EVANGELIO: Mc 1,1-8
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.2Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; 3voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”»; 4se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. 5Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.6Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. 7Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. 8Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Cada uno de los cuatro Evangelios tiene su prólogo. El más conocido es el de Juan (En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios…). En el Evangelio de Mateo cumple la función de prólogo la Genealogía (Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos…). En el Evangelio de Lucas, la defensa de la autenticidad de su escrito con la siguiente declaración (Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido).
Este Teófilo al que se refiere Lucas en su prólogo, no es un personaje de la historia, sino el nombre de cualquier lector de su Evangelio, así como de su segunda obra (Los Hechos de los Apóstoles). Teófilo quiere decir “amigo de Dios” y, el hecho de estar el Evangelio dedicado a un lector con este nombre, expresa - en su significado transcendente – que solo puede ser entendido por quien tiene interés en que, a través de ese libro sagrado, le hable Dios. Si no existe ese interés, el Evangelio solo puede ser leído o estudiado como cualquier otra obra literaria.
También Marcos, el más antiguo entre todos los Evangelios, tiene su prólogo en sus primeros ocho versículos (los que leemos en este segundo domingo de Adviento de 2020). Un prólogo que empieza por el título de su obra: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Un título que hay que entender de esta manera: Aquí comienza la buena noticia que es Jesucristo, el Hijo de Dios. De momento, nadie sabe lo que significa ese título de Hijo de Dios, pero resultará manifiesto al final, precisamente cuando el Centurión, estando frente a Jesús crucificado, al ver cómo expira, dirá: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39). Puede ser que tampoco él entendiese que era realmente el verdadero Hijo de Dios y no solo un buen hijo de Dios, pero lo que importa es que el Centurión - como Teófilo en el Evangelio de Lucas – representa a cada lector del Evangelio.
Por el momento, en el Prólogo, se habla solo de los inicios. Nadie conoce a Jesús, pero un hombre del desierto (Juan Bautista) habla de él como del Mesías anunciado por Dios a través del profeta Isaías. Lo dice hablando de sí como mensajero enviado para preparar su camino. “Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”, escribe Marcos. Vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y alimentándose solo de saltamontes y miel silvestre, Juan bautizaba a todos los que acudían a él de la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén. Todos lo buscaban, pero Juan les decía que no se equivocasen, que no era él el mesías. “Detrás de mí”, decía, “viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”.
Desatar la correa de las sandalias es uno de los gestos que cumplen los discípulos con sus maestros y, así, Juan quiere decir que no puede ser discípulo del que está por venir tras él. Nadie entiende lo que está diciendo, pero será el mismo Jesús quien lo explicará en su momento. Hablando de Juan el Bautista a sus discípulos, dirá que no ha nacido de mujer uno más grande que él, añadiendo enseguida, sin embargo, que “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él” (Mt 11,11).
¡Una enseñanza muy valiosa para el lector amigo de Dios (Teófilo)! De momento escucha solo a Juan Bautista y no sabe por qué habla de sí mismo con tanta humildad, pero si continúa leyendo y siguiendo a Jesús a través de las páginas del Evangelio, llegará a comprenderlo y a profesarlo como el Centurión bajo la cruz. Comprenderá que Jesús, que ahora se dispone a recibir el bautismo en el Jordán, es el Hijo de Dios y no simplemente el Mesías esperado.
El lector cristiano del Evangelio no será tan santo como Juan Bautista (el más grande de todos los nacidos de mujer), pero sabrá más que él. Iluminado por el Espíritu santo, tendrá la certeza que “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Bruno Moriconi, ocd