Nuevamente, nos sentamos alrededor de la Madre para escucharla, para dejarnos contagiar por ese fuego que le quema dentro y la ha empujado a esta aventura fundacional que nos convocará durante este año.
Sí. Nos reunimos a leer el Libro de las Fundaciones. Un libro, aparentemente, “inofensivo” en el ámbito de la espiritualidad, un libro de “cónicas” que no interesaría mucho a nadie externo a la Orden, sino fuera porque en realidad, Teresa, no puede dejar de decirse y decir aquello que la ha fascinado y que es la razón de su existencia.
Por eso, nos dejamos imbuir de su espíritu y nos sentamos a leer, a escuchar y a meditar.
Seguras de que no nos iremos vacías ni con la sensación de sólo haber visto una buena película…
Como en todas sus obras, el prólogo es su declaración de intenciones. Escrito nada más comenzar a “cumplir esta obediencia”, desvela la verdadera motivación de su escritura: Dios lo quiere. Él es el Protagonista de cada fundación, de toda su obra.
Entonces, la narración de las fundaciones de sus Carmelos son su Magnificat personal, su canto de alabanza al Dios que “ha hecho obras grandes en ella y por ella”.
Salta a la vista, como siempre, que para ella, es cuestión de “identidad”: Quién es Dios, quién es ella, quiénes entramos en relación… todo lo que nos contará a lo largo del libro es fruto de este “trato de amistad con quien sabemos nos ama”.
Así, obedecer, es la consecuencia lógica de su seguimiento de Cristo, como del nuestro. Es escuchar la Voz del Esposo que la llama a militar en sus filas, a luchar en su misma causa, a dolerse de sus mismos dolores, a participar de su misma suerte. “Acordándose que determinadamente pusieron su voluntad en la de Dios”
Obedecer implica, además, honestidad, sinceridad y verdad. Verdad de sí, verdad de Dios, es decir, HUMILDAD.
En resumen, Fundaciones será la puesta en acto de Camino de Perfección y de Vida. Toda la doctrina de la que hemos bebido estos años, hecha obras.
En este capítulo, el resorte motor de todo es la tensión misionera de la Santa y del grupo de lectoras. Un intenso “sentido de Iglesia”.
La fe de las hermanas que entraban les daba certeza que si aquello era cosa del Señor, y Él lo quería, les iba a dar incluso lo que a los ojos de los hombres era imposible, ejemplo: “el agua del pozo”.
El encuentro con el misionero Maldonado sirvió para despertar en Teresa su vocación más genuina, la que había tenido siempre, y que ella llamará vocación de almas: “Clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio….pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer” (nº 7).
Una noche “andando con esta pena tan grande, estando en oración” descubrirá que ella “era para más”. Pero esta vez lo descubre en lo hondo de una experiencia profética: “Andando yo con esta pena tan grande.., representóseme nuestro Señor de la manera que suele y mostrándome mucho amor, a manera de quererme consolar, me dijo: “espera un poco, hija y verás grandes cosas” (nº 8).
Ella, que es mujer contemplativa, enclaustrada y sumamente enferma, recibe del Padre General la orden de fundar cuantos carmelos pueda; y a partir de ese momento no cesará de hacerlo: viajará y fundará iglesias.
Es cierto que Teresa jamás podrá, como Pablo, ir al mundo pagano para fundar. Pero entre ella y Pablo abundan las sintonías: ella fundará pequeñas comunidades con sentido de Iglesia intensiva, inculcará a sus monjas el principio de la evangelización mutua dentro del grupo. Escribirá cartas como sólo ella sabía escribir. Viajará. Y ganará para su proyecto a fray Juan de la Cruz y a Fray Antonio, y muchos más…. Para que dilaten su radio de acción y lleguen al mundo de las misiones, donde ella no puede llegar.
Teresa, ante la visita del P. General a España, teme que la mande nuevamente a su convento y que se enoje con ella. Pero puede más el amor a la verdad y su llaneza, que el miedo. Invita al P. General a venir a San José, y basta un simple encuentro con ella para quedar encantado. Le comunica sus grandes deseos, pero sin futuros planes concretos. Es el general quien toma la iniciativa y le da poderes para que funde más Carmelos femeninos en Castilla.
Y al obispo de Ávila se le ocurre otra iniciativa que propone al General: fundar algún convento de frailes como el de la madre Teresa, aquí en su obispado. El P. General se resiste porque halló contradicción en la orden.
Teresa lo piensa, y le escribe al General razonando sobre la conveniencia de fundar los descalzos. Su carta convence al General y le envía licencias para fundar en Castilla dos conventos de carmelitas contemplativos.
Este capítulo relata la fundación de Medina del Campo, en la que la Santa se embarca amparada en la patente recibida, pero sin casa ni recursos económicos para adquirirla. Sólo contaba con unas “blanquillas” que había aportado una postulante, pero que casi bastaron para mal socorrer las necesidades del camino.
Como colaboradores, echa mano de los Padres de la Compañía, Julián de Ávila, capellán de San José para que resolvieran los permisos eclesiásticos y civiles y del prior de los Carmelitas de Medina, P. Antonio Heredia, al que encarga que fuera comprando la casa.
Relata, con su habitual gracejo, las penalidades y peripecias que en Medina le sucedieron y, aunque en algún momento le hicieron vacilar y hasta considerar que todo era una osadía, siempre prevaleció el diálogo negociador que mantenía con el Señor: “¡Oh válgame, Dios mío! Cuando Vos, Señor, queréis dar ánimo ¡qué poco hacen todas las contradicciones! (nº 4) Incompresible. Cuando a ella se le oscurece el horizonte crece su ánimo gracias a la experiencia de AMISTAD E INTIMIDAD QUE GUARDA DENTRO: “Porque quien más conoce a Dios, más fácil se le hacen sus obras” (nº 5)
Ella se siente protegida por tan BUEN AMIGO y por tanto no la amilana ni el tugurio derruido con el que se encuentra, ni la oposición de los habitantes de Medina. Su corazón está pletórico sólo con pensar que hay una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento. (nº 10)
Pero todo este alborozo se le viene al suelo con la luces del alba. Su Majestad estaba en medio de la calle sin protección alguna y esto la hizo entrar en una zozobra que expresa así: “así como antes todo me parecía fácil…ahora la tentación estrechaba de manera su poder, que no parecía había recibido alguna merced suya: sólo mi bajeza y poco poder tenía presentes” (nº 11)
Buscó casa alquilada, sin encontrarla y, en medio de la Noche interior que vivía, sucedió que: ”mucha gente que venía, no sólo no les parecía mal, sino poníales devoción de ver a Nuestro Señor otra vez en el Portal…y Su Majestad, como quién nunca se cansa de humillarse por nosotros, no parecía quería salir de él” (nº 13)
“Las monjas iban ganando crédito en el pueblo…no entendían sino cómo pudiere cada una servir más a Nuestro Señor”. (nº 18) Es así como Teresa lee los acontecimientos que le suceden. No utiliza para ello otra lámpara que la que le proporciona la Presencia que borbotea en su interior.
Este capítulo termina con un elocuente epílogo: “Que no parece aguarda más (el Señor) de ser querido para querer”.
Es en este capítulo donde se narran las primeras noticias que tiene la Santa sobre San Juan de la Cruz.
Teresa, antes de seguir contando sus fundaciones, considera urgente dar algunos avisos a las prioras de los monasterios ya fundados.
Adelanta una clave para no caer en engaños: ir con “limpia conciencia y obediencia” (nº 2). Advierte del mal que puede hacer la “imaginación y malos humores”… “porque el natural de las mujeres es flaco, y el amor propio que reina en nosotras muy sutil” (nº 2). Esto puede conducirnos a autoengaño, si bien Dios sabe sacar siempre bienes de los males, y la persona sale aprovechada y experimentada de la prueba.
Irrumpe Teresa con una pregunta que compromete a Dios y nos espolea a creer en su fidelidad, al mismo tiempo que a azuzar la nuestra, buscando sólo contentar y regalarse con Él (nº 4). Humildad, siempre humildad para andar por este camino.
Lo que pretende Teresa en Fundaciones es narrar las grandezas de la Divina Majestad en “estas mujercitas flacas, aunque fuertes en los deseos y en el desasirse de todo lo criado” (nº 5).
Nos alerta Teresa a no descuidarnos y tener presente que somos “cimiento de los que están por venir” (nº 6). Que tenemos la responsabilidad de mantener firme el edificio, de procurar “ser piedra tal, con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para ello” (nº 7).
La Santa dirige este capítulo especialmente a las prioras y maestras de novicias; sin embargo, siguiendo su espíritu nos podemos beneficiar todos.
Este capítulo responde a una situación y contexto especial, propio de aquel tiempo (algunos casos), nos puede ayudar bastante para mirar nuestra propia libertad de espíritu en nuestra relación con el Señor y estar atentas a nuestros propios autoengaños, a buscarnos y buscar gustos y regalos en la oración, olvidándonos del Señor. Es decir, perdiendo el centro de nuestra vida y terminar centrados en nosotros, en lo que nos pasa en la oración, es andar y crecer en verdad delante de Dios y uno mismo; que como acontece con muchas prácticas de meditación se busca el bienestar personal. En la oración teresiana se potencia una relación de amistad con Quien sabemos nos ama, con Quien sabemos nos habita y está presente siempre con nosotros y en nosotros.
En el trasfondo de este capítulo se puede descubrir ese tinte especial de la Santa como maestra que procura atender a la formación de la persona, en esos detalles que a otros pueden escapar. Ella agudiza su entendimiento buscando comprender las situaciones de embebecimiento que ve se están produciendo con frecuencia y sabe que en esto algo no anda bien. Así intenta dar luz en estas situaciones y da algunas recomendaciones que buscan “educar” a la persona en la relación que tiene con el Señor. Y, al mismo tiempo que ayuda con su claridad para andar en verdad, descubrir los engaños de cara a sí mismo y a los demás; ser dueños y señores de nosotras mismas y no de un yo que esclaviza.
Para entender este capítulo habría que leer el contexto de la experiencia personal de Teresa, tal como ella la relata en Vida. Doloroso y contradictorio, a la par que fascinante, camino de oración. Un camino en el que, las más de las veces, se encontró sola por no hallar quien tuviese experiencia de estas cosas. Un camino en el que Cristo es el protagonista y en el que el termómetro de los pasos recorridos es la vida.
“De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced!” Y más adelante: “Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase; que, con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto, que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía.” (V 37, 4)
Como hemos ido viendo, el Libro de las Fundaciones es la puesta en acto del ideal planteado por la Santa en Camino de Perfección. Cómo viven ahora sus hermanas, qué dificultades van surgiendo en el camino… Así que la Madre Fundadora va afinando la pluma para salir al paso y sentar firmemente las bases.
¿Qué es lo más importante en este trato de amistad que es la oración?
¿Acaso las manifestaciones externas de la experiencia pueden llegar a ocultar la verdadera experiencia?
Conociendo bien nuestra naturaleza, podemos engañarnos, autoengañarnos, sintiéndonos “llegados” por el hecho de gustar de la Presencia Amorosa de Dios. La Santa lo sabe; por eso alerta: “Digo que no engañará si hay humildad; y así no hay para qué andar asombradas, sino fiar del Señor y hacer poco caso de estas cosas, si no es para alabarle más.” (n.2)
Saltan enseguida, nuevamente, sus palabras: “Parece que me voy entrando en la oración, y fáltame un poco por decir, que importa mucho, porque es de la humildad y es necesario en esta casa; porque es el ejercicio principal de oración y, como he dicho, cumple mucho tratéis de entender cómo ejercitaros mucho en la humildad, y éste es un gran punto de ella y muy necesario para todas las personas que se ejercitan en oración: ¿cómo podrá el verdadero humilde pensar que es él tan bueno como los que llegan a ser contemplativos? Que Dios le puede hacer tal, sí, por su bondad y misericordia. Mas, de mi consejo, siempre se siente en el más bajo lugar, que así nos dijo el Señor lo hiciésemos y nos lo enseñó por la obra. Dispóngase para si Dios le quisiere llevar por ese camino. Cuando no, para eso es la humildad, para tenerse por dichosa en servir a las siervas del Señor y alabarle porque, mereciendo ser sierva de los demonios en el infierno, la trajo Su Majestad entre ellas.” (C 17, 1)
Lo esencial para Teresa son las personas que entran en relación en la oración. Nosotros. Nuestra verdad. Por eso, el “ejercicio principal” es la humildad, que es la clave del desengaño. Es decir, el verdadero humilde, el “limpio de corazón” de todas las cosas saca bien y se descubre a sí mismo en la infinita bondad de Dios, como la abeja.
El verdadero discernimiento es la confrontación de la propia vida con la vida de Jesús, con el evangelio, a través de las mediaciones puestas por Él mismo.
Este capítulo relata el nacimiento de los frailes carmelitas. La Santa es bien consciente de la gran merced que el Señor le ha concedido al fundar los frailes, mucho más que fundar a las monjas (nº 12).
Este capítulo deja traslucir frescura y fuerza. Se descubre tras de todos los acontecimientos la mano de Dios que lleva y guía la vida. Por eso, llama la atención que en el fondo está latiendo ese fiarse de Dios, el poner los ojos en Él, “el desasirse de todo” (nº 5), “no andemos mirando las paredes, sino los ojos en el Esposo”, en el Único Fiel.
Los primeros descalzos dejaban traslucir a Dios, no estaban enredados en lo exterior, se les nota una vivencia interior profunda, que convence a quienes los conocen. Cuando se vive centrado en lo verdadero, en lo auténtico, en lo que no se pasa, se produce ese gozo interior que los otros ven y que convence más que las palabras.
Santa Teresa aparece, al igual que en otras fundaciones, tirando p'a adelante, con los ojos puestos en el Esposo. Lo importante es la relación con el Señor para que permee y llene la vida, tener puesto el corazón en Él, independiente de mortificaciones y penitencia exteriores, porque lo importante es dar eso poquito que se es y se tiene con gran alegría y contento, que es a veces más complicado que hacer cosas exteriores.
TOLEDO 1569
“Muchas veces, cuando considero en esta fundación, me espantan las trazas de Dios” (nº 8)
En medio de la deliciosa y apresurada narración de la fundación, Teresa reorienta la mirada, la suya y la del lector (nosotras) hacia el verdadero protagonista de esta obra: Dios.
Él es la verdadera motivación que otorga fuerza a la Fundadora, que allana los caminos y lleva la obra adelante en medio de las contradicciones posibles. Y lo hace, según su manera de actuar en la historia de la salvación, con instrumentos pequeños y pobres. Lo cual lleva a Teresa a reconocer “Cuán poco al caso harían delante del juicio de Dios estos linajes y estados”. (nº 15)
No es de extrañar que al contar los avatares de la fundación toledana, vuelva la Madre a ejercer de Maestra y traiga a colación los valores que subyacen en todos sus escritos: las virtudes grandes de la humildad-verdad, el desasimiento-pobreza y el amor. Naciendo todo de la única Fuente que alimenta sus pasos: su relación con el Maestro Divino, quien no cesa de llamar su atención, y de paso la nuestra, a “poner los ojos en Él, pobre y despreciado del mundo” (Cfr. Relación 8)
Teresa recuerda, también, los efectos que en ella y sus compañeras, ha producido la pobreza, como desasimiento-confianza, dejarse en la manos de Dios: “era tanto el consuelo interior que traíamos y la alegría, que muchas veces se me acuerda lo que el Señor tiene encerrada en las virtudes: como una contemplación suave me parece causaba esta falta que teníamos…” (nº 14) Lo resaltará más aún: “me quedó un señorío”… expresión paradigmática de su objetivo: ¡libertad!
Un texto este del capítulo 15 para leer en actitud orante, como acercándonos a la Historia Sagrada de una Padre que se hace encontradizo en medio de la historia humana.
Un capítulo que puede parecer “anecdótico” y exagerado; fuera de lugar en nuestros tiempos.
Más al fondo de la narración de unos hechos contados por la Madre como “ejemplarizantes”, están las actitudes que ella propone: “alma tan buena y determinada”.
- La determinada determinación, el desasimiento de todo, para “abrazarnos con solo el Criador”, que ha dicho ya en Camino de Perfección…
- “Buen entendimiento”. O, dicho de otra manera, sentido común, capacidad de descubrir la realidad y en ella, al verdadero protagonista: Dios.
- Prudencia: “si su intención no las salvara, fuera desmerecer más que merecer” porque, como nos ha dicho antes, es amiga más de apretar en las virtudes que de penitencias exteriores.
Una nota final de este capítulo: llamada a la autenticidad. “Esforcémonos a ser verdaderas carmelitas que presto se acabará la jornada”.
Nos trae reminiscencias anteriores: (Cfr. Cap. 4)
“Procure ser piedra tal con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para ello.”
“Siempre habíamos de mirar que son cimientos de los que están por venir”.
Lo subraya nuevamente al final del capítulo: “hagamos la vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profesión.”
Una promesa le hace el Señor: Paz a la hora de la muerte. Su Presencia que acompaña. Es claro. La muerte es reflejo de la vida. Él es el compañero de camino en toda la andadura, no le dejemos nosotras…
“Tomad en serio vuestro proceder en esta vida…”
No porque sea escueta la redacción del capítulo 21, está exento de la profundidad que esta mujer utiliza en sus escritos. A ella le bulle la vida en sus entrañas y, cuando coge la pluma, nos la comunica a raudales con ese estilo que la ha convertido en maestra eminente de la prosa del Siglo XVI.
Vamos a fijar nuestros ojos en dos aspectos a resaltar:
· Su relación con el Señor
1. Como ella nos repite reiteradamente, ésta es estrecha y asidua, si no nos explicaríamos tanta sintonía para escuchar sus palabras “Estando allí (en Salamanca) un día en oración, me fue dicho de Nuestro Señor que fuese a fundar a Segovia” (nº 1). Cuando ella se percata de este deseo, se sorprende mucho ya que el padre comisario apostólico, que la había mandado de Priora a la Encarnación, no tenía ganas de que fundase más conventos, pero “estando pensando esto, díjome el Señor que se lo dijese, que Él lo haría” (nº 2). Una vez puesta al habla con dicho comisario, los caminos se allanaron y la respuesta fue afirmativa, “Bien parece que lo quería Su Majestad, porque luego dijo que lo fundase, y me dio licencia” (nº 2).
· Confianza ciega en el Señor
1. Confiaba tanto en Él, que no la inquietaban los inconvenientes que surgían a raudales en cada una de estas fundaciones. ”Y desde Salamanca procuré me alquilasen una casa, porque… había entendido era mejor buscársela propia, después de haber tomado la posesión. Por muchas causas; la principal porque no tenía blanca para comprarla, y estando ya hecho el Monasterio, luego lo proveía el Señor” (nº 2)
2. Cuando todo parecía marchar sobre ruedas se empieza a complicar la fundación porque, en ausencia del Obispo el Provisor, como buen suplente, muy poseído de su mando “vino muy enojado, y no consintió decir más misa, y quería llevar preso a quien la había dicho” (nº 5)
3. No contento dicho señor con privar a las monjas de la celebración de la Eucaristía puso “un alguacil a la puerta, yo no sé para qué. Sirvió de espantar un poco a los que allí estaban. A mí nunca se me daba mucho de cosas que acaeciesen después de tomada la posesión” (nº 8)
4. Y para más “inri” “quitó el Santísimo sacramento. De esto no se nos dio nada. Estuvimos así varios meses hasta que se compro casa y con ella hartos pleitos” (nº 8)
5. A todo esto tenemos que añadir la precariedad de sus salud pues nos dice que tuvo en este tiempo ”harta calentura y hastío y males interiores de sequedad y oscuridad en el alma grandísima, y males de muchas maneras corporales, que lo recio me duraría tres meses, y medio año que estuve allí, siempre fue mala” (nº 4)
Una curiosidad a resaltar en éste y en muchos capítulos de Fundaciones es cómo la Santa se explaya en pormenorizarnos detalles de las personas que le ayudaron pero mantiene en el anonimato a las que entorpecían su obra.