Dios no pasa de puntillas,
como la nieve, como la rosa,
sino que lucha por quedarse
sin molestar
al sur del alma.
Si, teresianamente hablando, la vida
es noche mala en la peor posada,
también en la central habitación
el Esposo deja su ventana abierta
para que el viento llegue y se detenga
en el sitio llagado
y la luz vaya creciendo en la lámpara
interior que cumple
su oficio de vigilia.
Dios siempre pasa y nos traspasa
antes de irse a la casa contigua,
donde otras frutas y otros labios
piden besos también
para sus bocas.