No porque sea escueta la redacción del capítulo 21, está exento de la profundidad que esta mujer utiliza en sus escritos. A ella le bulle la vida en sus entrañas y, cuando coge la pluma, nos la comunica a raudales con ese estilo que la ha convertido en maestra eminente de la prosa del Siglo XVI.

Vamos a fijar nuestros ojos en dos aspectos a resaltar:

· Su relación con el Señor

1. Como ella nos repite reiteradamente, ésta es estrecha y asidua, si no nos explicaríamos tanta sintonía para escuchar sus palabras “Estando allí (en Salamanca) un día en oración, me fue dicho de Nuestro Señor que fuese a fundar a Segovia” (nº 1). Cuando ella se percata de este deseo, se sorprende mucho ya que el padre comisario apostólico, que la había mandado de Priora a la Encarnación, no tenía ganas de que fundase más conventos, pero “estando pensando esto, díjome el Señor que se lo dijese, que Él lo haría” (nº 2). Una vez puesta al habla con dicho comisario, los caminos se allanaron y la respuesta fue afirmativa, “Bien parece que lo quería Su Majestad, porque luego dijo que lo fundase, y me dio licencia” (nº 2).

· Confianza ciega en el Señor

1. Confiaba tanto en Él, que no la inquietaban los inconvenientes que surgían a raudales en cada una de estas fundaciones. ”Y desde Salamanca procuré me alquilasen una casa, porque… había entendido era mejor buscársela propia, después de haber tomado la posesión. Por muchas causas; la principal porque no tenía blanca para comprarla, y estando ya hecho el Monasterio, luego lo proveía el Señor” (nº 2)

2. Cuando todo parecía marchar sobre ruedas se empieza a complicar la fundación porque, en ausencia del Obispo el Provisor, como buen suplente, muy poseído de su mando “vino muy enojado, y no consintió decir más misa, y quería llevar preso a quien la había dicho” (nº 5)

3. No contento dicho señor con privar a las monjas de la celebración de la Eucaristía puso “un alguacil a la puerta, yo no sé para qué. Sirvió de espantar un poco a los que allí estaban. A mí nunca se me daba mucho de cosas que acaeciesen después de tomada la posesión” (nº 8)

4. Y para más “inri” “quitó el Santísimo sacramento. De esto no se nos dio nada. Estuvimos así varios meses hasta que se compro casa y con ella hartos pleitos” (nº 8)

5. A todo esto tenemos que añadir la precariedad de sus salud pues nos dice que tuvo en este tiempo ”harta calentura y hastío y males interiores de sequedad y oscuridad en el alma grandísima, y males de muchas maneras corporales, que lo recio me duraría tres meses, y medio año que estuve allí, siempre fue mala” (nº 4)

Una curiosidad a resaltar en éste y en muchos capítulos de Fundaciones es cómo la Santa se explaya en pormenorizarnos detalles de las personas que le ayudaron pero mantiene en el anonimato a las que entorpecían su obra.

En este capítulo se trata la fundación del Glorioso San José del Carmen de Segovia. Fundóse el mismo día de San José, año de 1574.

1. Ya he dicho cómo después de haber fundado el monasterio de Salamanca y el de Alba y antes que quedase con casa propia el de Salamanca, me mandó el padre maestro fray Pedro Fernández, que era comisario apostólico entonces, ir por tres años a La Encarnación de Avila, y cómo viendo la necesidad de la casa de Salamanca, me mandó ir allá para que se pasasen a casa propia. Estando allí un día en oración, me fue dicho de nuestro Señor que fuese a fundar a Segovia. A mí me pareció cosa imposible, porque yo no había de ir sin que me lo mandasen, y tenía entendido del padre comisario apostólico, el maestro fray Pedro Fernández, que no había gana que fundase más; y también veía que no siendo acabados los tres años que había de estar en la Encarnación, que tenía gran razón de no lo querer. Estando pensando esto, díjome el Señor que se lo dijese, que El lo haría.

2. A la sazón estaba en Salamanca, y escribíle que ya sabía cómo yo tenía precepto de nuestro reverendísimo General de que cuando viese cómodo en alguna parte para fundar, que no lo dejase. Que en Segovia estaba admitido un monasterio de éstos, de la ciudad y del Obispo; que si mandaba Su Paternidad, que le fundaría; que se lo significaba por cumplir con mi conciencia; y con lo que mandase quedaría segura o contenta. Creo estas eran las palabras, poco más o menos, y que me parecía sería servicio de Dios. Bien parece que lo quería Su Majestad, porque luego dijo que le fundase, y me dio licencia; que yo me espanté harto, según lo que había entendido de él en este caso. Y desde Salamanca procuré me alquilasen una casa, porque, después de la de Toledo y Valladolid, había entendido era mejor buscársela propia después de haber tomado la posesión, por muchas causas: la principal, porque yo no tenía blanca para comprarlas, y estando ya hecho el monasterio luego lo proveía el Señor; y, también, escogíase sitio más a propósito.

3. Estaba allí una señora, mujer que había sido de un mayorazgo, llamada doña Ana de Jimena. Esta me había ido una vez a ver a Ávila y era muy sierva de Dios, y siempre su llamamiento había sido para monja. Así, en haciéndose el monasterio, entró ella y una hija suya de harto buena vida, y el descontento que había tenido casada y viuda le dio el Señor de doblado contento en viéndose en la religión. Siempre habían sido madre e hija muy recogidas y siervas de Dios.

4. Esta bendita señora tomó la casa y de todo lo que vio habíamos menester, así para la iglesia como para nosotras, la proveyó, que para eso tuve poco trabajo. Mas porque no hubiese fundación sin alguno, dejado el ir yo allí con harta calentura y hastío y males interiores de sequedad y oscuridad en el alma, grandísima, y males de muchas maneras corporales, que lo recio me duraría tres meses, y medio año que estuve allí siempre fue mala.

5. El día de San José, que pusimos el Santísimo Sacramento, que, aunque había del Obispo licencia y de la ciudad, no quise sino entrar la víspera secretamente de noche...; había mucho tiempo que estaba dada la licencia, y como estaba en la Encarnación y había otro prelado que el Generalísimo nuestro padre, no había podido fundarla, y tenía la licencia del Obispo que estaba entonces, cuando lo quiso el lugar, de palabra, que lo dijo a un caballero que lo procuraba por nosotras, llamado Andrés de Jimena, y no se le dio nada tenerla por escrito, ni a mí me pareció que importaba. Y engañéme, que como vino a noticia del Provisor que estaba hecho el monasterio, vino luego muy enojado y no consintió decir más misa y quería llevar preso a quien la había hecho, que era un fraile Descalzo que iba con el padre Julián de Ávila y otro siervo de Dios que andaba conmigo, llamado Antonio Gaytán.

6. Este era un caballero de Alba, y habíale llamado nuestro Señor, andando muy metido en el mundo, algunos años había; teníale tan debajo de los pies, que sólo entendía en cómo le hacer más servicio. Porque en las fundaciones de adelante se ha de hacer mención de él, que me ha ayudado mucho y trabajado mucho, he dicho quién es; y si hubiese de decir sus virtudes, no acabara tan presto. La que más nos hacía al caso es estar tan mortificado, que no había criado de los que iban con nosotras que así hiciese cuanto era menester. Tiene gran oración, y hale hecho Dios tantas mercedes, que todo lo que a otros sería contradicción le daba contento y se le hacía fácil, y así lo es todo lo que trabaja en estas fundaciones. Que parece bien que a él y al padre Julián de Avila los llamaba Dios para esto, aunque al padre Julián de Avila fue desde el primer monasterio. Por tal compañía debía nuestro Señor querer que me sucediese todo bien. Su trato por los caminos era tratar de Dios y enseñar a los que iban con nosotras y encontraban, y así de todas maneras iban sirviendo a Su Majestad.

7. Bien es, hijas mías, las que leyereis estas fundaciones, sepáis lo que se les debe, para que, pues sin ningún interés trabajaban tanto en este bien que vosotras gozáis de estar en estos monasterios, los encomendéis a nuestro Señor y tengan algún provecho de vuestras oraciones; que si entendieseis las malas noches y días que pasaron, y los trabajos en los caminos, lo haríais de muy buena gana.

8. No se quiso ir el Provisor de nuestra iglesia sin dejar un alguacil a la puerta, yo no sé para qué. Sirvió de espantar un poco a los que allí estaban. A mí nunca se me daba mucho de cosa que acaeciese después de tomada la posesión; antes eran todos mis miedos. Envié a llamar a algunas personas, deudos de una compañera que llevaba de mis hermanas, que eran principales del lugar, para que hablasen al Provisor y le dijesen cómo tenía licencia del Obispo. El lo sabía muy bien, según dijo después, sino que quisiera le diéramos parte, y creo yo que fuera muy peor. En fin, acabaron con él que nos dejase el monasterio, y quitó el Santísimo Sacramento. De esto no se nos dio nada. Estuvimos así algunos meses, hasta que se compró una casa, y con ella hartos pleitos. Harto le habíamos tenido con los frailes franciscos por otra que se compraba cerca. Con estotra le hubo con los de la Merced y con el Cabildo, porque tenía un censo la casa suyo.

9. ¡Oh Jesús!, ¡qué trabajo es contender con muchos pareceres! Cuando ya parecía que estaba acabado, comenzaba de nuevo; porque no bastaba darles lo que pedían, que luego había otro inconveniente. Dicho así no parece nada, y el pasarlo fue mucho.

10. Un sobrino del Obispo hacía todo lo que podía por nosotras, que era prior y canónigo de aquella iglesia, y un licenciado Herrera, muy gran siervo de Dios. En fin, con dar hartos dineros se vino a acabar aquello. Quedamos con el pleito de los Mercedarios, que para pasarnos a la casa nueva fue menester harto secreto. En viéndonos allá, que nos pasamos uno o dos días antes de San Miguel, tuvieron por bien de concertarse con nosotras por dineros. La mayor pena que estos embarazos me daban, era que no faltaban ya sino siete u ocho días para acabarse los tres años de la Encarnación, y había de estar allá por fuerza al fin de ellos.

11. Fue nuestro Señor servido que se acabó todo tan bien, que no quedó ninguna contienda, y desde a dos o tres días me fui a La Encarnación. Sea su nombre por siempre bendito, que tantas mercedes me ha hecho siempre, y alábenle todas sus criaturas. Amén.