Celebramos en este domingo XXXI del Tiempo Ordinario la solemnidad de todos los Santos. El Evangelio que se nos propone son las bienaventuranzas. Cada bienaventuranza es camino hacia la Resurrección. Cada una comienza en precariedad y acaba en plenitud; del vacío de no tener se convierte en plenitud de ser.
El Concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium c. 5, habla de la llamada universal a la santidad. Llamada para todo el mundo, pero sobre todo para quien quiera acogerla, porque como siempre Dios cuenta con nuestra libertad.
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor. Abrirse es permitir a Dios que nos ame, dejar a Dios ser Dios en nosotros, dejarnos amar por Él. Y, desde ese saberse y sentirse amado, amar y entregar lo más auténtico de nuestro ser, la realidad existencial más grande que se nos ha dado, y es que somos hijos de Dios y por tantos hermanos de todos los hombres.
Dios quiere que imitemos su Santidad solo amando a los hermanos. No hay otro medio para acercarnos a Dios y si no amamos a los hermanos a quienes vemos no podemos amar a Dios a quien no vemos (cf. 1ª Jn 4, 20). Y también “El que os ha llamado es Santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta…Seréis santos porque Santo soy yo” (1ª Pe 1, 15-16)
Estar abiertos a la perenne novedad de Dios, que se revela siempre de maneras diferentes y no es como nosotros pensamos, sus caminos pasan a través de la debilidad humana.
El concepto auténtico de la santidad es la unión con Dios. Esta no se realiza en la ausencia de imperfecciones, sino en el crecimiento en la vida teologal (fe, esperanza y caridad), sin olvidar nunca que el autor y protagonista es Él.
¡Soportar serenamente las propias imperfecciones! He ahí la verdadera santidad” Sta. Teresita del Niño Jesús.
Los verdaderos santos son aquellos seres humanos que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.
EVANGELIO: Mateo 5, 1- 12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y Él se pudo a hablar enseñándolos: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
ORACIÓN
La santidad es vivir en el amor, vivir la caridad, hacerlo todo por amor, en lo cotidiano y oculto de la vida.
Dios es el que obra en nosotros según su voluntad: el comienzo, el crecimiento y la santidad que es vivir siempre de su Amor. Y, puesto que es Él quien nos ha amado primero, lo primero que viene a nuestra consciencia existencial es nuestra propia precariedad y miseria que, aceptada humildemente, se hace fermento para que Él pueda obrar en nosotros el Amor.
Porque es desde nuestra radical pobreza donde se puede gestar el Reino de los cielos, situándonos en actitud de recibir para poder dar.
Fue su Gracia la que nos habló en los primeros movimientos del Amor; su Gracia y su Amor quienes pueden purificar nuestro corazón, porque definitivamente es con y desde el corazón donde se puede generar una entrega real y auténtica.
Jesús, ayúdame Tú a limpiar mi corazón, a tener un corazón desocupado, no apegado a nada, ni a nadie, desapropiado, quitando toda propiedad que pueda esclavizarme, para que Tú Señor lo puedas colmar de Ti y puedas habitar allí agradado y reinar.
Aumenta, Señor, tu Amor en mí, que mi eje y, mi centro seas Tú, y desde Ti amar y servir.
Jesús, cuando mi corazón se inquiete buscando seguridades, reconocimiento, éxito y vana gloria, aumenta, Señor, tu Amor en mí.
Y cuando me halle insensible a tu Amor, al dolor de mis prójimos, cuando viva la incapacidad de ponerme en el lugar del otro, por favor, Señor, aumenta tu Amor en mí.
Cuando no pueda excusar las faltas del otro, ayúdame, Jesús, a recordar las mías. Y dame la gracia de tu Misericordia para perdonar, comprender y amar como Tú lo haces conmigo.
Señor, aumenta y fortalece en mí y en cada uno de nosotros tu Amor. Danos el santo temor de Dios. La gracia de gastar y aventurar la vida amando, en qué otra cosa si no vamos a gastar la vida. Concédenos, Jesús, un corazón puro para que te podamos contemplar en nuestro camino diario.
La mayor gracia que se nos ha dado a todos los hombres es tu Amor. No nos dejes, Señor, ser desperdiciadores de este don, y nuevamente danos la gracia de permanecer en Ti y amar. Dejarnos amar por Ti y morir por amor a Ti y al otro, que siempre es mi hermano.