EVANGELIO: Mc 6,7-13
Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. 8Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; 9que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. 10Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. 11Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».12Ellos salieron a predicar la conversión, 13echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
“Llamó a los Doce”, escribe Marcos.
Es la tercera llamada que estos primeros discípulos reciben. La primera vez fue a seguirle (Mc 1,16-20) y la segunda a vivir con Él (Mc 3,15). Esta vez es para enviarlos a cumplir su propia misión de Hijos de Dios, o sea, llevar el amor del Padre a todos, como primeros enviados por el Maestro Jesús.
Resulta difícil pensar que los Doce hayan desarrollado efectivamente toda la actividad descrita (salir a predicar la conversión, echar muchos demonios, ungir con aceite a muchos enfermos y curarlos), mientras el mismo Jesús acaba de empezar su misión y ellos no saben todavía de qué se trata ni cómo acabará. De hecho, esa autoridad sobre los espíritus inmundos, Jesús se la dará solo después de su resurrección, cuando los mande al mundo entero y empezarán a ejercerla con la fuerza del Espíritu que Él les enviará entonces, una vez vuelto al Padre.
Este pasaje, sin embargo y más allá de la coincidencia histórica, no deja de ser menos auténtico en su mensaje sobre el apostolado cristiano de siempre. Las instrucciones que Jesús les da a los doce discípulos, que fueron de hecho practicadas por ellos al pie de la letra en los primeros años de la Iglesia, restan ciertas e ineludibles. Reflejan, de hecho, el estilo de vida del mismo Jesús que - a diferencia de las zorras que tienen madrigueras y los pájaros nidos -, “no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20).
Vayamos, pues, a estas indicaciones a las que tienen que ajustarse los apóstoles y los cristianos de todos los tiempos, si quieren ser reconocidos como enviados por Jesús. Tienen que saber que, en todo, han de confiar en la sola fuerza del Espíritu (o sea, en la sola autoridad que les ha dado Jesús) y no en otros medios. Por eso tienen que llevar solo lo esencial. Si bien no haya que tomarlo en los términos literales usados por Jesús (¡solo una túnica, un bastón y nada más, ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja!), lo que importa es saber que no son los recursos humanos lo que cuentan, sino la fe en la fuerza de Dios, porque lo que los hombres no pueden, lo puede Él (Mt 19,26).
Un significado particular en este sentido, puede tenerlo el bastón (un bastón y nada más), aunque en la versión de Mateo (10,10) y de Lucas (8,3) también eso esté prohibido. De hecho - siendo el bastón el instrumento primordial que sirve de apoyo, pero también de defensa o de ataque –como más tarde en la Iglesia el báculo de los Obispos, indica la misma autoridad, la sola (“un bastón y nada más”), con la que Cristo envía a sus apóstoles.
La orden de quedarse en la misma casa, hasta que se vayan del sitio donde han llegado para el anuncio, puede significar - además de no ofender al dueño que los ha hospedado, yéndose a casa de otro -, la necesidad de mostrar que la única cosa que se está buscando, es el anuncio del evangelio, aceptado de antemano por la familia hospedante y que, por tanto, colabora en la misma tarea eclesial. Como Lidia, vendedora de púrpura y natural de Tiatira que, una vez que escuchó la palabra de Pablo en la ciudad de Filipos, se bautizó con toda su familia e invitó al Apóstol y a Timoteo a quedarse en su casa. “Si estáis convencidos de que creo en el Señor”, les dijo, “venid a hospedaros en mi casa” (Hech 16,15). Y los obligó a aceptar.
Nos quedan dos últimas anotaciones.
La primera, más difícil, o sea, el mandato de Jesús de sacudirse el polvo de los pies en el lugar donde la gente rechaza el anuncio y, la segunda, más sencilla, sobre el deber de ir de dos en dos. “Y si un lugar no os recibe ni os escucha”, concluye Jesús, “al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos”. ¿Qué querrá decir Jesús, que no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3,17) con estas palabras tan tajantes?
Son palabras duras, pero si se mira bien, a la vez liberadoras para los enviados y también para aquellos a quienes llevan la buena noticia. Los apóstoles, en efecto, no tienen que preocuparse en insistir en que se conviertan. Anunciando, han acabado su tarea. Por su parte, los que han rechazado el anuncio, quedan libres de asumir la responsabilidad de esta decisión, lo cual no quiere decir que estén lejos de la misericordia de Dios. Como al “buen ladrón”, también a ellos les llegará su momento.
Los apóstoles, tienen que ponerse en marcha hacia otro lugar serenos, porque su tarea no es convertir, sino anunciar la buena noticia. “Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado”, les había enseñado Jesús, “decid: hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). El sacudirse el polvo de las sandalias, de alguna manera podría ser un gesto paralelo a aquel de Pilatos de lavarse las manos, expresando así que, de aquella decisión, no tienen alguna culpa.
El ir de dos en dos es para asegurar la credibilidad del anuncio fundada en dos testigos, pero también indica la necesidad de la ayuda fraterna, o sea, del apoyo mutuo de los cristianos. No sentirse nunca solos, de hecho, no se refiere solo a la necesidad de la compañía de Dios que, de su parte, nunca falla, sino también a la del hermano o de la hermana.