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Este capítulo se puede leer en clave de relación: ¿cómo es mi relación con el Señor? ¿Quién es Él? ¿Quién soy yo? ¿Qué me mueve en mi relación con Él?

En el capítulo anterior, la Santa nos decía que el temor nos hará mirar dónde poner los pies, y el amor acelerar los pasos; ahora en éste profundiza sobre el temor.

Temor no como miedo o encogimiento del alma que paraliza y no deja crecer. Temor como consecuencia del amor, de querer agradar al Amigo. Así, la relación con el Señor no es de orden moral, sino fruto del amor que llevará a un trato con Dios llano, en “santa libertad” (nº4) y a una relación de amabilidad y cercanía con las hermanas. Lo contrario, sería vivir con el alma apretada y encogido el espíritu, porque entre “más santas más conversables” (nº 7)

Para llegar a estas cumbres de amor y temor es necesario estar en sobre aviso, apartarse de las ocasiones, vigilar los pensamientos que horadan la casa, no estar muy seguras de sí, porque el ladrón lo llevamos dentro (cap. 10,1). Y estar con una gran determinación de no ofender a Dios o, como dice la Santa, “la intención recta y la voluntad determinada” (nº 8) porque se puede caer en la tentación, en las ocasiones, y la seguridad y confianza nuestra ha de descansar sólo en Él.

De Dios viene el amor y el temor, por eso hay que pedírselo a Él. Nos dice Teresa: “es cosa sabrosa hablar en tal amor; ¿qué será tenerle? El Señor me le dé, por quien su Majestad es” (nº1)

Es un capítulo en que, en la pedagogía de la Santa, nos invita a la libertad y amplitud de corazón, a no descuidarse, a caminar poco a poco, a vivir en el amor, para el Amor y del amor.

CAPÍTULO 41

Que habla del temor de Dios, y cómo nos hemos de guardar de pecados veniales.

1. ¡Cómo me he alargado! Pues no tanto como quisiera, porque es cosa sabrosa hablar en tal amor. ¿Qué será tenerle? El Señor me le dé, por quien Su Majestad es.
Ahora vengamos al temor de Dios. Es cosa también muy conocida de quien le tiene y de los que le tratan. Aunque quiero entendáis que a los principios no está tan crecido, si no es algunas personas, a quien -como he dicho- el Señor hace grandes mercedes, que en breve tiempo las hace ricas de virtudes. Y así no se conoce en todos, a los principios, digo. Vase aumentando el valor creciendo más cada día; aunque desde luego se entiende, porque luego se apartan de pecados y de las ocasiones y de malas compañías y se ven otras señales. Mas cuando ya llega el alma a contemplación - que es de lo que más ahora aquí tratamos-, el temor de Dios también anda muy al descubierto, como el amor; no va disimulado, aun en lo exterior. Aunque mucho con aviso se miren estas personas, no las verán andar descuidadas, que por grande que le tengamos a mirarlas, las tiene el Señor de manera que, si gran interés se le ofreciese, no harán de advertencia un pecado venial. Los mortales temen como al fuego. Y éstas son las ilusiones que yo querría, hermanas, temiésemos mucho, y supliquemos siempre a Dios no sea tan recia la tentación, que le ofendamos, sino que nos la dé conforme a la fortaleza que nos ha de dar para vencerla. Esto es lo que hace al caso; este temor es el que yo deseo nunca se quite de nosotras, que es lo que nos ha de valer.

2. ¡Oh, que es gran cosa no tener ofendido al Señor, para que sus siervos y esclavos infernales estén atados!; que, en fin, todos le han de servir, mal que les pese, sino que ellos es por fuerza y nosotros de toda voluntad. Así que, teniéndole contento, ellos estarán a raya, no harán cosa con que nos puedan dañar, aunque más nos traigan en tentación y nos armen lazos secretos.

3. Tened esta cuenta y aviso -que importa mucho- que no os descuidéis hasta que os veáis con tan gran determinación de no ofender al Señor, que perderíais mil vidas antes que hacer un pecado mortal, y de los veniales estéis con mucho cuidado de no hacerlos; esto de advertencia, que de otra suerte, ¿quién estará sin hacer muchos? Mas hay una advertencia muy pensada; otra tan de presto, que casi haciéndose el pecado venial y advirtiendo, es todo uno, que no nos pudimos entender. Mas pecado muy de advertencia, por chico que sea, Dios nos libre de él. ¡Cuánto más que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad y viendo que nos está mirando! Que esto me parece a mí es pecado sobrepensado, y como quien dice: «Señor, aunque os pese, haré esto; ya veo que lo veis, y sé que no lo queréis y lo entiendo; mas quiero más seguir mi antojo y apetito que no vuestra voluntad». Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece, por leve que sea la culpa, sino mucho y muy mucho.

4. Mirad, por amor de Dios, hermanas, si queréis ganar este temor de Dios, que va mucho entender cuán grave cosa es ofensa de Dios y tratarlo en vuestros pensamientos muy ordinario, que nos va la vida y mucho más tener arraigada esta virtud en nuestras almas. Y hasta que entendáis muy de veras que le tenéis, es menester andar siempre con mucho mucho cuidado, y apartarnos de todas las ocasiones y compañías que no nos ayuden a llegarnos más a Dios. Tener gran cuenta con todo lo que hacemos, para doblar en ello nuestra voluntad, y cuenta con que lo que hablare vaya con edificación; huir de donde hubiere pláticas que no sean de Dios.
Ha menester mucho que en sí quede muy impreso este temor; aunque si de veras hay amor, presto se cobra. Mas en teniendo el alma visto con gran determinación en sí, que -como he dicho- por cosa criada no hará una ofensa de Dios, aunque después se caiga alguna vez, porque somos flacos y no hay que fiar de nosotros; (cuando) más determinados, menos confiados de nuestra parte, que de donde ha de venir la confianza ha de ser de Dios); cuando esto que he dicho entendamos de nosotros, no es menester andar tan encogidos ni apretados, que el Señor nos favorecerá, y ya la costumbre nos será ayuda para no ofenderle; sino andar con una santa libertad, tratando con quien fuere justo y aunque sean distraídas. Porque las que antes que tuvieseis este verdadero temor de Dios os fueran tóxico y ayuda para matar el alma, muchas veces después os la harán para amar más a Dios y alabarle porque os libró de aquello que veis ser notorio peligro. Y si antes fuerais parte para ayudar a sus flaquezas, ahora lo seréis para que se vayan a la mano en ellas por estar delante de vos, que sin quereros hacer honra acaece esto.

5. Yo alabo al Señor muchas veces, y pensando de dónde vendrá por qué, sin decir palabra, muchas veces un siervo de Dios ataja palabras que se dicen contra El, debe ser que así como acá, si tenemos un amigo, siempre se tiene respeto, -si es en su ausencia-, a no hacerle agravio delante del que saben que lo es, y como aquél está en gracia, la misma gracia debe hacer que, por bajo que éste sea, se le tenga respeto y no le den pena en cosa que tanto entienden ha de sentir, como ofender a Dios. El caso es que yo no sé la causa, mas sé que es muy ordinario esto. Así que no os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno, y a las veces dan en ser escrupulosas, y veisla aquí inhabilitada para sí y para los otros. Y ya que no dé en esto, será buena para sí, mas no llegará muchas almas a Dios, como ven tanto encogimiento y apretura. Es tal nuestro natural, que las atemoriza y ahoga y huyen de llevar el camino que vos lleváis, aunque conocen claro ser de más virtud.

6. Y viene otro daño de aquí, que es juzgar a otros: como no van por vuestro camino, sino con más santidad por aprovechar el prójimo tratan con libertad y sin esos encogimientos, luego os parecerán imperfectos. Si tienen alegría santa, parecerá disolución, en especial en las que no tenemos letras ni sabemos en lo que se puede tratar sin pecado. Es muy peligrosa cosa y un andar en tentación continuo y muy de mala digestión, porque es en perjuicio del prójimo. Y pensar que si no van todos por el modo que vos, encogidamente, no van tan bien, es malísimo.
Y hay otro daño: que en algunas cosas que habéis de hablar y es razón habléis, por miedo de no exceder en algo no osaréis sino por ventura decir bien de lo que sería muy bien abominaseis.

7. Así que, hermanas, todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas, y que aunque sintáis mucha pena si no van sus pláticas todas como vos las querríais hablar, nunca os extrañéis de ellas, si queréis aprovechar y ser amada. Que es lo que mucho hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos, en especial a nuestras hermanas.

8. Así que, hijas mías, procurad entender de Dios en verdad que no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis que se os encoja el ánima y el ánimo, que se podrán perder muchos bienes. La intención recta, la voluntad determinada, como tengo dicho, de no ofender a Dios. No dejéis arrinconar vuestra alma, que en lugar de procurar santidad sacará muchas imperfecciones que el demonio le pondrá por otras vías y, como he dicho, no aprovechará a sí y a las otras tanto como pudiera.

9. Veis aquí cómo con estas dos cosas -amor y temor de Dios- podemos ir por este camino sosegados y quietos, aunque, como el temor ha de ir siempre delante, no descuidados; que esta seguridad no la hemos de tener mientras vivimos, porque sería gran peligro. Y así lo entendió nuestro Enseñador cuando en el fin de esta oración dice a su Padre estas palabras, como quien entendió bien eran menester.