Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Mateo 5,38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

No son preceptos los que Jesús da a los suyos, ni tampoco son consejos para quienes quieran seguirlo más de cerca, como hasta hace poco se pensaba. De hecho, los votos de los consagrados se llamaban Consejos evangélicos y se identificaban con ellos. Se olvidaba que cuando Jesús dice al rico: “déjalo todo, ven detrás de mí”, no le está pidiendo entrar en un convento como fraile. No hubo conventos hasta que terminaron las persecuciones en el cuarto siglo y, a través de los evangelios, Jesús seguía diciendo las mismas cosas para los simples cristianos. Y los que daban la vida, los mártires sin número, empezando con Esteban, seguían a Jesús llegando a amar a los enemigos que los torturaban, como el Maestro que, desde la cruz, perdonó a todos porque no sabían lo que hacían.

Queriendo que entendamos esto, Jesús nos dice: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Son palabras muy exigentes y difíciles, pero ser cristianos quiere decir rezar para llegar a poderlo hacer, detrás de Él y con su ayuda.

Habéis oído, añade Jesús, que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen”. No se trata de un consejo, ni tampoco de un nuevo deber. Se trata de una consecuencia de lo que significa ser cristianos, o sea, hermanos de Jesús e hijos del mismo Padre. “Así”, lo justifica, de hecho, Jesús, “seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. Amar a los que nos aman es cosa buena, pero – a no ser anormales o inadaptados – eso es también bastante corriente. No hace falta ser discípulos de Jesús. “¿No hacen lo mismo también los publicanos?”, nos pregunta.

“Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos”, añade, “¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?”. Está bien, pero no hace falta ser cristianos, para ser gentiles y agradecidos. El que sigue a Jesús tiene que tratar de actuar con el mismo corazón del Padre, o sea, dejando actuar al Espíritu Santo dentro de nosotros.

Claro que amar a los enemigos no quiere decir salir de paseo con ellos, como si nada hubiera pasado, beber cerveza e invitarlos a nuestras fiestas. Significa, sin embargo, rezar por ellos, aunque eso no nos guste para nada, y rezar por nosotros mismos, a fin de llegar a estar dispuestos a ayudarlos en caso de necesidad. Nunca llegaremos a la perfección y misericordia del Padre, pero el ideal es éste. Esto quiere que percibamos Jesús, cuando concluye con estas palabras: “Por tanto, sed perfectos [¿misericordiosos?], como vuestro Padre celestial [que hace salir su sol sobre malos y buenos]”.