Un Amor desbordado; sin fronteras, sin límites…
Partido y derramado.
Celebramos la Vida, la Entrega.
Celebramos la Presencia…
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
ESTÁ. ÉL ESTÁ.
Real y tangible en un trozo de Pan, en un poco de Vino; signo sensible de la Mayor Locura…
Celebramos la Posibilidad de Ser.
En el Cuerpo y la Sangre de Jesús, somos. Redescubrimos nuestra raíz y nuestra esencia cuando nos hacemos conscientes de la Persona que nos habita, “que se viene a estar con nosotros” en cada Eucaristía, que asume nuestra realidad para “hacernos de su condición”.
Celebramos…
El Banquete, la Fiesta, la Alegría…
La Eucaristía.
Y después…
Lavar los pies.
El servicio. Nuestra entrega.
“Haced vosotros lo mismo”.
Ser nosotros mismos como Él: Pan. Blando, repartido y compartido.
En la espesura de la vida, en lo cotidiano…
Ser pan blando que se deja partir para alimentar. Ser vino derramado que alegra a los hermanos, que sana heridas enconadas.
Celebramos el AMOR.
Que vivamos de este Amor…
Ni lo esperábamos ni casi nos lo podíamos creer, cuando el Vicario de esta Zona Oeste nos vino a comunicar que la Cruz y el Icono de la Virgen que el Papa Juan Pablo II había regalado a la juventud en el año 1982, pasaría una hora por nuestra Iglesia, pero en seguida que nos dieron la noticia pusimos manos a la obra.
La experiencia ha sido muy enriquecedora. Al día siguiente nos reunimos en nuestro locutorio con el Párroco y un matrimonio joven, responsables de la catequización de la Parroquia y nos fuimos repartiendo las competencias para que resultara lo más provechoso posible para todos los que estuviéramos presentes. Y la verdad es que el Señor, como siempre, nos echó una mano y se consiguió vivir una hora de oración intensa.
La Celebración empezó a las 4,30 de la tarde del día 16 de este mes de marzo. Previamente la Cruz y el Icono habían sido montados en el compás de nuestro convento desde donde la cargaron los jóvenes que se disputaban el honor de llevarla e introducirla en la Iglesia, la cual estaba totalmente abarrotada por casi 400 personas, con una considerable representación de jóvenes. Todo sucedió en medio de un impresionante silencio y respeto.
Se recibieron las Insignias con cantos populares, para que la participación fuera lo más masiva posible y, una vez colocadas en los lugares señalados, los jóvenes se sentaron en numerosas alfombras que habíamos extendido en el suelo, ocupando los bancos y sillas las personas mayores. A pesar de las previsiones no se pudo evitar que mucha gente permaneciera de pie durante toda la celebración.
Se proclamó el Evangelio de Juan 1,35-39 y a continuación se hicieron unos minutos de silencio para interiorizar y personalizar esta Palabra. Pasados los mismos, compartimos con la persona más cercana lo que de dicha Palabra habíamos recibido, no sin antes haber explicado lo enriquecedor que puede ser para el hermano y para uno mismo éste “compartir” lo que Dios nos comunicaba en la oración. Seguidamente pasamos a la adoración de la Cruz. Se hizo de una manera muy emotiva. Un grupo de jóvenes izaron la Cruz que estaba extendida sobre los escalones del presbiterio y la mantuvieron inhiesta. Había que contemplar el orgullo con el que la alzaban y el mimo con que la tocaban. No se les movió ni un músculo en los 40 minutos largos que duró la adoración. Sinceramente a mí me emocionó y me hizo pensar que muchas veces nos dejamos invadir de una especie de pesimismo que no creo tenga tanta consistencia. Ahí estaba la juventud, o una parte muy representativa de ella, de la que tantas veces pensamos que es disoluta y adicta sólo a la botellona.
Después se cantó el Magníficat, como homenaje al Icono Mariano y terminó el rato orante con un emotivo canto del Padre Nuestro, en el que todos los asistentes manteníamos las manos enlazadas y que fue un honroso final a tan emotivo acto.
Difícil será poder poner por escrito lo que para mí significa la Navidad. Quizás podría confeccionar un pequeño rosario de adjetivos que, delicadamente engarzados intentarían desvelar una leve imagen de lo que estos días significan en mi vida. Quizás daría por resultado algo tan sorprendente que constituye el alimento que me sostiene el resto del año. Asombro, Alegría, Agradecimiento, Desconcierto, Misterio, Amor, Nacimiento…
No sabría por cual decidirme, pero como tengo que hacerlo por alguno, lo hago por éste último. “Nacimiento”, esto es el hecho real que el mismo Dios eligió para realizar la obra cumbre de cuantas se había empeñado en regalarnos “Llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de una Mujer, nacido bajo la ley” (Gal. 4,4)
Esta frase, aparentemente sencilla contiene todo el MISTERIO DE AMOR jamás imaginado ¿Cómo podría caber en nuestra mente humana que todo un Dios asumiera nuestra propia naturaleza sin dejar ni por un momento de participar de la Naturaleza Divina? … Y se queda resonando en mis oídos y en mi corazón la palabra NACIMIENTO. Y recorro, como puedo, todos los significados que me trae a la mente.
Me detengo ante la ternura de un nuevo corazón que, de repente se independiza del cordón que le unía al cálido seno de su madre y comienza la aventura de empezar a latir por su cuenta. Luego salto hacia el recóndito huequecito horadado sin saber cómo en la dura roca, que mana entre la espesura ese charquito de transparente agua, templadita en las gélidas mañanas del invierno y reconfortante y fresca en una tarde del verano. Más tarde se dibuja en mi mente ese entrañable rincón de las casas que en estos días, entre luces parpadeantes, arrullan al Niño que duerme en el pesebre ante las miradas absortas de sus padres, para luego evocar la pequeña semilla que, enterrada en la tierra, soporta el dolor de la muerte para experimentar la alegría de la vida transformada. Y pienso en la primavera; cómo la vida nace rompiendo las cenicientas ramas desnudas y llego a la conclusión de que NACER ES BELLO PORQUE DIOS QUISO NACER POR AMOR A TODOS LOS HOMBRES.
Cádiz, 12 de julio de 2010, San Benito
DIARIO 73.- “El buen rollito”
Me ha gustado la versión laica de esa palabra tan grande: la unidad. Se la oí al delegado de la selección española en el Mundial de futbol, ayer, en vísperas de la victoria. Decía: una de las claves del éxito de estos muchachos, que él llama “artistas”, es “el buen rollito” que hay entre ellos. Y lo explicaba: “están tranquilos, son humildes, nadie saca los pies del tiesto, hay entre ellos un ambiente cordial, da lo mismo estar en el banquillo que jugando, son una familia”.
Tan profunda como es, la unidad traducida en estos términos tan humanos, me ayuda a entender más su grandeza. Cuando nos mostramos artistas, somos el reflejo más hermoso del Creador, el Artista. Ya pueden prohibir “los de arriba” que los jugadores se santigüen o miren al cielo cada vez que marcan un gol. Valores como la amistad, el buen entendimiento, las buenas relaciones, muestran nuestro verdadero ADN, eso tan grande que llevamos dentro, la imagen y la semejanza del que nos hizo así.
Es ya voz común. Una de las razones del éxito de estos jóvenes jugadores, a parte del estilo de juego, es el trabajo en equipo, la cohesión, la actitud, las maneras, la nobleza, el saber estar, el buen nivel de educación. Y más clarito, en el editorial de un periódico: “la comunión entre los jugadores, la unidad”. Hoy en toda España se habla de unidad.
La pasada semana, en mi comunidad (perdón, en mi “club”), los dos mas veteranos se han lesionado. Uno (77 años) se ha caído y se ha roto la cadera. Operado a los pocos días, se recupera ya favorablemente. El otro (79) ha sufrido un AIT. He mirado en Internet para entender esas iniciales. Podía ser “Asociación Internacional de Trabajadores”. Pero no es el caso. Ha sido “accidente isquémico transitorio”. También este veterano se recupera favorablemente. Pero yo, que estaba en el “banquillo”, he tenido que salir a jugar. Y puedo asegurar que entre todos nosotros ha habido, y sigue habiendo, “buen rollito”.
Sería la versión laica de lo que nos pidió San Agustín en su Regla. En vez de “lo primero por lo que os habéis reunido en comunidad es para que tengáis una sola alma y un solo corazón”, sería: “Lo primero entre vosotros, ¡buen rollito!”. ¡Simpática la cosa!
Y el comentario laico, sería la descripción de la amistad de sus Confesiones:
“Conversar, reír, servirnos mutuamente con agrado, leer juntos libros bien escritos, chancearnos unos con otros y divertirnos en compañía; discutir a veces, pero sin animadversión, como cuando uno disiente de sí mismo, y con tales disensiones, muy raras, condimentar las muchas conformidades; enseñarnos mutuamente alguna cosa, suspirar por los ausentes con pena y recibir a los que llegaban con alegría”.
Se lo voy a proponer a la gente: “el buen rollito”. A mí me hace bien.
“¿Qué hacen ahí encerradas esas mujeres?”
“¿Por qué pierden su vida inútilmente?”
“¿No sería mejor, si quieren dedicar su vida sólo a Dios, emplearla en ayudar a los necesitados, en colegios, hospitales, misiones…?”
Estas son sólo algunas de las preguntas que surgen espontáneamente en quienes, sin previo aviso, se encuentran con la realidad de la vida contemplativa.
Sorpresa y desconcierto. Quizás algún comentario del estilo: “¡Qué desperdicio!”
Explicar nuestra vida a alguien ajeno totalmente al mundo de la oración e inmerso en nuestra sociedad consumista, se convierte, entonces, en una tarea difícil, que no imposible.
Así que, sencillamente, usamos una comparación que a nosotras nos sugiere mucho de lo que somos y queremos vivir en la iglesia y que, quizás, pueda aclarar algunos conceptos.
Es como si fuéramos la raíz de un árbol.
La raíz es un órgano generalmente subterráneo que no tiene hojas ni flores ni frutos y que crece en dirección inversa al tallo, es decir, hacia el suelo, hacia dentro.
Así, nosotras, formamos parte de la totalidad de este árbol que es la Iglesia y crecemos en dirección contraria a la luz, a lo que se ve, a lo que brilla.
Nos desarrollamos hacia dentro de la Iglesia y de nosotras mismas para fijar el árbol al suelo, tal como hacen las raíces. El suelo, nuestra tierra verdadera, es Jesucristo, base y fundamento de nuestra vida cristiana, la Roca en la que se afirma nuestro crecimiento.
No tenemos hojas ni flores ni frutos, es decir, no se ven nuestras obras; nuestro apostolado no es mensurable cuantitativamente, ni vemos resultados del trabajo que realizamos. Por el contrario, con la oración y la vida fraterna absorbemos los nutrientes del suelo para llevarlos al resto del árbol. Pero eso nadie lo nota.
El árbol solamente se siente vivo, con fuerza y vigor para dar frutos porque dentro de sí mismo corre la savia que lo sostiene. Pero la savia no se ve ni el agua que es absorbida del suelo se hace visible tampoco.
De igual manera, la oración, la comunión profunda de nuestras vidas con Dios nos conecta con el resto de la Iglesia y del mundo y nos hace llevar el “Agua Viva del Amor” al resto de nuestros hermanos sin que ni nosotras ni ellos sepamos cómo sucede.
Evidentemente, no es algo mágico. Pero todos sabemos que la creación entera, el cosmos, la naturaleza, todos los seres humanos, estamos conectados entre nosotros. Que nuestras acciones repercuten en los demás y que la manera en la que vivimos hace de nuestro mundo un lugar más o menos amable en relación a nosotros mismos.
Esta es otra de las funciones de la raíz: la comunicación. Ciertas especies de árboles pueden unir sus raíces a las de los árboles de la misma especie y así poner en común los recursos hídricos y nutritivos; y con ello ayudar a árboles gravemente heridos a sobrevivir.
Esa es más o menos la implicación que nuestra vida tiene en la Iglesia.
Es claro que la contemplación no es privilegio ni posesión única de las contemplativas, es algo que forma parte de la vida de todo cristiano. Todos tenemos capacidad, derecho y necesidad de vivir la interioridad, de contemplar el misterio de Dios desde el tesoro que cada uno somos; sin embargo, nosotras somos como ese “espacio verde” en el corazón de la ciudad, que recuerda que esa es la llamada fundamental de todo hombre: SER, más que hacer.
En estos días de verano un grupo de jóvenes, que se encontraban haciendo ejercicios espirituales con los salesianos, quisieron compartir con nosotras el rezo de vísperas y algunas experiencias del día de desierto. Aquí os ofrecemos una de ellas.
ÉXODO Y LIBERACIÓN. HISTORIA DE UNA IMPORTANTE LECCIÓN
Para entender esta historia debemos remontarnos a finales de mayo. Por aquel entonces, yo tenía bastante claro que el próximo curso haría una experiencia vocacional. Después de muchas experiencias y mucha oración, descubrí que Dios me llamaba algo y que no sabía que era, y estaba dispuesto a hacer una experiencia de este tipo para poder ver si esa llamada era o no a la vida religiosa. Estaba a la espera de poder hablar con las personas adecuadas que pudieran comentarme las opciones, las formas y los tiempos para esta experiencia, pero en mí no cabían tantas expectativas generadas, y sobre todo una de ellas, que entonces una vez dado ese paso sería muy feliz.
En este contexto personal y temporal, la etapa de exámenes se presentaba como una etapa de mucha presión y poca disposición tanto física como psicológica para poder entablar relación con Dios. Pese a saber e intuir mucha de las pruebas que me depararía este tiempo, no tome ninguna precaución, y a pesar de que los resultados académicos fueran aceptables, personalmente había perdido mucho, principalmente esa paz y serenidad que nace de hablar con Dios cada día y de estar atento a su palabra en cada momento.
Yo pensé que pasado el tiempo de prueba, todo volvería a la normalidad, pero no fue así. Lo cierto es que la idea de hacer una experiencia vocacional el próximo curso se presentaba muy lejana, mientras que otras ideas, otros proyectos, llenos de viajes, mujeres, independencia, pero quizás vacíos de Dios se me presentaban por delante, como mucho más acordes a mi y como lo que yo realmente quería. En este momento, en un verdadero desierto de Dios, o quizás no tan desierto, pero en una sensación de:"bueno, sé que estás hay pero no quiero que estés, o voy a intentar buscar en otro lado, pero en el fondo sé...", llego a los ejercicios, con la tarea de conocerme a mi mismo, de recordar y rememorar toda mi historia para poder descubrir que hay de genuino en ella, cuales son las dificultades que he encontrado y que camino he ido haciendo, que decisiones tomé y como me sentí y me resultaron, para poder intentar vislumbrar una elección en mi camino, porque en el fondo sabía que si era verdaderamente de Dios lo que había estado planteando, pues aunque no estuviera en un buen momento habría que considerarlo.
Y así, el miércoles nos proponen una aventura de desierto. Para mi en principio me suponía un contratiempo porque me exigía salir y moverme, salir de mi rutina, y no me permitía hacer el trabajo de conocimiento propio que perseguía, pero decidí hacerlo. Empecé con dos amigos, dispuestos a llegar a donde fuera. Comenzamos intentando hablar un poco de nuestras tentaciones y demás, pero pronto pasamos ha hablar de otros temas, y nos dedicamos, digamos a dar un paseíllo. Cuando comenzamos a ser un poco conscientes de la dimensión del camino, yo empecé a idear y proponer cosas para no recorrerlo. Le preguntamos a un hombre acerca de la parada de autobús, y la primera idea fue cogerlo de vuelta hacia Sanlúcar, para no tener que hacerlo a la vuelta. Pensando y hablando que hacer para no volver andando y en como coger algún fruto para comer y aliviar un poco el camino llegamos por fin a nuestro destino, Loreto. Allí estuvimos poco tiempo, nos refrescamos, dio tiempo apenas para leer el documento que nos facilitaron, descansar un poco y visitar la iglesia, y en poco tiempo reemprendimos la vuelta.
Nada más salir, nos encontramos con una camino alternativo que se presentaba más corto, un atajo, y lo tomamos. Dimos a un lugar que conocíamos, y tuvimos una imagen que se nos presento tentadora. Era la de un pequeño burro en una parcela sin nada edificado, que tan solo contenía dos perros y un burro. Tuvimos la idea de llevarnos al burro, de ir montados en el o de llevárnoslo para que fuera más leve el camino, reírnos y entretenernos. La idea en mi cabeza se presentaba pues, bueno como un robo que es lo que era, pero no aparecían consecuencias ni aspectos negativos, solo como algo divertido. Finalmente desechamos la idea y conseguimos encontrar el camino correcto. Volviendo intentamos hacer varias veces autostop, porque no es que estuviéramos muy cansados, pero si podíamos ahorrarnos algo pues mejor que mejor y así nos cogió un hombre en su coche y nos dejó en una carretera a la espalda del colegio salesiano. En ese momento tuvimos mucha suerte porque nos encontramos a un animador del pueblo que nos llevó al siguiente y más lejano lugar, la Paz. Cierto es que esta pequeña "aventura" nos divirtió, pero yo tenía la sensación de que algo estaba mal, de que me estaba perdiendo algo, de que no era esa la forma ni el camino. Después de comer y estar un tiempo en la paz nos fuimos a refrescarnos y tomar algo en un bar, y estuvimos largo tiempo hablando y discutiendo sobre la experiencia, principalmente justificando y aclarándonos a nosotros mismo porqué habíamos hecho lo que habíamos hecho, porque yo al menos en cierta manera lo necesitaba.
El camino lo concluimos llegando al último lugar, y pasando por el colegio para descansar. Ya nos dirigíamos hacia vuestro convento, y ciertamente tenía "ganas" de estar allí y veros, porque guardaba grato recuerdo. Y cuando estaba allí, cuando rezamos y os escuché, vino a mi cabeza como una revelación, algo que considero importante, y que justifica que haya contado tanta anécdota anteriormente. Me di cuenta que el camino que había hecho, era realmente el camino que había vivido estos dos meses. Al igual que en mi vida, el camino hacia Loreto era áspero, seco y duro, y lo recorría con amigos, con mi gente, que siempre estuvo hay también en mi vida. También vi que en mi vida había hecho lo mismo que caminando hacia Loreto, mirar para otro lado para intentar obviar el camino, no hacer el trabajo al que éste me invitaba. A pesar de todo, en mi vida no había dejado de rezar o celebrar la eucaristía, pero al igual que en la iglesia de Loreto, lo hacía deprisa, sin prestar demasiada atención, y esperando a que llegara el siguiente momento. De nuevo, vi que en mi vida había también tomado otros caminos, "atajos" y decidí, por ejemplo, obviar mi responsabilidades para estar demasiado con mis amigos, tomar actitudes que iban poco conmigo, buscar la fiesta, el aparentar, el extremo en cierta manera, al igual que decidí hacer autostop en el camino, pero en ambas situaciones, aunque era consciente de lo que había decidido y hecho, también era consciente de que la sensación que se me quedaba no era placentera cien por cien, una sensación de que algo estaba mal, de que faltaba un poco. Y por último pues me di cuenta, de que también en ambas experiencias había hecho el esfuerzo de justificarme, de explicarme a mi mismo lo que había hecho y porqué para intentar incluso hacerme ver que eso era lo correcto, o lo que yo necesitaba y quería, aunque de fondo siempre había algo que no calmaba ninguna justificación.
Escuchando y compartiendo con vosotras, descubrí una cosa muy importante:" la vida para una persona es un constante elegir, discernir entre dos o más caminos a seguir. En este decidir podemos encontrar un camino que viene de Dios, y otros pues que vienen de otros sitios. Sin duda todos los caminos podrán proporcionarnos cierta felicidad, placer y crecimiento personal, pero sólo si seguimos el camino de Dios, solo entonces podremos ser felices cien por cien, solo entonces seremos nosotros mismo, y podremos estar plenos, en paz y serenidad.
Esta es la experiencia que quería compartir con vosotras y con el resto de mis compañeros. Quizás la conclusión o moraleja parezca muy sencilla, de cuento, incluso un poco tonta, pero para mi, que soy una persona que se suele mover entre extremos, a la que se le presentan muchas cosas como atractivas, y que aunque siempre haya un hilo conductor, suele cambiar y moverse quizás mucho aparentemente, así como un péndulo oscila y puedo oscilar mucho, pero siempre entorno a la misma posición de equilibrio, pues esta enseñanza me ayuda mucho. Y quería compartirla porque fue allí, compartiendo y rezando con mis compañeros y con vosotras, cuando se me reveló.
* La Resurrección es confiar, es tener la certeza de que “todo ha sido sometido bajo sus pies. ¡ÉL VIVE! ¡ESTÁ RESUCITADO! y ¡estamos en sus manos!
* Esta Pascua en mí ha acrecentado la necesidad urgente de ser testigo vital de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, en y desde lo cotidiano. Digo urgente porque el mundo está ansioso y a la espera de encontrar y ver testigos que le hagan presente el rostro del Resucitado. Apoyada en esta gran Sonrisa de Misericordia que nos entregó el Padre al enviarnos a su querido Hijo, quiero ser signo, desde aquí, con mis hermanas, desde un simple gesto, una sonrisa, una mirada o quizá un palabra oportuna, sabiendo que estos pequeños actos de amor alcanzan al mundo entero.
* Esta Pascua ha sido para mí un resurgir a la vida nueva que cada día debe impulsarme a caminar buscando la meta final que es Cristo, y a despojarme de todo aquello que lleva en sí signo de muerte. Esto requiere un continuo luchar en esperanza hacia el final, que me unirá definitivamente con el Cristo glorioso, para que se cumpla lo que Él prometió: “Adonde Yo estoy, estén también ellos conmigo”.
* Para mí la Pascua ha sido la luz que ha iluminado todos los rincones de mi alma para hacerme ver todo aquello que dista mucho de ser manifestación de la Resurrección. Esencialmente, reconocer que, para ver al Resucitado, he de agacharme, al igual que las mujeres ante el sepulcro vacío; despojarme de mis criterios, de mis autosuficiencias y encontrarme con lo que realmente soy. Experimentar que de Él, de Cristo Resucitado, he recibido la plenitud de la vida no para reservármela, sino para entregarla a todos los hombres.
* Cristo, cuando se aparece a los apóstoles, les dice: PAZ A VOSOTROS. Él viene a traer la Paz a mi corazón, Él es mi Paz. Como el Padre envió a Jesús, así Él me envía a ser testigo de lo que he visto: ¡RESUCITÓ MI SEÑOR! ¡RESUCITÓ MI ESPERANZA!
Queremos compartir con todos sencillamente lo que significa para nosotras el acontecimiento central de nuestra fe: la Resurrección de Jesús. Iremos ofreciendo experiencias de distintas hermanas.
* Personalmente, lo que más me ha ayudado en esta Pascua es el hecho de saberme y sentirme hija de Dios. Esta filiación divina que Jesucristo ha ganado para mí y a la que Dios me tenía predestinada desde siempre. El hecho de descubrir tan vivamente esta realidad, me lleva a descansar en tal Padre y a abandonarme confiadamente desde la fe y la esperanza, a vivir este Amor, sabiéndome partícipe de esta naturaleza divina. ¡Qué don tan inmenso! ¡Qué grande es su Amor!
* En mí han resonado muy fuerte y profundamente las Palabras de Jesús cuando dice: PAZ A VOSOTROS. He comprendido que Él nos entrega su Paz para que nosotras trabajemos por ella. No es algo que me pertenezca en propiedad, es un don recibido que en mis manos ha de prosperar. En un mundo de violencias, guerras y discordias, la paz que yo viva y entregue a las demás redunda en bien de todos.
* He comprendido que lo realmente importante es que Cristo está Resucitado, independientemente de los sentimientos y de los signos que rodean la noche santa de la Resurrección. CRISTO ESTÁ VIVO, y todo lo demás pasa. Por eso, más que nuestras palabras, es nuestra vida la que tiene que manifestar este hecho, la que tiene que ser testigo de su Amor.
Comenzamos contigo, Señor, este camino hacia la Pascua, tu Pascua. Con los ojos fijos en Ti, Cristo Resucitado, vamos adelante. Mirándote a Ti como nuestra Meta, contigo como Compañero de viaje y a través de Ti, que te haces para nosotros Camino.
Partimos de Ti, origen de nuestra vida y vamos hacia Ti, fin último de nuestra existencia.
“¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn.6,68)
Tenemos experiencia de que nada ni nadie puede saciar nuestra sed. Acudimos a Ti, sedientos de plenitud, peregrinando en esta noche oscura, en fe y con la esperanza de poseerte.
Acudimos a Ti para empaparnos en tu Amor y dejar sanar nuestras heridas en el mar de tu Misericordia.
Es tiempo de ponernos ante Ti con la verdad de nuestra vida, pobre, llena de torpezas e impotencias.
Es tiempo de recordarnos que hemos sido elegidos por Ti para ser el pueblo de tu propiedad personal.
Es tiempo de creer que tu Misericordia no se agota, se renueva cada mañana. ¡Qué grande es tu Fidelidad!
Tú eres nuestro Dios, el Dios que permanece Fiel a la Alianza, a pesar de nuestras infidelidades.
Es tiempo de celebrar la fiesta de tu Perdón. Es tu tiempo.
En este día dedicado a la vida consagrada queremos rendir un sentido homenaje a las “joyas” de nuestra comunidad. Son la hermana Mercedes del Corazón de Jesús, de 99 años, que lleva en el convento 73, y la hermana Concepción de Cristo Rey, de 95 años, que lleva en el convento 78, pues entró 17.
Ellas son modelo para nosotras en la oración, la perseverancia y la sabiduría que dan los años. En ellas constatamos el amor, el entusiasmo por la vida, el enamoramiento que nunca envejece, etc… Como canta el salmista:
“El justo en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso para proclamar que el Señor es recto, que en Él, la Roca, no existe falsedad”. (Salmo 13)
Ahí está hermana Mercedes, con su voz pausada y gruesa, es mayor y, si se quiere muy mayor, pero nunca anciana. Siempre ocupada en el amor al Amado, deseando en todo momento hacer su voluntad. Siempre ocupada en hablar de lo Bueno que es el Señor, gastando su tiempo en oraciones repetidas: “Señor mío y Dios mío” . Palabras de honda profundidad, salidas del alma y de una vida arraigada y cimentada en su vocación de Carmelita. Toda la vida hizo poesía y aún hoy busca la rima en sus oraciones:
Santísima Trinidad, lléname de todo bien y líbrame de todo mal.
Santísima Trinidad, que yo ame a toda la humanidad. Dame capacidad para amarte más.
Y la hermana Concepción, lúcida, pícara y espontánea, con una agilidad mental impresionante, muy profunda en sus reflexiones, siempre dispuesta a servir, gastándose día a día en la entrega incondicional.
En la máquina de bordar hasta el año pasado transcurrían muchas horas de su vida hecha trabajo por amor. Y ahora ayudando en los trabajos de imprenta y encuadernación.
En la sección de poesías les ofrecemos dos poemas escritos por nuestras hermanas Mercedes y Concepción.
Este es uno de los momentos más importantes del año pues, bien pensado, se ponen en revolución los resortes del corazón, la fe y los buenos sentimientos que brotan de nuestro interior. Al sentirnos agradecidas de haber sido alcanzadas por un Amor de tal magnitud, lo ratificamos hasta el punto de que llega a verse en lo material. Son como dos condiciones que nacen de la alegría propia de tener a Jesús con nosotras.
El gozo que está dentro sale a relucir desde la preparación para el tiempo de la Navidad, que es el tiempo de Adviento (que quiere decir, advenimiento, venida, llegada) o sea, que estamos esperando, junto con la Iglesia entera. Durante este período de espera la liturgia habla de modo especial (las lecturas y los rezos oficiales de la Iglesia) y la comunidad está de retiro, de la siguiente manera:
Hacemos una procesión llevando una imagen del niño Jesús cada día a una monja diferente hasta que todas pasan por este día de retiro. Durante la procesión cantamos “Abre tu tienda al Señor” que ya nos dispone a disfrutar un encuentro más especial y de mayor soledad con nuestro Amado.
Celebrar este “misterio” (palabra que quiere decir designio amoroso de Dios) es conocer que Dios se hace como nosotros y nos ofrece una razón para hacernos felices. Él viene con sencillez: pobre, sin presunciones, con infinita ternura, la misma que despierta en nosotras el nacimiento de un Niño Amado y esperado… Es así que, cuando nosotras pensamos en ello y lo hacemos parte de nuestras vidas, no como una teoría, sino como una experiencia profunda de fe, es decir, como una certeza que salta en nuestro corazón, no podemos menos que vivir alegres. Es un momento propicio para dejar que los mejores sentimientos afloren y se dejen ver en expresiones de cariño para con las hermanas, la familia y las amistades.
Hola, me llamo Sonia Patricia y mi apellido religioso de la Anunciación.
Procedo de Bogotá Colombia y hace 12 años que pertenezco al Carmelo en esta comunidad de Sanlúcar la Mayor.
¿Por qué estoy aquí? El encontrarse con que uno tiene vocación, o que Jesús te llama a seguirle de una manera determinada, al primero que sorprende es a sí mismo. Nunca pensé como proyecto de vida ser monja, y mucho menos de clausura (no sabía que existían).
Pertenecí a un grupo de mi Parroquia (Camino Neocatecumenal), desde los 15 años, y experimenté mucha alegría y luz para mi vida con la Palabra de Dios, y posteriormente con la Evangelización (catequesis).
De un momento a otro, aunque esto era mi vida, no me resultaba suficiente y empecé a acariciar varias posibilidades: quería en algún momento de mi vida dejarlo todo y vivir para Jesús, quizá como misionera, y hasta monja, que no me hacía gracia; pero son esos pensamientos que te vienen, te asustan, te producen vértigo y se dejan pasar.
Finalmente la Palabra de Dios y la vida se iba encargando de aclarármelo.
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el sólo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna.” Juan 12, 24-26.
Esta Palabra significó para mí una invitación de Dios a romper con mis proyectos y dejar que Él me guiara a no sabía qué. Más adelante, en medio de una gran multitud de jóvenes en el encuentro mundial de la juventud en Loreto, se proclamó la vocación de Isaías, y sentía que era sólo a mí a quien se decían estas Palabras: “Y percibí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra? Dije: “Heme aquí: envíame”.
Con el profeta respondí: ‘envíame’. No sabía adónde, y finalmente llegué aquí, tras años de discernimiento y dificultad para aceptar ser llamada y mirada por Dios a ser Carmelita.
En el discernimiento de mi vocación experimenté libertad total de cara a Dios para aceptar o rechazar la propuesta que me hacía, al igual que un no pertenecerme a mí misma, y un “reclamo” (en el mejor sentido de la palabra) por llevar a cabo una misión para otros a través de la oración.
Siempre ha sido Él el que ha marcado la iniciativa y persuadido mi libertad a aceptar esta forma de seguimiento; me he encontrado con las respuestas de mi existencia. Es Él el que le ha dado profundidad y sentido a mi vida, libertad y liberación para seguirle, encontrarme más auténticamente conmigo misma delante de Él, y con los demás. Con Él he podido leer mi vida, y en Él he encontrado sentido a lo doloroso y difícil.
Para mí ha resultado un valor importante y enriquecedor el vivir mi vocación aquí en España, porque me aporta perspectiva de lo que es el hombre, de su búsqueda de sentido o su sinsentido, del valor de la persona en las circunstancias que le rodean (esto indudablemente viéndolo en comparación con mi país)pero, en últimas, se convierte en sensibilidad de comprensión y oración por los hombres de todas las razas y circunstancias.
Lo más importante es que el compartir en nuestra comunidad personas de dos culturas distintas, congregadas por Jesús, desvanecen esos muros, pues es Él el que congrega y da unidad, por encima del origen y, gracias a él, adquirimos mayor amplitud y conciencia de la realidad y de la necesidad de construir nuestra fraternidad comunitaria, en esperanza de que sea vivida cada día por más personas en el mundo.
Soy una Carmelita Descalza de Sanlúcar la Mayor que estoy tomando parte en esta explosión de carismas que hoy se celebra en el Rocío, con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud y que he sido enviada por el Sr. Cardenal de Sevilla, para dar a conocer, de una manera experiencial, las distintas formas de Vida Religiosa que se viven dentro de la Iglesia.
Me alegro mucho de tener delante a un grupo de jóvenes y poderos entregar gratis, lo que gratis he recibido, ya que pienso que muchos de vosotros sabéis poco del tema que hoy voy a transmitiros y, lo que sabéis, es más bien la parte negativa, que es lo que se airea en los medios de comunicación y en el comentar de un grupo numeroso de la sociedad en la vivimos.
En mi Comunidad somos 17 monjas comprendidas entre los 98 y los 28 años. Tenemos una gran distancia generacional, cultural y hasta intelectual. Sin embargo hay algo totalmente claro. Yo os doy testimonio de que siendo personas totalmente normales, con nuestra limitaciones, internas y externas, nuestra vida transcurre dentro de un ambiente sereno en el que funciona el perdón, la responsabilidad personal, el desvelo por las mayores, que son nuestro tesoro más valioso, la preocupación por la otra, y sobre todo ni nos pesa ni nos agobia "el para siempre" que tan devaluado está en el mundo de hoy.
Hemos descubierto que en un momento puntual de nuestra vida, la seducción de una llamada que era más fuerte, incluso que nuestras propias intenciones y proyectos, ha sido capaz de proporcionarnos un mundo que no podíamos ni soñar que existía. Al principio nos resistimos, justamente porque no era fruto de nuestra programación, pero como el Profeta tuvimos que exclamar: "Me sedujiste, Señor y me he dejado seducir" y "anestesiadas" por la insistencia de la atracción, nos decidimos a dar el paso que supuso el principio de nuestra felicidad plena.
Hoy se me encomienda que comparta con vosotros mi experiencia de VIDA COMUNITARIA y me encuentro con otra nueva dificultad. Lo que en el mundo se vive es el individualismo, la revancha, el egoísmo, el hedonismo, la intolerancia... Hablar de solidaridad, de respeto o incluso de sentimientos de compasión, es algo que ha quedado obsoleto, utópico y hasta mal visto, pero yo tengo que confesaros que no es esa mi experiencia.
Yo vivo en Comunidad y os aseguro que esto es posible, no por mi esfuerzo sino por la Gratuidad y el Poder de Dios. El Dios Cristiano es UNO pero a la vez es TRINIDAD, y este Misterio que escapa al raciocinio humano, es el que aporta a mi vida fundamentos y energías para vivir serena esta realidad, a simple vista imposible. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, están en continua COMUNICACIÓN DE AMOR y deseosos de compartir esta comunicación con todos los hombres que se abran a su DON, y de la aceptación de ese DON es de donde me nace y le nace a mi Comunidad la fuerza, para vivir este estilo de vida.
Por eso no me asusta el "para siempre", sino que más bien lo ansío, me complazco en él y lo único que me aterra es el temor de perderlo, porque una vez conocido y experimentado el AMOR DE DIOS, no sabría qué hacer con mi vida si me alejara de Él.