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INTRODUCCIÓN

El Libro de la Vida es el primer gran escrito de Teresa, también el más denso, el más rico de datos autobiográficos, por ello se le conoce como la autobiografía de la Santa. Indispensable para conocer su vida mística y el comienzo de su actividad fundadora. Es además el más sobrecogedor de sus escritos: la más intensa revelación de un alma con que cuentan nuestras letras.

Debe ser considerado como fruto de un carisma, que es la facultad sorprendente que Dios le dio para conocer sus experiencias sobrenaturales y para saber explicarlas (como la misma Santa reconoce).

Aunque no es una autobiografía propiamente dicha. Más que una autobiografía, el libro es una relación en torno al problema de su vida espiritual cuando ésta se le ha vuelto misteriosa y sobrecogedora a causa de sus experiencias místicas… Son estas vivencias profundas, místicas o transicológicas, las que vertebran el relato. Cuando envíe el libro al primer lector, (es el P. Báñez que lo aprueba) dirá con sencillez que “le fía su alma”. El libro contiene su alma.

El título con que lo encabeza: “Libro de la Vida” o sencillamente “Vida” es un título postizo no original de la autora. Se lo impusieron en fecha tardía los bibliotecarios del Escorial.

Hacia el final de su vida la autora escribe: “intitulé este libro DE LAS MISERICORDIAS DE DIOS” (Carta 415, 1)

Fray Luís de León, al publicarlo por primera vez, lo había titulado: “La Vida” o bien ”La vida de la Madre Teresa de Jesús y algunas de las mercedes que Dios le hizo, escritas por mandato de su confesor, a quien lo envía y dirige”.

Consta de 40 capítulos. Acabóse este libro en junio de 1562 en el palacio de Doña Luisa de la Cerda. Luego rehecho y ampliado en San José de Ávila, posiblemente en 1565. Sólo esta segunda redacción ha llegado a nosotros, la primera se ha perdido.

Se conserva esta segunda redacción en la real biblioteca de San Lorenzo del Escorial. El libro fue entregado a la inquisición en 1574 por la intrigante princesa de Éboli y otros. Y ya no saldrá de la prisión inquisitorial hasta después de muerta la autora.

Aunque escribe por mandato de sus confesores, según dice ella en el prólogo, añade que también ha sido por moción interior, bajo el misterioso impulso del MAESTRO INTERIOR. Cuando esto escribe está haciendo la travesía de la fase más incandescente de su vida mística, convencida de que la intensidad de sus experiencias está a punto de romper la tela de la vida.

La Santa contará su historia, pero como historia de salvación, y lo hará en una extensa “relación” que será a la vez verdadera teología narrativa.

Hay en el Libro un tema central que lo llena todo: la práctica de la oración, del trato de amistad con Quien sabemos nos ama, en el que sin pretenderlo ni imaginarlo se convirtió en maestra, no sólo de sus hijas, sino en la Iglesia y para la Iglesia.

Teresa se propone contar lo que ha pasado por su alma y engolosinar al lector facilitándole la degustación de ciertas mieles de la vida del Espíritu.

Ante todo, la Santa en su libro testifica el paso de Dios por su vida. Ejerce el profetismo porque antes de dirigir su palabra a los hombres, ha precedido el encuentro con Dios.

Por eso, el núcleo del relato autobiográfico de Teresa se cifra en la afirmación pura y simple de que ella en Cristo se encontró con Dios. Sin este dato el relato de su libro se desarticula y se vuelve ininteligible.

Otra característica de la Santa es que dispone de una extraña veracidad. Eso fue lo que convulsionó a una filósofa atea, Edith Stein que, al leer el libro de Vida, no pudo refrenar su impresión de que este libro es verdad.

Datos sobre la familia y hogar  de Teresa  (“Santa Teresa por dentro” P. Efrén)

Don Alonso Sánchez de Cepeda, casado con Doña Catalina del Peso, había quedado viudo con dos hijos pequeños: María y Juan. Pocos años después volvió a casarse con la joven Doña Beatriz de Ahumada, ella tenía 15 años y él 30. El hogar se llenó pronto de hijos, hasta 12, de ellos eran tres mujeres y nueve varones.

Siendo Teresa el centro y la más querida, así desplazó a las dos hermanas y creció prácticamente en un mundo de hombres. Su condición femenina no fue, sin embargo, absorbida por la masculinidad, embruteciéndola. Fue más bien ella la que se impuso ganándose el respeto de todos y endulzando con su feminidad las aristas masculinas de los hermanos. Ella se sentía como una reina entre ellos. Se constituyó en eje de gravedad de toda su casa.

Teresa es una persona que, además de pasar por la historia, hizo historia y dejó un eco eterno que es para nosotros escuela del vivir.

CAPÍTULO 1

Lo titula: “En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas virtuosas, y la ayuda que es para esto serlo los padres

Ya desde el título el principal protagonista no es Teresa, sino Dios. Y aunque Teresa es la autora del relato, es el Señor el Agente de lo relatado.

Cuando esto escribe está en las altas esferas de la vida mística, tenía 50 años de edad y podía decir: “miro desde lo alto” (Vida, 40). La plenitud de sus 50 años no le impide ser joven de alma. Hace poco más de 10 años que se ha convertido de raíz y ha renacido a vida nueva.

Comienza a contar su vida, relata episodios de la niñez y primera adolescencia. Sus recuerdos arrancan de los seis o siete años y culminan en los catorce con el hecho de su orfandad por muerte de la madre.

Al recordar ahora el paisaje de la infancia lo llena de luz y de amor sin sombras, si no es una fugaz pincelada sobre las dolencias de su madre tan joven y tan agobiada de maternidades. Murió a la edad de 34 años.

Teresa está secretamente convencida de que la vida que estrenó estaba llena de sentido, y que no le faltó nada para ser ella coherente. A Dios mismo le dice que “no me parece os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera toda vuestra” (Vida 1,8)

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CAPÍTULO 2

“Trata cómo fue perdiendo estas virtudes, y lo que importa en la niñez tratar con personas virtuosas”

En este capítulo Teresa nos cuenta cómo fue su adolescencia y cómo el paso de la adolescencia a la primera juventud. Desde los 13 a los 16 años enmarcados en dos o tres acontecimientos.

De una parte, la muerte de su madre y el consiguiente vacío dejado en el hogar, vacío que se ahonda cuando su hermana mayor, María, de 24-25 años, contrae matrimonio y se ausenta a Castellanos de la Cañada (provincia de Ávila).

Y el otro extremo: el internado de Teresa en un colegio de muchachas avulenses extramuros de la cuidad, primera experiencia de Teresa fuera del ambiente familiar.

La madre de Teresa, Doña Beatriz, fallece a finales de 1528 o comienzos de 1529. Su hermana se casa a comienzos de 1531, y ella ingresa en el colegio de Santa María de Gracia hacia junio de ese mismo año.

Su padre se asustó ante la amistad de Teresa con los primos que él mismo permitía que entraran en la casa.

Teresa adolescente se abría a la vida atacando los prejuicios de una época y ensanchándose en su limpio natural, hechura de Dios. Lo difícil vendría con la intervención de terceros.

Los encuentros iniciales con sus primos fueron deliciosos: “eran casi de mi edad, poco mayores que yo. Andábamos siempre juntos. Teníanme gran amor…”

Pero se terció, para su mal, o para su experiencia y circunspección, otra mujer, algo apicarada en temas de amor y sexo. Era también una parienta: “de tan livianos tratos que mi madre la había procurado desviar que tratase en casa”.

¿Qué sucedió? El P. Báñez que lo pudo saber, no le dio importancia, sólo dice vagamente que se trataba de niñas que no alcanzan tanto, sino esta vanidad usada entre los mayores y menores.

Hay que descartar, desde luego, todo indicio de pecado mortal y aún diríamos simplemente de todo pecado. La insistencia en los “livianos tratos” o estilo pícaro de aquella parienta, sólo nos hace pensar que sería ella su reveladora del mundo sexual y de los modos de acercarse la mujer al hombre y hacerse la interesante, con esa gama de secretillos que a las novatas produce enorme impresión, hasta creer que han perdido la inocencia.

Teresa no era ñoña en manera alguna, y lo estaba demostrando con todo género de manifestaciones, pero el ambiente recatadísimo de su casa y recelo contra toda sombra de deshonestidad no permitía que un encuentro crudo y repentino con esos temas le llegase en frío. Así le pareció que había pisado en falso, y vio el peligro acechando.

Pero aparte la inquietud moral, que fue muy somera, puesto que no callaba nada a los confesores, por puro pundonor e hidalguía, era incapaz de cometer la menor infracción moral que tuviese consecuencias visibles.

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CAPÍTULO 3

El capítulo 3 presenta tres temas: su ingreso en el internado de Sta. Mª de Gracia, una  enfermedad y el viaje a Hortigosa y Castellanos. Pero el tema central, que hasta ella destaca en el título, es el de la definición de su vocación.

El relato contiene una serie de episodios en los que ella relata su relación con doña María Briceño. Esto le hace que se despierten sus “deseos de las cosa eternas” de su vida pasada y, un poco después “la verdad de cuando niña”. Las dos cosas, la verdad y los deseos, le sirven para reconstruir su escala de valores y enfrentarse con sus propias decisiones ante sus indecisiones. La verdad y los deseos, van a ser las grandes protagonistas de  su vida.

Pero sale al paso una pequeña contrariedad que la obliga a abandonar el colegio; una enfermedad que la pone en comunicación con un hermano de su padre “hombre muy avisado y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor disponiendo para Sí.” Él la puso en comunicación con buenos libros de romance que le hizo leer en los días que pasó en su casa.

La lectura de los libros y la conversación con su tío le abren paso al camino que Dios le tiene preparado y decide definitivamente ser monja. Teresa misma hace la autocrítica de esa su vocación germinal, motivada por el miedo al infierno, con escaso amor a Dios y apenas un vislumbrado amor a Cristo.

Era un horizonte borroso y confuso hasta que despunta la aurora a raíz de las conversaciones con su tío y durante la lectura de las palabras de San Jerónimo. Esos dos momentos cruciales los resume así: “Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacía en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña…” (5)  Y sobre este pedestal de verdades, Teresa adopta su propia determinación que ella expresa en término de lucha “me determiné a forzarme a mí misma” (5) “En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con esta razón: que los trabajos y las penas de ser monja, no podían ser mayor que la del purgatorio (6) aunque anteriormente ya se ha expresado en un tono más teologal: que era Dios quien “sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza” (4).

Quedaba aún el aspecto más peliagudo, planteárselo a su padre “que era tanto como tomar el hábito. Porque era tan honrosa, que me parece que no volvería atrás de ninguna manera, habiéndolo dicho una vez (7)” Cuando esto sucedió, como es lógico, responde con una negativa rotunda: “Lo que más se pudo acabar con él es que después de sus días, haría lo que quisiese”.

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CAPÍTULO 4

Resumiendo este capítulo, yo diría que hace una disección de la palabra forzar en todas sus variantes, mostrándonos como agentes de la misma tanto a Dios como a ella misma. Entre el capítulo anterior y éste hace mención de este término al menos seis veces, puede que el número aumente si tenemos en cuenta las alusiones indirectas que hace del mismo.

El capítulo contiene dos relatos unidos entre sí por un momento de oración. El primero de estos relatos es el ingreso en la Vida Religiosa, su fuga de casa, arrastrando con ella a su hermano (como en el primer capítulo), los episodios del noviciado…

El segundo, el recuerdo de su enfermedad, el encuentro con su tío y, de nuevo los buenos libros que caen en sus manos. Estos dos hechos los une una biografía interior de Teresa y su vivencia en el terreno de la oración, en el que pronto se convertirá en Maestra.

En definitiva, a Teresa le ha interesado más el tema de la oración que el de la salud. Ese sencillo recorrido desde la vocación a la oración, pasando por la enfermedad provoca en ella una sublime elevación a Dios. Casi sin proponérselo, le dice confidencialmente al lector cuáles son los rasgos fisonómicos del rostro de Dios, ideas no muy emparentadas con la teología de su tiempo. Para ella Dios es bondad y magnificencia, es buen pagador, es un “orfebre” dorador de las culpas del pobre metal humano.


La estampa de Teresa joven

Destacan tres rasgos fundamentales:

  1. Lectora. La lectura ejerce un factor decisivo en sus ideas y en sus opciones de vida.
  2. Buscadora. Está bastante impaciente del rumbo que tiene que dar a su vida a la altura de sus 18/19 años. Ella no entiende su vocación sino desde la parte que Dios toma en su proceso: “en este tiempo, aunque yo no estaba descuidada de mi remedio, andaba más ganoso el Señor de disponerme para el estado que me estaba mejor” (3)
  3. Luchadora. Luchaba contra sí misma. Necesitaba forzarse. Para tomar la determinación que se le descubre con tanta diafanidad. Al final del capítulo ella expresa tímidamente sus temores “Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza, no tornase atrás”

Determinación: Este vocablo, reiterado una docena de veces durante los capítulos 3 y 4 “determinarse/determinación”, no son gestos sino opciones de voluntad que inciden sobre su vida. Recaen sobre dos aspectos de ésta: elección de estado religioso y decisión de no vivir sin oración. La vocación de Teresa, no fue cosa de sentimiento sino de luchas y decisiones.

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CAPÍTULO 5

Teresa se recuerda con sencillez a sí misma como novicia:  “Pasé grandes desasosiegos en cosas de poca importancia, le culpaban sin culpa y lo llevaba con pena e imperfección”

“Con el gran contento que tenía de ser monja todo lo pasaba”. Así también se recuerda con sus 24 años y reconociendo también sus fallos.

En general, toda la mirada retrospectiva que hace aquí de sí misma, del monasterio, de los curas o letrados con quienes trató, de alguna enferma del monasterio, de cómo vivió sus enfermedades, todo lo hace con una óptica muy critica pero siempre viéndole presente a Él.

Un punto destacado en el recuerdo de sí misma será su deseo, determinación o valentía por ganar bienes eternos a cualquier precio, pero anotará que hasta ella se sorprendió  de sí misma. “Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre, que se le habían hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comía. Murió presto de ello. Yo veía a todas temer aquel mal. A mí hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela así a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me parece temía, porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y espántome, porque aún no tenía -a mi parecer- amor de Dios, como después que comencé a tener oración me parecía a mí le he tenido, sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos.”

Una apreciación de la obra que Dios empezaba en ella y que ahora lee sabiendo la diferencia que existe de ser movida por el amor de Dios.

De ahí pasa a una radiografía de los letrados y confesores. Se refiere, desde su experiencia, lo que ocasionó en su vida espiritual el dar poca importancia a las “faltas contra el Amor”, no a las faltas morales. Ella lo leerá como una permisión de Dios.

En este capitulo contará la historia del cura de Becedas, adonde fue llevada por su padre en busca de alivio a sus enfermedades. En el desarrollo de esta narración habla desde su sensibilidad del amor verdadero y la calidad de éste. Critica con discernimiento lo vivido entre los dos y como este “trato de Él”, “tratábale muy ordinario de Dios”, fue lo que condujo a buen cauce este corto pero fructífero encuentro (tres meses), con altos y bajos de parte de ambos.

Con respecto a la salud, no tuvo buenos resultados; regresó a Ávila más enferma de lo que salió de ella. Las curas a las que fue sometida resultaron demasiado fuertes para ella. Fue desahuciada, describe los dolores que pasó, estuvo en coma y le esperaban muerta en su monasterio con la tumba preparada. Después estuvo inválida por algún tiempo. Pero la lectura de Teresa de esta etapa de su vida termina en agradecimiento: “Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan gran espanto llegando aquí y viendo cómo parece me resucitó el Señor, que estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mía, que miraras del peligro que el Señor te había librado y, ya que por amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor que pudiera otras mil veces matarte en estado más peligroso” ( Vida 5, 11)

Concluye dándole el lugar preferencial que le corresponde al Señor: “aunque me riña quien me mandó moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van. Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre a un alma. Sea bendito para siempre. Plega a Su Majestad que antes me consuma que le deje yo más de querer.”

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CAPÍTULO 6

Estamos ante una Teresa joven (24 años) físicamente enferma, venida de casa de su padre peor de lo que se fue buscando cura. Después de sufrir un paroxismo el 15 de agosto, vuelve a su convento de la Encarnación a finales del mismo mes. Se prolonga esta parálisis hasta Pascua de Resurrección del año siguiente (1540). Ocho meses de sufrimiento llevado con “gran conformidad” (nº 2)

Su deseo: “sanar para estar a solas en oración” (nº 2)

Recordemos que comenzó oración de recogimiento gracias al encuentro con el “Tercer Abecedario” de Osuna (Vida 4,7) en casa de su tío, camino de Becedas, donde fue enviada por su padre para recobrar la salud.

Este trato con el Señor, junto a la historia de Job que lee Teresa en “Los Morales de San Gregorio”, la llevan a vivir con “gran conformidad” frente a la enfermedad.

Sin pretenderlo, nos describe los efectos que va produciendo en ella la oración (nº 2-4):

·         Paciencia.
·         No tratar mal a nadie.
·         Excusar toda murmuración.
·         No querer ni decir de otra persona lo que no quería que dijesen de ella.
·         Adonde ella estaba tenían seguras las espaldas.
·         Deseo de soledad.
·         Amiguísima de leer buenos libros.

Teresa, a raíz de lo aprendido en ese trato de amistad con Cristo, nos advierte de un engaño: “no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene” (nº 5). Invitación a la disponibilidad total, a dejarle hacer a Él.

Como preámbulo del siguiente capítulo lanza esta queja contra sí misma en soliloquio, para acabar alabando a Dios por su FIDELIDAD: “¡Quién dijera que había tan presto de caer, después de tantos regalos de Dios (…) Bendito seáis por siempre, que aunque os dejaba yo a Vos, no me dejásteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamábais de nuevo.” (nº 9)

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CAPÍTULO 7

Pequeñas cosas llevan a Teresa a caer en “grandes ocasiones” (nº 1). Va perdiendo gusto por las cosas de virtud y cae en la mediocridad. Por “falsa humildad” abandona la oración: el gran error de su vida del que siempre se lamentará; lo califica de “terrible engaño” (nº 1)

Entre los 26 y 28 años vive una fuerte crisis. Teresa se siente “estragada” (nº 1), “destruida” (nº 11).
La unión de diversos factores mezclados entre sí desencadenan la crisis: abandono de la oración, vida comunitaria floja y amistades dispersivas.

Ante la situación vivida en su monasterio, presenta una fuerte crítica a la vida religiosa (nº 3-5). Teresa se siente “salvada de ese peligro” (nº 3), presionada amorosamente por Dios.

Claro contraste entre Dios y Teresa (nº 8-9).

Enferma de cuerpo, pasa a serlo de alma (nº 14). Introduce a su padre en la oración, habiéndola abandonado ella (nº 13).

Cuando muere su padre, la soledad que siente es el revulsivo espiritual. Teresa, que había querido gobernar a otros, no puede gobernarse a sí misma, y busca ayuda. Está viviendo una “vida trabajosísima”, “el espíritu esclavo” (nº 17).

Gracias al acompañamiento del P. Vicente Barrón, recomienza Tersa, retoma la oración (nº 17).

Nuevo contraste entre Dios y Teresa (nº 18).

Importancia de la amistad espiritual para ayudarse: “es menester hacerse espaldas unos a otros” (nº 22). Ha experimentado, ha luchado en soledad y se ha visto en graves peligros (nº 20).

Acaba el capítulo alabando a Dios por su Misericordia: “era sólo el que me daba la mano” (nº 22).

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CAPÍTULO 8

“Trata del gran bien que le hizo no se apartar del todo de la oración para no perder el alma, y cuan excelente remedio es para ganar lo perdido. Persuade a que todos la tengan. Dice cómo es tan gran ganancia, y que, aunque la tornen a dejar, es gran bien usar algún tiempo de tan gran bien”

Los cinco primeros números están plagados de términos que reflejan el contraste entre Dios y Teresa. Dios- Misericordia, de condición amorosa, que no puede tener falta, que tantas mercedes le ha hecho. Y Teresa, de vida tan baja de perfección, de condición viciosa, sensual, tan ruin, pertinaz e ingrata. Así se percibe ella y así percibe a Dios.

Nos cuenta detalles de esa “vida tan penosa, guerra tan penosa” (2) “batalla y contienda de tratar con Dios y con el mundo” (3).  Teresa matica su impotencia.

Se siente dividida internamente: “cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones del mundo me desasosegaban” (2)

Gracias a que no se apartó del todo de la oración, llegó a “puerto de salvación” (4). En el título ya nos da la clave de este capítulo y de toda su vida: ORACIÓN, para no perderse, como remedio para ganar lo perdido, gran ganancia. Por eso la recomienda siempre, por pura experiencia. Después de sentirse hundida (tal cómo se nos presenta en el capítulo anterior), nos descubre que “por aquí se remediaron todos mis males” (8).

¿Qué es la oración para Teresa? Ella misma nos la define así:

“TRATAR DE AMISTAD, ESTANDO MUCHAS VECES TRATANDO A SOLAS CON QUIEN SABEMOS NOS AMA” (5).

La oración es cosa de amigos, es relación. Teresa experimenta a Dios como Amigo, que va por delante, que la sufre y la espera; que le anda rogando que quiera estar con Él. Dios quiere ir haciéndola a su condición, la ama gratuitamente y forcejea con ella para dársele.

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CAPÍTULO 9

Capítulo crucial en el relato que hace Santa Teresa de su vida.

Este capítulo viene a marcar un antes y un después. Un antes, donde ella llevaba, o mejor será decir, intentaba llevar, conducir su vida. Un después, marcado por el abandono del timón de su existencia en manos de Dios, por esa nueva forma de vivir en la confianza que ahora pone sólo en Dios. Es un cambio de protagonista, la vida pasa a estar centrada en Él y no en ella como antes.

En este capítulo, nos presenta sus sentimientos, su estado psicológico y vivencial “ya andaba mi alma cansada”… “suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle” …. “¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo poco que podía conmigo y cuan atada me veía para no me determinar a darme del todo a Dios”. Es como un no poder más con la doble vida que llevaba queriendo conciliar dos cosas tan contrarias: el mundo y Dios. Es verse superada y entonces, desde la hondura de esta experiencia de impotencia ante sí misma, se produce su grito: “Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba”….

Se da el encuentro con Jesucristo en la imagen de “un Cristo muy llagado”, con quien habla, se da una nueva relación en un tú a Tú.

En el n.1 de este capítulo, la Santa relata cómo se ve como sujeto pasivo de una gracia especial de Dios: “ACAECIÓME”. Es un momento fundante de su vida, se encuentra con unos ojos, una mirada; mirada que va hasta lo más profundo de su ser, que la interpela y comienza a despertarla, es una gracia que le abre horizontes y la lleva de la mano a un proceso de cambio, a una conversión. Conversión que no es automática, sino que es gradual, paulatina, ella mismo lo dice en el n.9 cuando afirma: “No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando Su Majestad me comenzaba a tornar a regalar” … ”Harto me parece hacía su piedad, y con verdad hacía mucha misericordia conmigo en consentirme delante de sí y traerme a su presencia; que veía yo, si tanto El no lo procurara, no viniera”.

En Teresa se percibe a una persona que anda con los ojos bien abiertos, con el alma atenta al paso del Señor, a todo lo que le da noticia de Él, en la naturaleza y en las cosas. Así, descubre en la imagen de Cristo muy llagado a la persona de Jesucristo y en las confesiones de San Agustín se identifica con el personaje, escucha la voz como dirigida para ella misma. Se identifica también con diferentes personajes del Evangelio que le ayudan a conocerse y conocer y acercarse a Dios en la persona de Jesucristo como hombre: porque Él vivió como nosotros, puede compadecerse, estar de nuestro lado cuando desfallecemos, cuando sucumbimos bajo nosotros mismos, bajo nuestras  mentiras y mediocridades.

La Santa se sintió comprendida y amada gratuitamente por el Señor. Experimentó su Amor, un amor que llega a avergonzarla “con mercedes castigáis mis delitos”. Ella se siente llamada a responder a tanto Amor: “Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”. Todo esto refleja no sólo la sensibilidad especial de la Santa, sino también su hondura orante.

Leer este capítulo a la luz de nuestra propia vida nos ayuda para descubrir nuestras propias mediocridades, nuestra entrega, a veces tacaña, al Señor, a mirar cómo es nuestra confianza en Él, a cuestionarnos sobre el todo de nuestra vida, sobre quién es en verdad el eje y centro de la misma y mantenernos despiertas porque el Señor pasa y sigue pasando por nuestra existencia en las personas que son mediación o en los acontecimientos o en las cosas.

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CAPÍTULO 10

Lo importante, y no sobrará nunca recordarlo, es el texto directamente de la Santa; pero, queriendo compartir con vosotros algún eco de su lectura, diremos algunas cosas.

Este capitulo 10 normalmente es considerado un gozne, bisagra o transición entre lo que ha narrado de su vida y relación con el Señor y lo que será ese riquísimo tratadillo de experiencia de la oración de Teresa en forma pedagógica y a manera de metáfora. A mi parecer, Teresa da unas primeras primicias de lo que será una de las bases en nuestra vida como carmelitas, como es el tema de la humildad.

De igual manera, comparte como abre bocas una de sus experiencias de oración y pide luz sobre su vida mística pero reclamando la confidencialidad: que se publique su ruin vida,  las mercedes de Dios no, para que no crean que es ella la que posee la riqueza en sí misma y se confundan.

Ya en el capitulo anterior nos dice ”Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le veía más solo(Vida 9,4). Ahora nos dirá, como fruto de ese ejercicio de fe que es representarnos en la Presencia de Dios: “acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he  dicho, y aún algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él” (nº 1). A renglón seguido dirá lo que nosotros podemos y no es otra cosa que agradecer, reconocer,  porque “todo es dado de Dios”(nº 2).    

Al compartir Teresa el haber experimentado esta presencia de Dios: “estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él” parece que lo lógico fuera que siguiera hablando de su experiencia de oración, pero deriva en una variante del conocimiento propio que es la humildad, primero de la falsa humildad: ”que les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones” (nº 4) y  a continuación cuál es la verdadera humildad. El por qué de este inciso será el ya descubierto por ella misma en el proceso de su conversión: Dios es dador de bienes, su naturaleza es entregarse, darse Él mismo, y como quiere, Él es el protagonista de su vida y de nuestras vidas.

Humildad no es encogimiento. En Teresa, es experiencia de ensanchamiento de parte de Dios en  ella y reconocimiento innegable, irresistible y evidente de la obra de Dios en ella.

¿Por qué es parte del conocimiento propio la humildad? Porque se revela el Ser de Dios que no cesa de darse y el ser de Teresa y del ser humano que esencialmente es pobre pero enriquecido por gracia de Dios para ser administrador y colaborador de la gracia en ella y en nosotros desbordada, sin ningún merito de nuestra parte. Somos revestidos de Cristo.

Y es cosa muy cierta que mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer somos pobres, más aprovechamiento nos viene y aún más verdadera humildad” (nº 4).

Es urgente descubrirnos enriquecidos, y capaces de grandes bienes, porque el Dueño de todos los bienes se goza dándonos, “lo demás es acobardar el ánimo a parecer que no es capaz  de grandes bienes, si en comenzando el Señor a dárselos, comienza él a atemorizarse con miedo de vanagloria” (nº 4). No somos nosotros los que ponemos cota a nuestra plenitud.

Cuando mencionamos la humildad relacionada con Teresa de Jesús inmediatamente salta a nuestra mente: “la humildad es andar en verdad” y la primera verdad a admitir es que Dios no cesa de llenarnos de bienes. La humildad viene a ser un Magnificat: ”Sea bendito por todo, y sírvase de mí, por quien su Majestad es” (nº 9). Cerrar los ojos a esta realidad es negar la naturaleza de Dios.

Teresa se descubre administradora de los dones de Dios, como diría San Pablo: “no tenemos nada que no hallamos recibido”. Así que ¡de qué vamos a gloriarnos! Él nos hace sus colaboradores, su campo, su huerto.

“Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos; porque con esa condición las da el Señor, que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que pone, nos lo tornará a tomar y quedarnos hemos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros.


Pues ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible conforme a nuestra naturaleza -a mi parecer- tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios”
(nº 6)

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CAPÍTULO 11

Nos hemos sentado, como comunidad, a escuchar a Teresa, nuestra Madre.  Escucharla, sí, que eso es leerla atentamente y juntas. Ponernos a su lado para aprender a conocernos y a conocer al Amigo, al Dios de Teresa; Él, que viene a dársenos y nos sale al encuentro.

Así nos hemos encontrado con este capítulo 11 de su Vida.  Donde ella comienza a explicarnos los grados de oración con una comparación muy elocuente: las cuatro maneras de regar el huerto.

Este capítulo se divide en tres partes que Teresa misma estructura desde el título: Dice en qué está la falta de no amar a Dios con perfección en breve tiempo. Comienza a declarar, por una comparación que pone, cuatro grados de oración. Va tratando aquí del primero. Es muy provechoso para los que comienzan y para los que no tienen gustos en la oración.

  • ¿En qué está la falta? No hay recetas mágicas y no lo tenemos conseguido. No es algo que logremos a “fuerza de brazos”, como ella misma dirá en otro lugar.  Es que no descubrimos y no gozamos de la “gran dignidad”  que significa ser “siervos del amor”, es decir, “tener conversación no menos que con Dios”. Somos imagen de Dios, HIJOS DE DIOS. Teresa repite incansablemente la consigna: “No acabamos de disponernos”. Porque la oración no son actos puntuales aislados en medio del océano de la vida, sino que es la vida misma que entra en contacto con Él.  Así que comenzamos: “hablamos ahora de los que comienzan a ser siervos del amor…”  Y siempre estamos comenzando… Punto clave: LA DETERMINACIÓN. “Porque si persevera no se niega Dios a nadie”.
  • Empieza a introducir el símbolo del riego de un huerto: “Ha de hacer cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto…”  Somos un huerto en el que Él tiene sus deleites; Él mismo ha preparado la tierra y nos hace trabajadores en ella: “Y con ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan” Pero, somos el huerto y los hortelanos, y Dios es el Dueño y el Hortelano, quien arranca las malas hierbas y planta las flores… El Señor se deleita en que seamos más personas.  Nuevamente la consigna: APERTURA.
  • Provechoso para los que comienzan. Provechoso, porque no habla Teresa desde teorías o “teologías de escritorio”. Ella habla desde la experiencia de su vida, desde el entramado de su misma oración y su profunda amistad con Cristo.  A Quien ha mirado muchas veces, con Quien se ha encontrado cara a cara en su propio huerto, Quien le ha enseñado que “importa mucho no arrinconar el alma” sino que todo vaya “con discreción”.  Porque Su Majestad se goza en nosotros y “hace de nosotros confianza”, nos entrega en nuestras manos la felicidad, la paz, la realización de nuestro ser… Que a todo esto llegamos desde la oración.  Por eso es tan importante no abandonar el acto de oración, los momentos de estar con Él, de escucharlo a Él, de sentirnos mirados y amados… No son determinantes los sentimientos ni las ganas: LIBERTAD Y DETERMINACIÓN. Porque seguimos a Cristo, “comience a no se espantar de la cruz

Pero todo esto es mejor dicho por Teresa misma.  No podemos prescindir de toparnos con su palabra viva.

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CAPÍTULO 12

Representarse delante de Cristo, y acostumbrarse a enamorarse mucho de su Sagrada Humanidad, y traerle siempre consigo” (nº 2). Agradecer, amar.

A la autora le interesa prevenir al principiante contra un espejismo y que consiste en hacer pinitos de oración mística: “levantar el espíritu a sentir gustos” (nº 4). Ella lo rechaza por frustrante.

Esta última encomienda la hace volver sobre sí, fiándose más de la propia experiencia. Y con ese motivo nos hace una exquisita confidencia sobre el origen de su saber y de cuanto enseña en el libro de la vida.

Ante todo, centrar en Cristo y en su Humanidad los momentos de meditación. Y finalmente, propone lo que durante tantos años había sido el refugio de su oración de principiante.

Aquí, en el presente capitulo, aborda únicamente el tema primero, la tentación de escalar por propia iniciativa la experiencia mística, o la oración de segundo grado.

El principiante, como todos los orantes, se prepara y se dispone para recibir el don de Dios, pero sin emplazar al Señor del huerto y del agua. De ahí las reiteradas consignas de la Santa: “no se suban sin que Dios los suba” (nº 5).

Teresa pasa ahora a contar su propia experiencia, que es fuente de su saber. En el nº 6 nos hace una confidencia en estos 4 puntos:

- Que durante “hartos años” leía ella “muchas cosas y no entendía nada de ellas

- Que pasó mucho tiempo recibiendo gracias místicas que le resultaban inefables: “palabra no sabía decir para darlo a entender”.

- Que ahora “hace poco” el Señor le ha dado la doble gracia de autocomprensión y de elocución: “dámelo Dios en un punto a entender con toda claridad, y para saberlo decir”.

- De suerte que su saber no lo debe a los libros ni a los letrados; se lo debe al Maestro interior: “cuando Su Majestad quiere, en un punto lo enseña todo, de manera que yo me espanto” … “Su Majestad fue siempre mi maestro, sea por todo bendito”.

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CAPÍTULO 13

Teresa nos habla desde su experiencia de oración, nos comparte una serie de avisos y consejos insistiendo en los más importantes. Educando primero al orante, y luego su oración.

Basta hacer el recorrido por el texto:

- “Procúrese a los principios andar con alegría y libertad”(nº 1)

- “Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que…” (nº 2)

- “Esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar” (nº 15)

- “Para los momentos de oración, procurar soledad y silencio” (nº 7)

- “Hacer cuenta que no hay en la tierra sino Dios y ella” (nº 9)

Esa orientación de la oración a entablar la relación con Cristo, a entrar y estar en su presencia, será el consejo central del capítulo.

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CAPÍTULO 14

Si recordamos, en el capítulo 11 Teresa nos ha presentado los grados de oración, simbolizados en cuatro maneras de regar el huerto que somos nosotros mismos. Hasta el 13 ha ido tratando de explicar, dar consignas y consejos, siempre desde su experiencia, a los que comienzan esta aventura de la oración.

En este capítulo da un paso más y se adentra en el segundo grado. Ahora para sacar el agua usamos un torno o arcaduces, que nos proporcionas más agua con menos trabajo de nuestra parte.

Hemos llegado a la “oración de quietud”. Las potencias (memoria, entendimiento y voluntad) se recogen. Teresa habla ya de cosa sobrenatural, de un don de Dios, que nosotros no podemos adquirir por mucho que hagamos.

Necesario ha sido el trabajo previo por nuestra parte; ahora es Él el que se comunica y nos regala, el interesado, el que QUIERE hacernos entender cuán cerca está de nosotros. Él es el que QUIERE darse, el que se huelga con nosotros. Reminiscencia de la Escritura: “su deleite es estar con los hijos de los hombres” (Prov.8,31)

Ante tanto Amor por parte de Dios se siente ingrata, después de haber recibido tantas gracias suyas. Nos recuerda a san Pablo cuando dice: “mientras mayor mal, más resplandece el bien de vuestras misericordias” (10)

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CAPÍTULO 15

Santa Teresa trata de explicar en este capítulo lo que ya empieza a ser inexplicable y para ello invita al lector a varias actitudes muy importantes.

1º.- A que tengan un conocimiento de su interior, así como un visión clara de las gracias que el Señor les regala, no apartándose nunca de la oración, que es el motor que puede accionar este potencial. “…Así ruego yo, por amor del Señor, a las almas a quienes Su Majestad ha hecho tan gran merced de que lleguen a este estado, que se conozcan y que tengan en mucho, con una humilde y santa presunción, para no tornar a las ollas de Egipto…y si por su flaqueza y maldad y ruin y miserable natural cayeren….que si no tornan a la oración, que han de ir de mal en peor; que ésta llamo yo verdadera caída, la que aborrece el camino donde ganó tanto bien (3)

2º.- Que entiendan que estas mercedes las hace Dios y que “no se negocia bien con Dios a fuerza de brazos, y que estos son unos leños grandes puestos sin discreción para ahogar esta centella…” sino “con humildad” (6)… porque “la razón que aquí ha de haber es entender claro que no hay ninguna para que Dios nos haga tan gran merced” (7)

3º.- “Gran fundamento es, para librarse de los ardides del demonio, el comenzar con determinación de llevar camino de cruz desde el principio (13). Añadiendo además lo necesario que es conseguir la verdadera humildad, a la que no se llega con nuestras “considerancioncillas” sino “con el conocimiento que da Dios para que conozcamos que ningún bien tenemos de nosotros y mientras mayores mercedes, más. Pone un deseo de ir adelante en la oración y no la dejar por ninguna cosa de trabajo que le pudiere suceder…Echa luego el temor servil del alma y pónele el fiel temor muy más crecido” (14)

Además de estas sabias y pedagógicas razones, como es consciente de que es inefable el tema que trata de explicar, echa mano de  múltiples imágenes menudas como la de la abeja y la miel; la del niño que crece y echa cuerpo hasta ser hombre pero que “no torna a descrecer”; la del caballero que, sin sueldo quiere servir a su Rey porque sabe que ya en este servicio va su paga o la de Pedro que en el Tabor cree haber llegado a la cumbre de la contemplación, al contemplar la Transfiguración de Cristo, y quiere plantar allí su campamento.

Pero entre todas estas imágenes, hay una que es como la “perla” de este capítulo. Nos estamos refiriendo a la centellita de fuego, esa que “es una señal o prenda que da Dios al alma de que la escoge ya para grandes cosas si ella se apareja para recibirlas” (5) La que convertirá a los orantes en “amigos fuertes de Dios” (5); la que se mantendrá sin ruidos, porque “Más hacen aquí unas pajitas puestas con humildad…y más le ayudan a encender, que no mucha leña junta de razones muy doctas…que en un credo la ahogarán” (7) .

Es un capítulo en el que se nos muestran  cosas sublimes,  pero puestas tan al alcance de la mano, que se hace asequible  al lector que todavía no ha tenido experiencias de estas gracias.

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CAPÍTULO 16

Nos hemos adentrado ya en “cosas muy subidas”. Nos encontramos en el tercer grado de oración, en la tercera agua: de río o de fuente. Esto implica menos trabajo a la hora de regar, teniendo en cuenta que ”casi Él es el Hortelano y el que lo hace todo” (nº 1).

Siente más gusto, suavidad y deleite.

Las potencias están en duermevela: “ni del todo se pierden ni entienden cómo obran” (nº1). Aún no se ha llegado a la unión total: “están casi del todo unidas las potencias, mas no tan engolfadas que no obren” (nº 2)

Teresa ha recibido la gracia y ahora la entiende: es la segunda merced (nº 2).

Las potencias ocupadas en Dios: “el entendimiento no vale aquí nada” (nº 3)

Teresa cuando escribe revive esta oración. “Ya se abren las flores, ya comienzan a dar olor” (nº 3). Brotan los efectos de este “trato de amistad” con Dios (nº 4-5). Ya todo su deseo es:

- “Alabar al Señor”
- “Contentar a quien la tiene así”
- “Nada ya la puede regalar fuera de Él”
- “Ya no querría vivir en sí, sino en Él”
- “No tiene en nada su descanso a trueque de hacerle un pequeño servicio”
- “No desea otra cosa sino a Él”

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CAPÍTULO 17

Si en el capítulo anterior decía que casi Él es el Hortelano, ahora lo afirma rotundamente: “Él es el que toma ya el oficio de hortelano quiere que ella huelgue” (nº 1).

Lo importante es el consentimiento de la voluntad (nº 1).

Sigue describiendo los efectos que produce esta oración (nº 2-4.8):

· Abandono: “dejarse del todo en los brazos de Dios… haga su Majestad como de cosa propia; ya no es suya el alma de sí misma; dada está del todo al Señor; descuídese del todo“ (nº 2)

· “Las virtudes quedan ahora más fuertes” (nº 3)

· “Se ve otra y no sabe cómo” (nº 3)

· “Comienza a obrar grandes cosas” (nº 3)

· “Aquí es muy mayor la humildad y más profunda” (nº 3)

· Consentimiento y aceptación de la voluntad (nº 3)

· “Obra juntamente en vida activa y contemplativa”. El entendimiento y la memoria libres, la voluntad unida a Dios (nº 4)

· ¿Qué quiere? “Estar con Él” (nº 4)

· “Gloria y descanso del alma” (nº 8)

· “Gozo y deleite” de los que participa el cuerpo (nº 8)

· Crecen las virtudes (nº 8)

Teresa nos explica las tres gracias: “dar el Señor la merced”, “entender qué merced es” y “saber decirla y dar a entender cómo es” (nº 5): sentir, entender y comunicar.

También nos habla de tres maneras de unión:
- Sola la voluntad (nº 4)
- Voluntad y entendimiento (nº 5-6)
- Toda el alma (nº 1-3)

Teresa ha experimentado la guerra que da la imaginación. Aunque esté unida la voluntad y el entendimiento con Dios, la imaginación le estorba y desconcierta: “procura desasosegarlo todo” (nº 5-6).

Se pone en evidencia aquí la falta de unida interior en la psicología. “Represéntase aquí nuestra miseria, y muy claro el gran poder de Dios” (nº 6)

Después de mucho luchar contra la imaginación, la solución que encuentra es “no hacer caso de ella más que de un loco, sino dejarla con su tema, que sólo Dios se la puede quitar… Hémoslo de sufrir con paciencia” (nº 7)

Según Teresa, las actividades del alma son cuatro:
1. Voluntad: amor.
2. Entendimiento: conocimiento.
3. Memoria: recuerdos.
4. Imaginación: imágenes y pensamientos.

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CAPÍTULO 18

Comienza la descripción del cuarto grado, la cuarta agua.

En el título del capítulo hace una “declaración de intenciones”: la gran dignidad en la que pone el Señor al alma, SÓLO POR SU BONDAD y no por merecimientos; nuestra disposición, el esfuerzo de abrir la puerta para recibir a este Dios ganoso de darse…

Es un camino este trato de amistad, un proceso en el que nos vamos conociendo a nosotros mismos y conociendo la bondad de Dios, quién es Dios.  Como siempre, Teresa nos quiere dejar ver el Dios en el que ella cree, aquel que ha transformado su vida y la sigue convirtiendo cada día. Aquel que ha regalado al hombre esta gran dignidad, ser imagen suya, ser hijo de Dios.

Este camino es don y tarea.  Esfuerzo de apertura y regalo inmerecido. Pues en realidad lo que el Señor está haciendo es hacernos gozar de su Amor y de nuestra capacidad.  “¡Alaben os, Dios mío, todas las cosas, que así nos amásteis, de manera que con verdad podamos hablar de esta comunicación que aún en este destierro tenéis con las almas!”

Que no nos asusten las descripciones “subidas” de las gracias recibidas en esta oración.  Este camino, es lo que quiere decirnos Teresa, es para todos, si nos disponemos y queremos.

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CAPÍTULO 19

En este capítulo, la Santa continúa con el tema del capítulo anterior y aborda los efectos de esta oración en el alma que ha empezado a beber de esta cuarta agua; además, y desde su vida y experiencia, advierte de los peligros de dejar la oración.

Son efectos de este grado de oración entre otros los siguientes:

▪ “Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura
▪ “Queda el ánima animosa, que si en aquel punto la hiciesen pedazos por Dios, le sería gran consuelo. Allí son las promesas y determinaciones heroicas, la viveza de los deseos…”
▪ Crece en verdad, y humildad, al ver su miseria y palpar la misericordia de Dios, que se regala sin mérito alguno, por pura gracia. Desaparece así todo vestigio de vanagloria.
▪ Se da cuenta que sin su participación “le cerraron la puerta a todos los sentidos para que más pudiese gozar del Señor. Quédase sola con El, ¿qué ha de hacer sino amarle?” Se deshace en alabanza de Dios. Y Teresa se pone a orar, a alabar al Señor haciéndonos una demostración preciosa de lo que rebosa su corazón.
▪ Entiende claramente que “no es suya la fruta, comienza a repartir de ella, porque no le hace falta. Da entonces muestras de alma que guarda tesoros del cielo, y que tiene deseo de repartirlos con otros, y suplica a Dios no sea ella sola la rica”. Así, aprovecha a los prójimos sin casi entenderlo ni hacer nada de sí”.
▪ Va muy desasida de interés propio y se cuida de las ocasiones que son peligrosas.
▪ Confía en la bondad y grandeza de Dios.
▪ Persevera en la oración

La Santa nos invita también en este capítulo a no dejar la oración: de una u otra forma recalca, cómo fue engañada por falsa humildad a abandonar la oración y dice:

“¡Qué ceguedad tan grande la mía! ¿Adónde pensaba, Señor mío, hallar remedio sino en Vos? ¡Qué disparate huir de la luz para andar siempre tropezando! ¡Qué humildad tan soberbia inventaba en mí el demonio: apartarme de estar arrimada a la columna y báculo que me ha de sustentar para no dar tan gran caída! Ahora me santiguo y no me parece que he pasado peligro tan peligroso como esta invención que el demonio me enseñaba por vía de humildad. Poníame en el pensamiento que cómo cosa tan ruin y habiendo recibido tantas mercedes, había de llegarme a la oración; que me bastaba rezar lo que debía, como todas; mas que aun pues esto no hacía bien, cómo quería hacer más; que era poco acatamiento y tener en poco las mercedes de Dios”.

Y agrega:

“… Era con esperanza que nunca yo pensaba …, dejaba de estar determinada de tornar a la oración; mas esperaba a estar muy limpia de pecados. ¡Oh, qué mal encaminada iba en esta esperanza! Hasta el día del juicio me la libraba el demonio, para de allí llevarme al infierno”.
No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien El es!”


En este capítulo se descubre el valor del “comienza” pasivo, del protagonista es Dios que regala y actúa y activa al alma para que responda. Él centra a la persona de tal forma que luego la descentra, la envía, le confía una misión, en este caso de ser promotora no sólo de su amor y misericordia, sino también del valor de la oración como camino de relación y liberación, camino de verdad, de conocimiento de sí y de la gran Verdad.

Nos invita también la Santa en este capítulo a confiar siempre en la misericordia de Dios:
Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir”.

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CAPÍTULO 20

El  capítulo presenta tres aspectos: qué es, o mejor, en qué consiste el arrobamiento; los efectos, y la pena de ausencia como consecuencia de experimentar estos arrobamientos.

Sugiero la lectura del capítulo de efecto a causa, para comprender mejor lo que ella denomina como pena de ausencia.

Efectos: 7-8.22-30
Pena de ausencia: 9-17
Arrobamiento: en general 1-3, en su experiencia 4.6-7,18-21

Es tal la abundancia de efectos que señala en este grado de oración, comprensible por el “transformamiento del alma del todo en Dios”. Nos detendremos en ver los efectos.
Inicia en el número 7 diciendo: ”muéstrase el gran poder del Señor y como no somos parte, cuando Su Majestad quiere,  detener tan poco el cuerpo como el alma, ni somos señores de ello sino que, mal que nos pese, vemos que hay superior y que estas mercedes son dadas de Él y que nosotros no podemos en nada nada, e imprímese mucha humildad”.

Primera premisa: ante todo somos receptores de Dios, Él hace lo que quiere, Él nos precede en este camino y va guiando. En los anteriores grados de oración la Santa expone su experiencia diciendo constantemente que hay que disponerse a hacer capacidad, a desasirse en lo que es de su parte, ahora es disponerse a recibir lo que por su bondad quiere el Señor dar al orante, y desgrana una catarata de dones recibidos, insiste en la humildad como actitud del que se ve agraciado y enriquecido sin medida sin merecerlo, pero también sin poder ocultar que está enriquecido y en tal abundancia y en tan poco tiempo que no puede atribuir que ella haya hecho algo en esto.

“Bien ve que no es suyo, ni sabe cómo se le dio tanto bien, mas entiende claro el grandísimo provecho que cada rapto de estos trae”
“Queda un gran temor de ofender a tan gran Dios, éste envuelto en grandísimo amor”.
“También deja un desasimiento extraño; hácese una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra, que es muy penosa la vida. Queda el alma señora y con libertad: qué señorío tiene un alma aquí que lo mire todo sin estar enredado en ello”.

En la descripción habla de una manera nueva de ver de forma reiterada. Estos arrobamientos son una especie de colirio que deja una manera nueva de verse a sí misma y la realidad como hasta ahora la venía viviendo, ve desde el techo, desde Él.

“Vése  aquí muy claro lo poco que todo lo de acá se ha de estimar  y lo nonada que es”
“Qué espantada ve de los deleites tan gran ceguedad, cómo con ellos compra trabajo aún para esta vida y desasosiego”.

“Aquí no sólo las telarañas ve de su alma y las faltas grandes, sino un polvito que haya, por pequeño que sea, porque el sol está muy claro; y así, por mucho que trabaje un alma en perfeccionarse, si de veras la coge este Sol, toda se ve muy turbia”.

“Cuando mira este divino sol, deslúmbrale la claridad. Como se mira a sí, el barro la tapa los ojos: ciega está esta palomita. Así acaece muy muchas veces quedarse así ciega del todo, absorta, espantada, desvanecida de tantas grandezas como ve”.

“Sabe que no tiene nada él allí y, aunque quiera, no puede ignorarlo, porque lo ve por vista de ojos, que, mal que le pese, se los hace cerrar a las cosas del mundo, y que los tenga abiertos para entender verdades”.    Este colirio dilata la vista interior  para ver verdades.

También habla de estos arrobamientos como un vuelo: “Entiéndese claro es vuelo el que da el espíritu para levantarse de todo lo criado, y de sí mismo…”

Este vuelo lleva a Teresa y al orante que vive este grado de oración a otra dimensión donde se invierten los valores de tal manera que hasta se ríe de sí misma: Ya no teme los peligros antes los desea, como por cierta manera se le da allí seguridad  de la victoria.

“Queda aquí el alma señora de todo. Que señorío tiene un alma que el Señor llega aquí, que lo mire todo sin estar enredada en ella. ¡Que corrida está del tiempo que lo estuvo!

Fatigase del tiempo en que miró puntos de honra y el engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama honra; ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella; entiende que la verdadera honra no es mentirosa, sino verdadera, teniendo en algo lo que es algo, y lo que no es nada tenerlo en nonada, pues todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios.

Ríese de sí, del tiempo que tenía en algo los dineros y codicia de ellos… harta culpa era tenerlos en algo. Si con ellos se pudiera comprar el bien que ahora veo en mí, tuviéralos en mucho; mas ve que este bien se gana con dejarlo todo. ¡Con qué amistad se trataría todos si faltase interés de honra y de dineros! Tengo para mí se remediaría todo”.

Sufre una transformación: “Aquí  le nacieron las alas para bien volar; Ya se le ha caído el pelo malo; hele aquí al hortelano hecho alcaide, le lanza a la entrega incondicional, a la disponibilidad de que el dueño del huerto disponga: Ya no quiere querer ni tener libre albedrío no querría; así lo súplica el Señor.

No quiere hacer cosa, sino la voluntad del Señor, Reparte el Señor del huerto la fruta y no ella, y así no se le pega nada las manos.

Porque luego da en no se contentar en servir en poco al Señor, sino en lo más que ella puede.
Todo el bien que tiene va guido a Dios. Si algo dice de Sí, es para su gloria

Aquí se levanta ya del todo la bandera por Cristo, que no parece otra cosa sino que este alcaide de esta fortaleza se sube o le suben a la torre más alta a levantar la bandera por Dios.


Es un abrazo mutuo correspondido por el orante: “Dale las llaves de su voluntad”.

Aquí se gana la verdadera humildad, para no se le dar nada de decir bienes de Sí, ni que lo digan otros. Reparte el Señor del huerto la fruta y no ella, y así no se le pega nada a las manos. Todo el bien que tiene va guiado a Dios. Si algo dice de sí, es para su gloria”.

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CAPÍTULO 21

Un capítulo en el que Teresa se deshace en gratitud por el estado al que Su Majestad la ha traído.  “¡Bienaventurada alma que la trae el Señor a entender verdades!” (nº1)

En estos doce números resume su “Buena Noticia”: Todo es Gracia. Es el Señor quien obra “por sola su bondad”. (nº 11)

Concluye el tratado de oración y la alegoría del Huerto con un estallido de expresiones con las que intenta dar a entender la magnificencia del Amor de Dios y su acción en la misma Teresa.

Contrasta esta liberalidad con su extrema pobreza e incapacidad “lo poco que puedo” (nº 5) que la lleva a ahondar en la humildad, virtud propia del orante, de la que se ha hecho eco desde el comienzo del libro y a la que continuamente nos está invitando.

Como siempre, su lenguaje es un lenguaje envolvente, que “engolosina” y hace desear “dejarse hacer”. Porque de no ser así, toda entrega se torna en un simple esfuerzo personal de superación y no en una entrega real de la voluntad.  Nos lo preguntamos: ¿Realmente entregamos la vida?, ¿verdaderamente deseamos poner nuestra voluntad en manos del Señor?

En últimas, Teresa nos dice quién es Dios, el Dios de Jesús, su Dios, quien ha transformado su vida entera y la ha hecho feliz.  Pero no sólo a ella, sino que quiere hacernos felices a cada uno de nosotros.

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CAPÍTULO 22

Teresa nos avisa para que no queramos ascender por nuestra cuenta a la contemplación mística, sin haber trabajado en oración y virtudes.

Capítulo intermedio entre el tratadillo doctrinal de los grados de oración y el regreso a la narración autobiográfica. En él se entrelazan dos temas:

    1. No forzar las gracias místicas.
    2. No prescindir de la Humanidad de Cristo dentro de la vida mística.

¿Qué es la Humanidad de Jesús? ó ¿quién es?

* Su aventura evangélica.

* Su presencia Eucarística.

* Su misteriosa presencia al lado del orante o del creyente.

* El es “el mejor dechado” (nº 7)

* Sobre todo, Jesús es para ella “el Amor”.

La experiencia positiva: “Con tan buen amigo al lado”,  todo se le volvió luminoso.

- “Muy muy muchas veces lo he visto por experiencia”.
- “En veros cabe mí, he visto todos los bienes”.
- “Es ayuda y da esfuerzo. Nunca falta. Es amigo verdadero”.
- “Con tan buen amigo presente…, todo se puede sufrir”.

Sus escritos nos dan testimonio de la tensión entre la necesidad de expresar lo que vive y lo inefable que es el mismo vivir desde el misterio que la habita y la circunda en todos los niveles de su existencia.

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CAPÍTULO 23

Cómo comenzó a tratar de más perfección y el medio que Dios le proporcionó para ir con confianza en el camino del amor.

Teresa es consciente de comenzar sección nueva en su relato: “Es otro  libro nuevo de aquí adelante. Digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía. La que he vivido (después)… es que vivía Dios en mí, a lo que me parecía”.

La novedad consistía, más en el cambio de conducta de Teresa, en la frecuencia y crecimiento de  gracias místicas, que ya no eran repentinas y fugaces, sino prolongadas y transformadoras.

En un primer momento eso le produjo sorpresa y un cierto sentimiento de humillación al hacerse más y más consciente de su pobreza e indignidad ante tales “mercedes”. Pero muy pronto le sobrevino un incontenible sentimiento de temor: “miedo” dice ella. “Creció de suerte el miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien tratar”.

Se debía esa racha de miedo a oscuras presiones del clima religioso de su siglo.

Surge así el recurso de Teresa a los asesores de espíritu, y la necesidad de poner por escrito lo que pasa por su alma.

En ese umbral de su vida mística, Teresa tiene la suerte, incierta, de plantear su problema a tres consejeros: un laico, un cura y un jesuita. Los dos primeros, le exigen una relación escrita, la analizan, y dicen que es demonio.

Quien la sacó del mar de dudas en que estaba sumergida fue el jesuita Diego de Cetina. También él dispuso de una segunda relación escrita. La leyó, la entendió a maravillas y la encaminó certeramente; él marcó el rumbo en la nueva vida de Teresa.

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CAPÍTULO 24

Podríamos decir que este capítulo nos relata la irrupción en la vida de la Santa, de la compañía de Jesús.
Nos narra el hábil actuar de Diego de Cetina:

· La “blandura” que emplea en el trato que le tiene, la predispone a estar dispuesta a TODO.
· Comenzó a “hacer mudanza de su vida”.
· No la apretaba, sino que la orientó hacia el AMOR.
· Le infundió libertad y no apremio.
· La animó a volver a amar la Humanidad de Cristo.
· Comenzó  a asentar la oración como edificio con cimientos.
· Le mandó penitencias que “no les eran sabrosas”, pero que no le hacían daño.

Como consecuencia de este bien-hacer, ella misma nos cuenta: “Iba sintiendo mi alma cualquier ofensa que hiciese a Dios, por pequeña que fuese, de manera que si alguna cosa superflua traía, no podía recogerme hasta que me la quitaba

Sin embargo, no todo fueron aciertos:

· Le recomendó que siguiera ofreciendo resistencia a los regalos del Señor.

A esta observación, fue el mismo Señor el que le salió al paso, según nos sigue relatando: ”Cuando más procuraba divertirme, más me cubría el Señor de aquella suavidad y gloria, que me parecía toda me rodeaba, y que por ninguna parte podía huir; y así era”.

El segundo personaje que entra en escena es San Francisco de Borja que “Como quien iba bien adelante, dio la medicina y consejo, que hace mucho en esto la experiencia”. Él la visitó durante el corto tiempo que Cetina dirigió su alma.

· Le confirmó que era espíritu de Dios (trayendo, por fin la paz a su dolorida alma).

· Que le parecía no era bien ya resistirle más.

Pero otro nuevo contratiempo vino a visitar la azarosa vida de la Santa, con el destino del P. Cetina, el cual deja su turno al P. Juan de Prádanos que, a pesar de que como el anterior era bastante joven,  sigue en la línea de su predecesor ahuecando el alma de la gran Teresa.

· También la trata con blandura.

· Ante su resistencia a dejar las relaciones afectivas que, sin ser pecaminosas le restaban vitalidad y tiempo para su relación con el Señor, pone en sus propias manos las riendas de su vida con la siguiente encomienda: “Me dijo lo encomendase a Dios unos días y rezase el VENI CREATOR

Es en este momento cuando le sucede el primer arrobamiento “tan de súbito que casi me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar porque fue muy conocido”. Durante él entendió estas palabras: ”Ya no quiero que tengas conversaciones con hombres, sino con ángeles… “Desde aquel día yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios… que no fue menester mandármelo más… ya aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por obra

Con estas cuatro frases magistrales, nos relata Teresa la sabia pedagogía del citado P. Prádanos que la llevaron a conseguir la verdadera libertad afectiva, aunque conservaron en ella esa gran capacidad que el Señor la había regalado para seguir repartiendo cariño con tantas personas como el Señor fue poniendo en su camino a lo largo de su vida.

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CAPÍTULO 25

Teresa nunca escuchó con sus oídos corporales lo que el Señor le decía. Se trata de palabras interiores que se entienden allá dentro, que quedan impresas en la mente y en el corazón. Como ella misma nos dice: “Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no se oyen, sino entiéndense muy más claro que si se oyesen” (nº 1)

Teresa, mujer buscadora de la verdad, no quiere engañarse ni engañar. Quiere discernir si son auténticas estas palabras: “cuándo es espíritu bueno o cuándo es malo” y no fabricación de su psique: “cómo puede ser aprensión del mismo entendimiento (que podría acaecer), o hablar el mismo espíritu a sí mismo” (nº 2).

Está claro que tienen una fuerza operativa inconfundible: “son palabras y obras” (nº 3). Realizan lo que dicen.

Así experimenta ella a Jesús: como el “AMIGO VERDADERO”, “FIEL”, que nunca falta. Que puede transformarla si ella le deja espacio.

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CAPÍTULO 26

En este capítulo, la Santa continúa con el tema que del capítulo anterior, sobre las hablas y el discernimiento de las mismas.

Se puede observar cómo Teresa crece en certeza, confianza y seguridad: es el Señor el que se hace presente, quien le habla.

Las gracias místicas que vive la Santa no son para ella, hay momentos en que ella quisiera dar voces, gritar, para contagiar a otros de lo que ella ha visto, ha vivido, es una testigo de Cristo para el  mundo.

Se puede ver también la transparencia y deseo de autenticidad de Teresa frente a sus confesores, cómo por encima de sus propias resistencias habla todo con llaneza al confesor.

El habla interior de este capítulo: “No tengas pena, que Yo te daré Libro Vivo”, es el preludio de otras gracias místicas.

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CAPÍTULO 28

La Santa entra en sosiego al descubrir la presencia del que la habita y trata de dar a entender lo inexplicable. Utiliza muchos recursos en los que nos comunica, hasta donde se puede, todo lo que ella ve con los ojos del alma:

· La hermosura de la Humanidad de Cristo Glorificada
· Ve que es todo luz  y por eso no puede dar a entender todo lo que se le representa
· Es Cristo vivo, resucitado
· Es hombre y es Dios
· Con gran majestad 

Con todas estas notas trata de comunicarnos su nueva experiencia cristológica encuadrándola dentro de lo que ella llama “visión imaginaria” y describiendo a continuación la doble eficacia que esta visión proporciona al alma. Queda todo lo que ve grabado a cincel en su interior y, además, transforma a la persona y su nivel de relación con Cristo. “Queda el alma otra… Parécele comienza de nuevo Amor vivo de Dios en muy alto grado” (nº 9)

Estos discernimientos le sirven para estar segura de que no es pura imaginación: “ser imaginación esto, es imposible de toda imposibilidad” (nº 11) y también descarta que pueda haber engaño o posibles trucos diabólicos (nº 12), sugestionada como está, por los que la acosan sin atinar, a hacer discernimientos sobre su espíritu. Este grupo bienintencionado quizás, pero de cortas luces, va dando palos de ciegos a diestra y a siniestra y hasta involucran a su confesor, para  que desconfíe de la sinceridad y veracidad de sus manifestaciones.

La verdad es que la Santa lo tiene muy difícil, porque todos estos hechos tienen lugar en una sociedad en las que había muchas monjas visionarias y, por lo tanto, grandes sospechas sobre las mujeres “espirituales”. Además es obligada a tratar todos estos hechos fuera de confesión, lo cual dio “alas” al rumoreo en torno a su persona entrando en sospecha de si ella no pertenecería también a dicho grupo. Los “jueces” que trataban de discernirla era un grupo de amigos, discordes entre sí, todos “muy siervos de Dios“ y  “muy santos”, pero gente mediocre que aún no habían llegado al grado de espiritualidad al que el Señor quiso llevarla a ella.

Teresa nunca olvidará esta jornada negra de su vida mística, pero se le convertirá en garantía de autenticidad e incluso no los dejará por escrito diez años después en la Relación 4,5 “estuvieron más de seis años haciendo hartas pruebas… y mientras más pruebas se hacían más (mercedes) tenía”.

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CAPÍTULO 29

Contrastes.

Un capítulo en el que Teresa desnuda todo el dolor de la contradicción que sufre y la profunda experiencia de Amor que la atraviesa, hasta la sensación física de traspaso de su corazón, la transverberación.

Más allá de las expresiones que puedan resultarnos extrañas o descripciones de fenómenos extraordinarios, está la verdad de Teresa: “Quiere el Señor que veamos muy claro no es ésta obra nuestra, sino de Su Majestad”. Y por ello, sólo puede quedar humildad de “recibir lo que nos dieren y alabar a quien lo da”.

Resuena a lo largo de todo el capítulo aquello que ha sido  una constante en todo el Libro: Dios nos ama gratuitamente, toma la iniciativa y nos desborda con su Gracia.  Es la experiencia de Teresa y lo que quiere comunicarnos:

Un Amor que cambia la vida, que deja encendida la interioridad en un fuego que ya no se puede quedar sólo para sí, sino que está pidiendo ser comunicado de múltiples formas.

Tanto, que fortalece a Teresa para arrostrar esta insufrible “obediencia” de hacer gestos vulgares a quien ve la está convirtiendo en una mujer nueva, y enfrentarse a quien fuera para defender la Obra de Dios en ella.

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CAPÍTULO 30

En medio de tantos trabajos del interior y del exterior, encuentra Teresa quien la entienda por experiencia: Fray Pedro de Alcántara.

Díjome que uno de los mayores trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción de buenos, y que todavía me quedaba harto.” (nº 6)

En este mar de tentaciones, se le hace un poco de luz: en qué consiste la humildad.  Ella misma ha atravesado por la tentación de la falsa humildad y aquí nos ofrece criterios de discernimiento.

Una pseudo-humildad que produce “oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para oración ni para ningún bien.” (nº 9)

Probablemente nuestro camino de interiorización no pase por pruebas tan dolorosas como el de Teresa. Sin embargo, saber situarnos frente a las adversidades y tentaciones, es algo que la Santa quiere enseñarnos, porque lo importante en este proceso es la Meta que perseguimos, que no es otra que el Encuentro con Cristo. Y en Cristo, redescubrirnos como hijos capaces de amar.

No me parece sino que sale el alma del crisol como el oro, más afinada y clarificada, para ver en sí al Señor.” (nº 14)

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