Corso monache 26 giugnoOrando con el Evangelio

P. Bruno Moriconi, o.c.d.

EVANGELIO: Mc 7,1-8.14-15.21-23

Se reunieron junto a él los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; 2 y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. 3 (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, 4 y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). 5 Y los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?». 6 Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 7 El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. 8 Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». […] 14 Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: 15 nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre». […] 21 Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. 23 Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

Hoy día, sobre todo en estos últimos años de Covid y de precauciones higiénicas, el hecho que los fariseos se lavaran las manos antes de comer y sobre todo de vuelta del mercado, nos pondría indudablemente de su parte. Desde niños las mamás nos repetían hasta cansarnos que había que lavarse las manos antes de comer. Que incluso Jesús exigiera cierta etiqueta, lo demuestra el hecho de que, a Simón el leproso que sospechaba no fuera un verdadero profeta porque se dejaba besar y tocar los pies por una prostituta, le reprocha no haberle dado ni el beso de bienvenida ni el agua para los pies, así como de no haberle perfumado la cabeza como se debía hacer con los huéspedes (Lc 7,44-46).

Tal vez los discípulos fueran un poco más rudos que Él, pero no es evidentemente a este tipo de costumbres higiénicas espontáneas a lo que aluden los fariseos, criticando a los discípulos de Jesús porque no las practican. Se trata de lavatorios rituales que, en el griego del versículo 4, son llamados “bautismos”. “Al volver de la plaza no comen sin lavarse (ean mê baptisôntai)”, escribe el Evangelista, que llama también a la práctica de lavar vasos, jarras y ollas, “bautismos” (baptismous).

El debate entre Jesús y los Fariseos hay que entenderlo también a partir de este dato filológico que, lástima, los traductores ignoran. Mientras el mismo Juan Bautista, a pesar de afirmar que su bautismo es solo de agua en comparación con el de Jesús, que bautizaría con fuego y Espíritu, exhortaba a penitencia y a conversión, los Fariseos y los Escribas parecen pretender conformarse con las simples prácticas rituales. Por eso, como nos cuenta el evangelista, Jesús reacciona con su energía habitual.

         “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito”, les dice, citando al profeta: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.Dejáis a un lado el mandamiento de Dios”, añade, “para aferraros a la tradición de los hombres”. Los reprocha porque pretenden ponerse al seguro con la cómoda observancia de unos ritos, sin pensar en lo que Dios espera de ellos, como se lee también en el profeta Oseas 6,6: “Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos”.

Los fariseos llevaban una vida honesta y rigurosa y, en algunos casos, hasta practicaban la continencia y la castidad. Ayunaban dos veces a la semana (Lc 18,12), pagaban el impuesto del diezmo para el templo y recitaban continuas oraciones (Lc 5,33). A pesar de ser demasiado legalistas, como en el caso en cuestión, no solo no eran así de ignorantes, sino que no es en ellos que hay que fijarse, cuando leemos el Evangelio.

El Evangelio, de hecho, ha sido escrito para nosotros que, a veces, nos seguimos engañando pensando que sean las practicas religiosas las que nos califican como cristianos y no el corazón nuevo y “los sentimientos de Cristo Jesús” Fil 2,5). De hecho, después de haber contestado a los jefes, dijo a la gente: “Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.

Dijo eso, y lo explicó diciendo: “Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

“Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro” quiere decir que toda la creación es buena, obra de Dios al servicio del hombre, su hijo en el Hijo. “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”, significa que el mal sale del corazón de cada uno cuando usa de las cosas y de las personas de modo incorrecto, cuando las somete a sus objetivos y no respeta su valor objetivo.

En su carta a los fieles de la Iglesia de Jerusalén, Santiago escribe: “La religión auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo” (St 1,27).

Bruno Moriconi, ocd