De repente te quedaste sola.
En tu regazo posaba aquel Sol
que un día estalló en tus entrañas,
dejándolas intactas.
Toda tú te volviste noche…
Habrás colmado
la capacidad de sufrimiento.
Llamabas a las lágrimas,
pero también ellas
te habían abandonado.
¿Llena de gracia?
¿Colmada de amargura!
¿Quién te había robado la escala
por la que subías y bajabas
para comunicarte con Dios?
¿También Él te había abandonado?
La Vida yacía en tu regazo
mientras tú intentabas, sin lograrlo,
traspasarle el latir de tu corazón,
que alentara su pulso dormido.
Pero, era inútil…
Nazaret quedaba muy lejos,
y nuevamente Dios
se vestía de misterio y silencio,
haciéndose huidizo y sombrío.
Sólo existías
tú y tu dolor…