EVANGELIO: Mt. 20,1-16
1Pues el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. 2Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 3Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. 5Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. 6Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. 7Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. 8Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. 9Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. 10Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: 12“Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. 13Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. 16Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
“Me conforta saber que Dios se sirve de medios insuficientes para cumplir Su proyecto en el mundo”, dijo el cardenal Ratzinger el día de su elección como Papa, el 19 de abril del 2005. “Soy solo un humilde obrero en la viña del Señor", añadió.
Unas palabras que pueden ayudarnos a comprender en el fondo la parábola de los obreros de la viña que leemos al comienzo del capítulo 20 del Evangelio de Mateo. A pesar de ser un hombre muy culto, un cardenal de alto rango, Joseph Ratzinger se dijo contento de aceptar su elección a la cátedra de Pedro, como un humilde obrero en la viña del Señor, deseando ser un verdadero discípulo de Jesús. De hecho, como los santos demuestran con su vida, para los que creen en Cristo no hay cosa más grande que poder servir. Como el mismo Hijo de Dios, que no ha venido para ser servido sino para servir.
La viña de la que habla la parábola es el Reino de Dios, llamado a ser luz, sal y levadura para toda la humanidad. Cuando, al oscurecer del día, el dueño de la viña hizo llamar a los jornaleros y ordenó al capataz pagar a todos con un denario, es normal que los que habían trabajado todo el día protestasen. Cualquiera de nosotros lo hubiera hecho, viendo que nos daba la misma paga a nosotros (trabajadores de todo el día), que a los que acababan de llegar. “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”, diríamos también nosotros con aquellos hombres.
Pero esos trabajadores se equivocaban por tres razones. La primera, porque había sido por un denario que se habían ajustado con el dueño “¿No nos ajustamos en un denario?”, les preguntará este. La segunda, porque el mismo dueño había prometido un denario también a todos los demás. En tercer lugar, porque el dinero pertenece al patrón y él tiene libertad para darlo a quien quiere.
Eso dicho, está claro que aquí no se trata de un verdadero viñador, sino del Señor, Padre de todos, siempre dispuesto a esperarnos como el padre de la parábola de Lucas 15. Al ver al hijo volver a casa, a pesar de todo el mal que le había hecho, a ese padre se le conmovieron las entrañas; y, cuando todavía estaba lejos, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
¿Cómo, entonces, tener envidia ante este nuestro Padre tan bueno y cariñoso con todos los que acuden a Él? A la luz de lo que Jesús nos ha enseñado, tampoco la última sentencia (Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos) tiene que agitarnos. No se trata de una amenaza, ni de una injusticia, porque lo importante es saber que todos estamos en la misma viña del Señor.
Él está dispuesto a abrazar a cada uno, sin importar cuándo nos damos cuenta de la gran oportunidad que supone trabajar en y por el reino de Dios. ¿Que llega otro, cuando nosotros llevamos toda la vida tratando de ser cristianos? Si no somos capaces de decir que sea bienvenido, no es cierto que seamos cristianos, como pensábamos.
Bruno Moriconi, ocd