Imprimir

Este capítulo es una aproximación a la oración de quietud que expondrá en el capítulo siguiente.

Es importante, y por eso nos lo recuerda desde el título, “entender lo que se pide en la oración del Padre Nuestro”. Para esto, pedimos al Señor que nos dé luz. Para que no caigamos en “devociones a bobas”, Teresa aconseja “pensar con quién va a hablar y quién es el que habla para ver cómo le ha de tratar” (cap.22, 3)

Teresa nos va adentrando en la oración contemplativa. Pedimos al Padre que nos dé su Reino, porque sólo así podremos alabar y santificar su Nombre. Pedimos para poder dar. Este Reino produce en nosotros frutos de paz, alegría, satisfacción grande sosiego, quietud y, el más importante de todos los frutos, el amor.

CAPÍTULO 30

Dice lo que importa entender lo que se pide en la oración. -Trata de estas palabras del paternóster: «Sanctificetur nomen tuum, adveniat regnum tuum». -Aplícalas a oración de quietud y comiénzala a declarar.

1. ¿Quién hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva pensado cómo la pedir, para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir: «dadnos, Padre, lo que nos conviene», pues a quien tan bien lo entiende todo, no parece era menester más?

2. ¡Oh Sabiduría eterna! Para entre Vos y vuestro Padre esto bastaba, que así lo pedisteis en el huerto; mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas dejásteisos en la suya. Mas a nosotros conocéisnos, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais Vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos, con este libre albedrío que tenemos no admitiremos lo que el Señor nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.

3. ¡Oh, válgame Dios, qué hace tener tan dormida la fe para lo uno y lo otro, que ni acabamos de entender cuán cierto tendremos el castigo ni cuán cierto el premio! Por eso es bien, hijas, que entendáis lo que pedís en el Paternóster, para que, si el Padre Eterno os lo diere, no se lo tornéis a los ojos, y penséis muy bien si os está bien, y si no, no lo pidáis, sino pedid que os dé Su Majestad luz; porque estamos ciegos y con hastío para no poder comer los manjares que os han de dar vida, sino los que os han de llevar a la muerte, y ¡qué muerte tan peligrosa y tan para siempre!

4. Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino».
Ahora mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros, de manera que se hiciese como es razón, si no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro, porque entendamos, hijas, esto que pedimos, y lo que nos importa importunar por ello y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar. Os quiero decir aquí lo que yo entiendo. Si no os contentare, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia nos dará nuestro Maestro, como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia, y así lo hago yo aquí.

5. Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos.

6. Parece que voy a decir que hemos de ser ángeles para pedir esta petición y rezar bien vocalmente. Bien lo quisiera nuestro divino Maestro, pues tan alta petición nos manda pedir, y a buen seguro que no nos dice pidamos cosas imposibles; que posible sería, con el favor de Dios, venir un alma puesta en este destierro, aunque no en la perfección que están salidas de esta cárcel, porque andamos en mar y vamos este camino; mas hay ratos que, de cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las potencias y quietud del alma, que como por señas les da claro a entender a qué sabe lo que se da a los que el Señor lleva a su reino. Y a los que se les da acá como le pedimos, les da prendas para que por ellas tengan gran esperanza de ir a gozar perpetuamente lo que acá les da a sorbos.

7. Si no dijeseis que trato de contemplación, venía aquí bien en esta petición hablar un poco de principio de pura contemplación, que los que la tienen la llaman oración de quietud. Mas como digo trato de oración vocal, parece no viene lo uno con lo otro a quien no lo supiere, y yo sé que viene. Perdonadme que lo quiero decir, porque sé que muchas personas, rezando vocalmente -como ya queda dicho- las levanta Dios, sin entender ellas cómo, a subida contemplación. Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo. Y si no rezaba, íbasele el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengamos todas la mental! En ciertos Paternostres que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre, se estaba -y en poco más rezadoalgunas horas. Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Preguntéle qué rezaba; y vi que, asida al Paternóster, tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y bien se parecía en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque gastaba muy bien su vida. Así, alabé al Señor y hube envidia a su oración vocal.
Si esto es verdad -como lo es-, no penséis los que sois enemigos de contemplativos que estáis libres de serlo, si las oraciones vocales rezáis como se han de rezar, teniendo limpia conciencia.