algunas propiedades del agua: “enfría, limpia, sacia y quita la sed

Y hablando de la contemplación como “agua viva” insistirá en que es “agua de lo que llueve del cielo”. Es decir, puro y gratuito don de Dios, algo dado, y no adquirido por nuestra industria (cf. nº 5)

CAPÍTULO 19

Que comienza a tratar de la oración. - Habla con almas que no pueden discurrir con el entendimiento.

1. Ha tantos días que escribí lo pasado sin haber tenido lugar para tornar a ello, que si no lo tornase a leer no sé lo que decía. Por no ocupar tiempo habrá de ir como saliere, sin concierto. Para entendimientos concertados y almas que están ejercitadas y pueden estar consigo mismas, hay tantos libros escritos y tan buenos y de personas tales, que sería yerro hicieseis caso de mi dicho en cosa de oración, pues, como digo, tenéis libros tales adonde van por días de la semana repartidos los misterios de la vida del Señor y de su Pasión, y meditaciones del juicio e infierno y nuestra nonada y lo mucho que debemos a Dios, con excelente doctrina y concierto para principio y fin de la oración. Quien pudiere y tuviere ya costumbre de llevar este modo de oración, no hay que decir, que por tan buen camino el Señor le sacará a puerto de luz, y con tan buenos principios el fin lo será, y todos los que pudieren ir por él llevarán descanso y seguridad; porque, atado el entendimiento, vase con descanso.
Mas de lo que querría tratar y dar algún remedio, si el Señor quisiese acertase (y) si no, al menos que entendáis hay muchas almas que pasan este trabajo, para que no os fatiguéis las que le tuviereis), es esto:

2. Hay unas almas y entendimientos tan desbaratados como unos caballos desbocados, que no hay quien las haga parar. Ya van aquí, ya van allí, siempre con desasosiego. Es su misma naturaleza, o Dios que lo permite. Heles mucha lástima, porque me parecen como unas personas que han mucha sed y ven el agua de muy lejos, y cuando quieren ir allá, hallan quien las defienda el paso al principio y medio y fin. Acaece que, cuando ya con su trabajo –y con harto trabajo- han vencido los primeros enemigos, a los segundos se dejan vencer y quieren más morir de sed que beber agua que tanto ha de costar. Acabóseles el esfuerzo, faltóles ánimo. Y ya que algunos le tienen para vencer también los segundos enemigos, a los terceros se les acaba la fuerza, y por ventura no estaban dos pasos de la fuente de agua viva que dijo el Señor a la Samaritana, que quien la bebiere no tendrá sed. Y con cuánta razón y verdad, como dicho de la boca de la misma Verdad, que no la tendrá de cosa de esta vida, aunque crece muy mayor de lo que acá podemos imaginar de las cosas de la otra por esta sed natural. Mas ¡con qué sed se desea tener esta sed! Porque entiende el alma su gran valor, y aunque es sed penosísima que fatiga, trae consigo la misma satisfacción con que se mata aquella sed, de manera que es una sed que no ahoga sino a las cosas terrenas, antes da hartura, de manera que cuando Dios la satisface, la mayor merced que puede hacer al alma es dejarla con la misma necesidad, y mayor queda siempre de tornar a beber esta agua.

3. El agua tiene tres propiedades, que ahora se me acuerda que me hacen al caso, que muchas más tendrá.
La una es que enfría, que, por calor que hayamos, en llegando al agua, se quita; y si hay gran fuego, con ella se mata, salvo si no es de alquitrán, que se enciende más. ¡Oh, válgame Dios, qué maravillas hay en este encenderse más el fuego con el agua, cuando es fuego fuerte, poderoso, no sujeto a los elementos, pues éste, con ser su contrario, no le empece, antes le hace crecer! Mucho valiera aquí poder hablar con quien supiera filosofía, porque sabiendo las propiedades de las cosas, supiérame declarar, que me voy regalando en ello y no lo sé decir y aun por ventura no lo sé entender.

4. De que Dios, hermanas, os traiga a beber de esta agua y las que ahora lo bebéis, gustaréis de esto y entenderéis cómo el verdadero amor de Dios -si está en su fuerza, ya libre de cosas de tierra del todo y que vuela sobre ellas- cómo es señor de todos los elementos y del mundo. Y como el agua procede de la tierra, no hayáis miedo que mate este fuego de amor de Dios; no es de su jurisdicción. Aunque son contrarios, es ya señor absoluto; no le está sujeto. Y así no os espantaréis, hermanas, de lo mucho que he puesto en este libro para que procuréis esta libertad. ¿No es linda cosa que una pobre monja de San José pueda llegar a señorear toda la tierra y elementos? Y ¿qué mucho que los santos hiciesen de ellos lo que querían, con el favor de Dios? A San Martín el fuego y las aguas le obedecían; a San Francisco hasta las aves y los peces, y así a otros muchos santos. Se veía claro ser tan señores de todas las cosas del mundo, por haber bien trabajado de tenerle en poco y sujetádose de veras con todas sus fuerzas al Señor de él. Así que, como digo, el agua que nace en la tierra no tiene poder contra él; sus llamas son muy altas, y su nacimiento no comienza en cosa tan baja.
Otros fuegos hay de pequeño amor de Dios, que cualquiera suceso los matará; mas a éste no, no: aunque toda la mar de tentaciones venga, no le harán que deje de arder de manera que no se enseñoree de ellas.

5. Pues si es agua de lo que llueve del cielo, muy menos le matará. No son contrarios, sino de una tierra. No hayáis miedo se hagan mal el un elemento al otro, antes ayuda el uno al otro a su efecto. Porque el agua de las lágrimas verdaderas (que) son las que proceden en verdadera oración, bien dadas del Rey del cielo) le ayuda a encender más y hace que dure, y el fuego ayuda al agua a enfriar. ¡Oh, válgame Dios, qué cosa tan hermosa y de tanta maravilla, que el fuego enfría! Sí, y aun hiela todas las afecciones del mundo, cuando se junta con el agua viva del cielo, que es la fuente de donde proceden las lágrimas que quedan dichas, que son dadas y no adquiridas por nuestra industria. Así que a buen seguro que no deja calor en ninguna cosa del mundo para que se detenga en ellas, si no es para si puede pegar este fuego, que es natural suyo no se contentar con poco, sino que, si pudiese, abrasaría todo el mundo.

6. Es la otra propiedad limpiar cosas no limpias. Si no hubiese agua para lavar, ¿qué sería del mundo? ¿Sabéis qué tanto limpia esta agua viva, esta agua celestial, esta agua clara, cuando no está turbia, cuando no tiene lodo, sino que cae del cielo? Que de una vez que se beba, tengo por cierto deja el alma clara y limpia de todas las culpas. Porque -como tengo escrito- no da Dios lugar a que beban de esta agua (que) no está en nuestro querer, por ser cosa muy sobrenatural esta divina unión), si no es para limpiarla y dejarla limpia y libre del lodo y miseria en que por las culpas estaba metida. Porque otros gustos que vienen por medianería del entendimiento, por mucho que hagan, traen el agua corriendo por la tierra; no lo beben junto a la fuente; nunca falta en este camino cosas lodosas en que se detengan, y no va tan puro ni tan limpio. No llamo yo esta oración -que, como digo, va discurriendo con el entendimiento- «agua viva», conforme a mi entender, digo; porque, por mucho que queramos hacer, siempre se pega a nuestra alma, ayudada de este nuestro cuerpo y bajo natural, algo de camino de lo que no querríamos.

7. Quiérome declarar más: estamos pensando qué es el mundo y cómo se acaba todo, para menospreciarlo. Casi sin entendernos, nos hallamos metidos en cosas que amamos de él. Y deseándolas huir, por lo menos nos estorba un poco pensar cómo fue y cómo será y qué hice y qué haré. Y para pensar lo que hace al caso para librarnos, a las veces nos metemos de nuevo en el peligro. No porque esto se ha de dejar, mas hase de temer. Es menester no ir descuidados.
Acá lleva este cuidado el mismo Señor, que no quiere fiarnos de nosotros. Tiene en tanto nuestra alma, que no la deja meter en cosas que la puedan dañar por aquel tiempo que quiere favorecerla; sino pónela de presto junto cabe sí y muéstrale en un punto más verdades y dala más claro conocimiento de lo que es todo, que acá pudiéramos tener en muchos años. Porque no va libre la vista; ciéganos el polvo como vamos caminando. Acá llévanos el Señor al fin de la jornada sin entender cómo.

8. La otra propiedad del agua es que harta y quita la sed. Porque sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace gran falta, que si del todo nos falta nos mata. Extraña cosa es que si nos falta nos mata, y si nos sobra nos acaba la vida, como se ve morir muchos ahogados. ¡Oh Señor mío, y quién se viese tan engolfada en esta agua viva que se le acabase la vida! Mas ¿no puede ser esto? Sí, que tanto puede crecer el amor y deseo de Dios, que no lo pueda sufrir el sujeto natural, y así ha habido personas que han muerto. Yo sé de una que, si no la socorriera Dios presto con esta agua viva tan en gran abundancia, que casi la sacaba de sí con arrobamientos. Digo que casi la sacaban de sí, porque aquí descansa el alma. Parece que, ahogada de no poder sufrir el mundo, resucita en Dios, y Su Majestad la habilita para que pueda gozar lo que, estando en sí, no pudiera sin acabarse la vida.

9. Entiéndase de aquí que, como en nuestro sumo Bien no puede haber cosa que no sea cabal, todo lo que El da es para nuestro bien, y por mucha abundancia de esta agua que dé, no puede haber demasía en cosa suya; porque si da mucho, hace -como he dicho- hábil el alma para que sea capaz de beber mucho; como un vidriero, que hace la vasija del tamaño que ve es menester para que quepa lo que quiere echar en ella.
En el desearlo, como es de nosotros, nunca va sin falta. Si alguna cosa buena lleva, es lo que en él ayuda el Señor. Mas somos tan indiscretos que, como es pena suave y gustosa, nunca nos pensamos hartar de esta pena; comemos sin tasa, ayudamos como acá podemos a este deseo, y así algunas veces mata. ¡Dichosa tal muerte! Mas, por ventura, con la vida ayudara a otros para morir por deseo de esta muerte. Y esto creo hace el demonio, porque entiende el daño que ha de hacer con vivir, y así tienta aquí de indiscretas penitencias para quitar la salud, y no le va poco en ello.

10. Digo que quien llega a tener esta sed tan impetuosa, que se mire mucho, porque crea que tendrá esta tentación; y aunque no muera de sed, acabará la salud y dará muestras exteriores, aunque no quiera, que se han de excusar por todas vías. Algunas veces aprovechará poco nuestra diligencia, que no podremos todo lo que se quiere encubrir. Mas estemos con cuidado, cuando vienen estos ímpetus tan grandes de crecimiento de este deseo, para no añadir en él, sino con suavidad cortar el hilo con otra consideración; que nuestra naturaleza a veces podrá ser obre tanto como el amor, que hay personas que cualquier cosa, aunque sea mala, desean con gran vehemencia. Estas no creo serán las muy mortificadas, que para todo aprovecha la mortificación. Parece desatino que cosa tan buena se ataje. Pues no lo es, que yo no digo se quite el deseo, sino que se ataje, y por ventura será con otro que se merezca tanto.

11. Quiero decir algo para darme mejor a entender. Da un gran deseo de verse ya con Dios y desatado de esta cárcel, como le tenía San Pablo: pena por tal causa y que debe en sí ser muy gustosa; no será menester poca mortificación para atajarla, y del todo no podrá. Mas cuando viere aprieta tanto que casi va a quitar el juicio (como) yo vi a una persona no ha mucho, y de natural impetuosa, aunque demostrada a quebrar su voluntad -me parece lo ha ya perdido, porque se ve en otras cosas- digo que por un rato, que la vi como desatinada de la gran pena y fuerza que se hizo en disimularla), digo que en caso tan excesivo, aunque fuese espíritu de Dios, tengo por humildad temer, porque no hemos de pensar tenemos tanta caridad, que nos pone en tan gran aprieto.

12. Y digo que no tendré por malo (si) puede -digo- que por ventura todas veces no podrá) que mude el deseo pensando si vive servirá más a Dios, y podrá ser a alguna alma que se había de perder la dé luz, y que con servir más, merecerá por donde pueda gozar más de Dios, y témase lo poco que ha servido. Y son buenos consuelos para tan gran trabajo, y aplacará su pena y ganará mucho, pues por servir al mismo Señor se quiere acá pasar y vivir con su pena. Es como si uno tuviese un gran trabajo o grave dolor, consolarle con decir tenga paciencia y se deje en las manos de Dios, y que cumpla en él su voluntad, que dejarnos en ellas es lo más acertado en todo.

13. Y si el demonio ayudó en alguna manera a tan gran deseo, que sería posible, como cuenta creo Casiano de un ermitaño de asperísima vida, que le hizo entender se echase en un pozo porque vería más presto a Dios; yo bien creo no debía haber servido con humildad ni bien; porque fiel es el Señor y no consintiera Su Majestad se cegara en cosa tan manifiesta. Mas está claro si el deseo fuera de Dios, no le hiciera mal: trae consigo la luz y la discreción y la medida. Esto es claro, sino que este adversario, enemigo nuestro, por dondequiera que puede, procura dañar. Y pues él no anda descuidado, no lo andemos nosotros. Este es punto importante para muchas cosas, así para acortar el tiempo de la oración, por gustosa que sea, cuando se ven acabar las fuerzas corporales o hacer daño a la cabeza. En todo es muy necesario discreción.

14. ¿Para qué pensáis, hijas, que he pretendido declarar el fin y mostrar el premio antes de la batalla, con deciros el bien que trae consigo llegar a beber de esta fuente celestial, de esta agua viva? Para que no os congojéis del trabajo y contradicción que hay en el camino, y vayáis con ánimo y no os canséis. Porque -como he dicho- podrá ser que después de llegadas, que no os falta sino bajaros a beber en la fuente, lo dejéis todo y perdáis este bien, pensando no tendréis fuerza para llegar a él y que no sois para ello.

15. Mirad que convida el Señor a todos. Pues es la misma verdad, no hay que dudar. Si no fuera general este convite, no nos llamara el Señor a todos, y aunque los llamara, no dijera: «Yo os daré de beber». Pudiera decir: «Venid todos, que, en fin, no perderéis nada; y los que a mí me pareciere, yo los daré de beber». Mas como dijo, sin esta condición, «a todos», tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva.
Dénos el Señor, que la promete, gracia para buscarla como se ha de buscar, por quien Su Majestad es.