Orando con el Evangelio

+ Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger

EVANGELIO: Marcos 6,30-34

En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
-Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

«El Señor es mi pastor»:

El profeta dijo: “Mirad que llegan días en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra… Y lo llamarán con este nombre: «El-Señor-nuestra-justicia»”.

Y el apóstol, llegados los tiempos a su plenitud, escribió: “Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz”.

En tu vida, hermano mío, hermana mía, hay un antes y un ahora: un antes en que todos andábamos “como ovejas sin pastor”, y un ahora en que “hemos vuelto al pastor de nuestras almas”; un antes de dispersión y de ruina, y un ahora en que nos conduce el que nos ama.

“¡El Señor es mi pastor, nada me falta!” Considera con quiénes has orado en esta mañana de encuentro con tu Dios. Las palabras de tu oración eran del salmista, y al pronunciarlas, lo hiciste presente en la asamblea dominical. La oración era tuya, pues dijiste, como si de ti solo se tratase, “el Señor es mi pastor”, pero lo dijiste a una voz con tus hermanos, formando con ellos un solo cuerpo, una sola Iglesia, y en ese cuerpo oraba también su cabeza, Jesús el Señor, y oraban con él y contigo todos los pobres de la tierra.

“¡El Señor es mi pastor, nada me falta!” Asómate al misterio que llena de gozo tu corazón. Las palabras de tu oración no las dice el hombre que de todo dispone, el rico que nada necesita, el orgulloso que se basta a sí mismo; son palabras del que nada tiene y al que nada le falta, porque “el Señor es su pastor”. Contempla a Jesús, al pobre del que tú, Iglesia santa, eres el cuerpo, y con él, vuelve a decir las palabras del salmista: “¡El Señor es mi pastor, nada me falta!”; y sentirás sobre ti la fuerza del Espíritu de Dios, la gracia del Hijo de Dios, la justicia que todo lo serena y pacifica.

Si te digo, “contempla a Jesús”, te pido que recuerdes su vida, su evangelio, su palabra compasiva y su amor sin medida; pero te pido sobre todo que admires lo que hoy recibes, pues hoy, en la Eucaristía, el Señor te hace recostar en verdes praderas, hoy te conduce hacia fuentes tranquilas, hoy repara tus fuerzas, hoy prepara ante ti una mesa generosa para que comas el pan de la vida y bebas el vino de la salvación, hoy te unge tu Dios con su Espíritu y sientes que te acompañan, como ángeles custodios, su bondad y su misericordia.

Con Jesús, se acabó el antes y empezó el ahora de Dios para ti.

Feliz domingo, Iglesia santa. “Ven, Señor Jesús”. Ven, y que sea domingo de vida y salvación, de justicia y de paz para todos los pobres.