Ni lo esperábamos ni casi nos lo podíamos creer, cuando el Vicario de esta Zona Oeste nos vino a comunicar que la Cruz y el Icono de la Virgen que el Papa Juan Pablo II había regalado a la juventud en el año 1982, pasaría una hora por nuestra Iglesia, pero en seguida que nos dieron la noticia pusimos manos a la obra.

La experiencia ha sido muy enriquecedora. Al día siguiente nos reunimos en nuestro locutorio con el Párroco y un matrimonio joven, responsables de la catequización de la Parroquia y nos fuimos repartiendo las competencias para que resultara lo más provechoso posible para todos los que estuviéramos presentes. Y la verdad es que el Señor, como siempre, nos echó una mano y se consiguió vivir una hora de oración intensa.

La Celebración empezó a las 4,30 de la tarde del día 16 de este mes de marzo. Previamente la Cruz y el Icono habían sido montados en el compás de nuestro convento desde donde la cargaron los jóvenes que se disputaban el honor de llevarla e introducirla en la Iglesia, la cual estaba totalmente abarrotada por casi 400 personas, con una considerable representación de jóvenes. Todo sucedió en medio de un impresionante silencio y respeto.

Se recibieron las Insignias con cantos populares, para que la participación fuera lo más masiva posible y, una vez colocadas en los lugares señalados, los jóvenes se sentaron en numerosas alfombras que habíamos extendido en el suelo, ocupando los bancos y sillas las personas mayores. A pesar de las previsiones no se pudo evitar que mucha gente permaneciera de pie durante toda la celebración.

Se proclamó el Evangelio de Juan 1,35-39 y a continuación se hicieron unos minutos de silencio para interiorizar y personalizar esta Palabra. Pasados los mismos, compartimos con la persona más cercana lo que de dicha Palabra habíamos recibido, no sin antes haber explicado lo enriquecedor que puede ser para el hermano y para uno mismo éste “compartir” lo que Dios nos comunicaba en la oración. Seguidamente pasamos a la adoración de la Cruz. Se hizo de una manera muy emotiva. Un grupo de jóvenes izaron la Cruz que estaba extendida sobre los escalones del presbiterio y la mantuvieron inhiesta. Había que contemplar el orgullo con el que la alzaban y el mimo con que la tocaban. No se les movió ni un músculo en los 40 minutos largos que duró la adoración. Sinceramente a mí me emocionó y me hizo pensar que muchas veces nos dejamos invadir de una especie de pesimismo que no creo tenga tanta consistencia. Ahí estaba la juventud, o una parte muy representativa de ella, de la que tantas veces pensamos que es disoluta y adicta sólo a la botellona.

Después se cantó el Magníficat, como homenaje al Icono Mariano y terminó el rato orante con un emotivo canto del Padre Nuestro, en el que todos los asistentes manteníamos las manos enlazadas y que fue un honroso final a tan emotivo acto.