Fundaciones

No porque sea escueta la redacción del capítulo 21, está exento de la profundidad que esta mujer utiliza en sus escritos. A ella le bulle la vida en sus entrañas y, cuando coge la pluma, nos la comunica a raudales con ese estilo que la ha convertido en maestra eminente de la prosa del Siglo XVI.

Un capítulo que puede parecer “anecdótico” y exagerado; fuera de lugar en nuestros tiempos.

Más al fondo de la narración de unos hechos contados por la Madre como “ejemplarizantes”, están las actitudes que ella propone: “alma tan buena y determinada”.

- La determinada determinación, el desasimiento de todo, para “abrazarnos con solo el Criador”, que ha dicho ya en Camino de Perfección…

- “Buen entendimiento”. O, dicho de otra manera, sentido común, capacidad de descubrir la realidad y en ella, al verdadero protagonista: Dios.

TOLEDO 1569

Muchas veces, cuando considero en esta fundación, me espantan las trazas de Dios” (nº 8)

En medio de la deliciosa y apresurada narración de la fundación, Teresa reorienta la mirada, la suya y la del lector (nosotras) hacia el verdadero protagonista de esta obra: Dios.

Él es la verdadera motivación que otorga fuerza a la Fundadora, que allana los caminos y lleva la obra adelante en medio de las contradicciones posibles. Y lo hace, según su manera de actuar en la historia de la salvación, con instrumentos pequeños y pobres. Lo cual lleva a Teresa a reconocer “Cuán poco al caso harían delante del juicio de Dios estos linajes y estados”. (nº 15)

Este capítulo relata el nacimiento de los frailes carmelitas. La Santa es bien consciente de la gran merced que el Señor le ha concedido al fundar los frailes, mucho más que fundar a las monjas (nº 12).

Este capítulo deja traslucir frescura y fuerza. Se descubre tras de todos los acontecimientos la mano de Dios que lleva y guía la vida. Por eso, llama la atención que en el fondo está latiendo ese fiarse de Dios, el poner los ojos en Él, “el desasirse de todo” (nº 5), “no andemos mirando las paredes, sino los ojos en el Esposo”, en el Único Fiel.

Para entender este capítulo habría que leer el contexto de la experiencia personal de Teresa, tal como ella la relata en Vida. Doloroso y contradictorio, a la par que fascinante, camino de oración. Un camino en el que, las más de las veces, se encontró sola por no hallar quien tuviese experiencia de estas cosas. Un camino en el que Cristo es el protagonista y en el que el termómetro de los pasos recorridos es la vida.

De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced!” Y más adelante: “Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase; que, con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto, que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía.” (V 37, 4)