Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Jn 6,51-58

51Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». 52Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». 53Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 55Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 57Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. 58Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

 Para no caer en un culto de la Eucaristía (la “Santísima Eucaristía” el “Santísimo Sacramento”) casi como si fuera otra cosa distinta de Jesús, tenemos que fijarnos bien en las palabras con las cuales el Maestro habla de sí mismo como Pan de Vida.  “Yo”, dice, “soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Como se puede ver, no es al pan al que hay que mirar, sino a Él, a Jesús (Yo soy). Él es el pan que hace vivir para siempre y si no nos unimos con Él en la Eucaristía, comemos solo pan

Claro que - como nos enseña la Iglesia y, con ella, lo creemos – en el pan y en el vino consagrados está presente Jesucristo “en cuerpo, alma, sangre y divinidad”, pero no en el sentido de la carne y dela sangre que conocemos, porque como nos enseña Pablo, “se siembra un cuerpo natural y resucita un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). De hecho, los accidentes no cambian y seguimos gustando el sabor del pan y del vino. 

Al punto que podríamos dudar de los milagros eucarísticos donde el pan se habría convertido en carne, porque el Resucitado ya no tiene este tipo de sustancia material. Con estono podemos prohibir al Señor dar signos visibles, también de este tipo, para despertar la fe de la gente. Incluso en los evangelios se narra que Jesús resucitado comía con los discípulos, aunque como tal (resucitado) ya no necesitaba comer pescado como nosotros. Pero, así como atravesaba las paredes sin romperlas y muchas veces los discípulos no lo reconocían, tenía que asegurarles que estaba vivo.Viéndoles espantados y temblando de miedo, nos cuenta Lucas, porque pensaban que era un fantasma, después de haber enseñado las manos y los pies heridos, preguntó si tenían algo que comer y, tomando un trozo de pescado, lo comió en su presencia (cf. Lc 24,37-43).

¿Por qué, entonces, en este discurso de Cafarnaúm Jesús habla tan duramente de comer su carne y beber su sangre? Solo para subrayar su identidad concreta. No tenemos que olvidar que Él, sobretodo en el evangelio de Juan, es lPalabra hecha carne que ha venido a habitar entre nosotros. Por eso, hablando de sí, termina diciendo: “Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el [el maná] de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre”.

El lenguaje, para los oyentes de entonces que no sabían quién era Jesús, resultó rudo al punto que también los discípulos estuvieron tentados de marcharse. No lo hicieron, porque – por gracia especial - Pedro pudo decir que palabras de vida eterna solo Jesús las tenía. Palabras que nosotros entendemos todavía mejor pues sabemos lo que quiere decir que la Palabra, o sea, el Hijo de Dios se ha hecho débil (este es el significado de carne) para que nosotros podamos encontrar la fuerza en Él. 

En Él, no en la Eucaristía, como si se tratase de algo más que Él.Participar en la Eucaristía serviría de poco si no dejáramos que Él, el Señor, entrase en comunión con nosotros. Hacer la comunión no quiere decir recibir la Hostia consagrada, sino entrar en comunión con el Señor Jesús que nos ha asegurado questá con nosotros hasta el final del mundo.El Señor Jesús que está llamando a nuestra puerta esperando que le abramospara cenar con nosotros. De hecho, la Eucaristía es el mismo Jesús que,lavando nuestros pies en la última cena, dice lo mismo que dijo después de haberla instituido: “Haced esto en conmemoración mía”. 

¿Qué quiere decir haced esto? ¿Celebrar muchas misas o lavarnos mutuamente los pies? Claro que las dos cosas. Pero, lo importante, es acordarse de que es así, porque las muchas “comuniones” nunca han salvado a nadieAquelque nos sigue salvando es solo Jesús que – en cada eucaristía- sigue pidiendo para nosotros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Solo si lo escuchas pidiendo ese perdón para ti también, puedes decir que hascomulgado, que has entrado en comunión con Él.

Bruno Moriconi, ocd