ELOGIO DEL PADRE NUESTRO

A Teresa, mientras ha ido glosando la oración del Señor, se le ha ido llenando el alma de un enjambre de sentimientos. Son sentimientos de admiración y aprecio profundo, expresados en su acostumbrado léxico de asombro: "Espántame ver... en tan pocas palabras... toda la contemplación y perfección" (nº 1)

Sentimientos de gratitud al Maestro que, mientras nos enseña, ora con nosotros, hasta poder sorprenderlo, diciendo también Él: "hágase tu voluntad", "danos el pan de cada día" "perdónanos, que perdonamos". A ella le interesa acercarse y atisbar esos sentimientos que poblaron el alma de Jesús cuando oró esas peticiones "por nosotros". Y, a la vez, revertir esos sentimientos sobre los lectores.

Dos riesgos en que fácilmente puede incurrir el orante son: carecer de maestro y perder la conciencia del riesgo en el camino.

Para ella, que tanto ha sufrido en los primeros tramos de su camino de oración por no tener maestro que la orientase y discerniese, el Padrenuestro es garantía segura de estar bajo la tutela del Maestro, y ¡qué maestro!

Y como no podía ser menos, en la oración del Padrenuestro, el Maestro previene al orante contra el espejismo del "camino sin peligros": sin males, ni asaltos, ni enemigos... Teresa tiene una extrema sensibilidad, de cara a esas componentes negativas de la vida: que en el camino de oración no hay "seguros de vida". No existen seguridades definitivas. La oración misma no es una inyección inmunizadora. La vida es riesgo en toda su extensión.

Por eso, el Maestro pondrá en boca del orante las dos peticiones finales. No sólo para mantener en el discípulo la conciencia del riesgo (vigilar y orar), sino para convencerlo de que necesita que Dios lo libre del mal, que no lo deje sucumbir en la tentación.

CAPÍTULO 37

Dice la excelencia de esta oración del Paternóster, y cómo hallaremos de muchas maneras consolación en ella.

1. Es cosa para alabar mucho al Señor cuán subida en perfección es esta oración evangelical, bien como ordenada de tan buen Maestro, y así podemos, hijas, cada una tomarla a su propósito. Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos menester otro libro sino estudiar en éste. Porque hasta aquí nos ha enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta contemplación, desde los principiantes a la oración mental y de quietud y unión, que a ser yo para saberlo decir, se podía hacer un gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento. Ahora ya comienza el Señor a darnos a entender los efectos que deja cuando son mercedes suyas, como habéis visto.

2. Pensado he yo cómo no se había Su Majestad declarado más en cosas tan subidas y oscuras para que todos lo entendiésemos. Hame parecido que, como había de ser general para todos esta oración, que porque pudiese pedir cada uno a su propósito y se consolase, pareciéndonos le damos buen entendimiento, lo dejó así en confuso, para que los contemplativos que ya no quieren cosas de la tierra, y personas ya muy dadas a Dios, pidan las mercedes del cielo que se pueden por la bondad de Dios dar en la tierra; y los que aún viven en ella y es bien que vivan conforme a sus estados, pidan también su pan, que se han de sustentar y sustentar sus casas, y es muy justo y santo, y así las demás cosas, conforme a sus necesidades.

3. Mas miren que estas dos cosas, que es darle nuestra voluntad y perdonar, que es para todos. Verdad es que hay más y menos en ello, como queda dicho: los perfectos darán la voluntad como perfectos y perdonarán con la perfección que queda dicha; nosotras, hermanas, haremos lo que pudiéremos, que todo lo recibe el Señor. Porque parece una manera de concierto que de nuestra parte hace con su Eterno Padre, como quien dice: «haced Vos esto, Señor, y harán mis hermanos estotro». Pues a buen seguro que no falte por su parte. ¡Oh, oh, que es muy buen pagador y paga muy sin tasa!

4. De tal manera podemos decir una vez esta oración, que como entienda no nos queda doblez, sino que haremos lo que decimos, nos deje ricas. Es muy amigo tratemos verdad con El. Tratando con llaneza y claridad, que no digamos una cosa y nos quede otra, siempre da más de lo que le pedimos.
Sabiendo esto nuestro buen Maestro, y que los que de veras llegasen a perfección en el pedir habían de quedar tan en alto grado con las mercedes que les había de hacer el Padre, entendiendo que los ya perfectos o que van camino de ello, -que no temen ni deben, como dicen-, tienen el mundo debajo de los pies, contento el Señor de él (como) por los efectos que hace en sus almas pueden tener grandísima esperanza que Su Majestad lo está), embebidos en aquellos regalos, no querrían acordarse que hay otro mundo ni que tienen contrarios.

5. ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh buen Enseñador! Y qué gran cosa es, hijas, un maestro sabio, temeroso, que previene a los peligros. Es todo el bien que un alma espiritual puede acá desear, porque es gran seguridad. No podría encarecer con palabras lo que importa esto. Así que viendo el Señor que era menester despertarlos y acordarlos que tienen enemigos, y cuán más peligroso es en ellos ir descuidados, y que mucha más ayuda han menester del Padre Eterno, porque caerán de más alto, y para no andar sin entenderse, engañados, pide estas peticiones tan necesarias a todos mientras vivimos en este destierro: «Y no nos traigas, Señor, en tentación; mas líbranos de mal.