Los poderes de este mundo 
se empeñaron en crucificar la PALABRA.
Maquinaron injusticias y maldades
y se proveyeron de cordeles para atarla.
Pero… ¿acaso se inventaron cadenas
que pudieran atrapar el viento?

¿Se fabricaron mordazas
que ahogaran el trino de los pájaros?
¿Se conoce un zulo donde meter el Sol
para que en la Tierra reinen las tinieblas?
Lo intentaron y creyeron conseguirlo.
Fue de noche…
Usaron la traición como herramienta
y le sometieron a toda clase de ultrajes.
Sus expectativas quedaron colmadas…
Todos lo abandonaron,
su poder era ficticio.
Al desgarrar su carne
brotaba sangre
como cuando azotan a un esclavo.
Desfallecía agobiado por el sufrimiento, 
no fue capaz de bajar de la cruz…
Pero… ¿y la PALABRA?
¿Qué pudieron contra la PALABRA?
Estaban tan ciegos
que no atinaron a comprender
que sus esfuerzos habían fallado.
La PALABRA siguió GRITANDO.
Primero con el SILENCIO.
¿Puede haber mayor desprecio
que despreciar las ofensas?
Calló aguantando los azotes, 
el punzar de las espinas,
el peso de la cruz,
la mofa de la gente,
el desgarro de los clavos…
Pero una vez ELEVADO
y conquistado el TRONO,
la PALABRA lanzó 
un agudo grito
que atravesó el infinito
hasta colocarse al lado
del sufriente de todos los tiempos.
Desde allí habló con MAJESTAD:
Estalló en AMOR: PERDONANDO.
En POBREZA:
- manifestando su SED.
- despojándose de su MADRE.

- entregándonos el Espíritu,
En OBEDIENCIA: con su CONSUMATUM EST.
A partir de entonces, la PALABRA quedó muda.